Cristianos de Bangui reconstruyen mezquita destruida

Por En Clave De África

(JCR)
Llevo en Bangui desde el 24 de abril, trabajando en los preparativos del Foro Nacional de Reconciliación que tendrá lugar del 4 al 11 de mayo y para el que se espera la participación de algo más de 600 delegados. En la República Centroafricana ha habido, por menos, ocho conferencias de diálogo nacional desde los años 1980, por lo que es inevitable que muchos miren con escepticismo esta iniciativa y se pregunten si servirá de algo. Personalmente, pienso que sí, sobre todo porque esta vez será más un foro social que político. Y en la sociedad centroafricana hay personas y grupos que cada vez me parecen más ejemplares y que están decididos a construir un nuevo país. Hoy les quiero hablar de uno de ellos: el del barrio de Lakouanga.

La última vez que estuve allí, en noviembre del año pasado, el jefe del barrio me llevó a ver la mezquita, que fue destrozada por los milicianos anti-balaka procedentes de sus bastiones de Boy Rabe, lugar donde se hicieron fuertes. Muchos musulmanes, que intentaron resistir todo lo que pudieron, no tuvieron más remedio que huir ante el acoso permanente que sufrían a diario, y contra el que sus vecinos cristianos al final se vieron impotentes. Hace pocas semanas, un grupo de cristianos decidieron organizarse y ahora trabajan para reconstruir la mezquita de sus vecinos, que empiezan poco a poco a volver al barrio animados por la calma que parece volver a la capital.

Lakouanga es un sector de Bangui situado al lado del río que da nombre a la capital centroafricana. En él han convivido de forma pacífica durante generaciones cristianos y musulmanes, estos últimos originarios sobre todo de Malí y Senegal, pero muchos de ellos ya de segunda o incluso tercera generación. Cuando empezó la última crisis centroafricana, en 2013, con la llegada al poder de los rebeldes musulmanes de la Seleka y más tarde de las milicias anti-balaka, Bangui se convirtió en un campo de batalla en el que las dos comunidades se enfrentaron con un odio mortal. En Lakouanga, animados en buena parte por los sacerdotes de la parroquia católica y los jefes de barrio, la comunidad se movilizó para mantenerse unida e impedir la entrada a los violentos anti-balaka, que buscaban atacar a los musulmanes, como hicieron en el resto de la capital.

En diciembre de 2013, pocos días después de los enfrentamientos que dejaron dos mil muertos en apenas dos días, los líderes de Lakouanga me llamaron para animar unos días de taller sobre trabajo por la paz. Vinieron unas cincuenta personas, entre cristianos y musulmanes. Recuerdo muy bien, durante el segundo día, a eso de las diez de la mañana, que los anti-balaka atacaron el sector y no tuvimos más remedio que interrumpir las sesiones ante las detonaciones que se escuchaban cada vez más cerca. Algunos de los participantes cristianos se pusieron a la puerta de la iglesia, donde estábamos reunidos, mientras el resto se pusieron delante de los musulmanes, al mismo tiempo que uno de los líderes aseguró que si llegaban allí los milicianos no dejarían que les hicieran nada. Aquella tensión duró algo más de una hora y media. Al final, las fuerzas internacionales consiguieron ahuyentar a los anti-balaka y una vez calmadas las cosas seguimos con la reunión y terminamos todos comiendo juntos. Salí de allí aquel día sin poder quitarme de encima el miedo, pero impresionado por haber visto cómo la gente se jugaba la vida por defender a sus vecinos de distinta confesión religiosa.

En la República Centroafricana, cristianos y musulmanes se han matado, se han destruido las casas y se han odiado con saña. Pero también ha habido casos ejemplares de comunidades que han hecho enormes esfuerzos por permanecer unidos y protegerse mutuamente. En los tiempos que corren, en que los fanáticos de Al Qaeda, de Al Shabaab, del Estado Islámico y de Boko Haram muestran las peores atrocidades, es fácil reducir los hechos y presentar sólo cómo matan a cristianos. Eso es una parte importante de la realidad, que no debería excluir otro aspecto: que grupos como Boko Haram han matado a más musulmanes que a cristianos en el norte de Nigeria o de Camerún. Y tampoco se puede olvidar que son numerosos los países africanos –hablo de ellos porque es lo que conozco, de otros lugares del mundo no puedo decir gran cosa- donde cristianos y musulmanes siguen viviendo en armonía y sin ningún problema grave de convivencia. También es digno de mención que en lugares donde esa convivencia se ha deteriorado, hay muchas personas de a pie que intentan hacer reparaciones y volver a la armonía inicial. El ejemplo de los cristianos de Lakouanga es posible que pase desapercibido para los grandes medios de comunicación, pero aquí en Centroáfrica es una de las semillas que auguran un futuro mejor que haga posible dejar atrás décadas de divisiones y violencias.