Leo esta mañana una de las no pocas noticias que te ajan el día a través de un relicario de estupideces con las que el ser humano enreda la madeja de la existencia ajena. Al parecer Javier Krahe y Enrique Seseña rodaron allá por el 77 un cortometraje en el que explicaban cómo se cocina un Cristo. "Calcúlese un Cristo ya macilento para dos personas. Se le extraen las alcayatas y se le separa de la cruz, que dejaremos aparte. Se desencostra con agua tibia y se seca cuidadosamente...” En 2004, Canal Plus emitió el corto como soporte audiovisual a una entrevista con Krahe. Ni corto ni perezoso, el Centro Jurídico Tomás Moro-algo así como una Santa Inquisición jurídica, que vela por el sostenimiento público de la fe- interpuso una querella por "ofensa a los sentimientos religiosos". Un juez ha recuperado este caso, ya denunciado sin éxito en dos ocasiones desde su creación.Lo que me llama la atención de todo este asunto es la denominación de la querella: "ofensa a los sentimientos religiosos". Por definición, una ofensa es una humillación o herida en el amor propio o la dignidad de alguien, o ponerlo en evidencia con palabras o con hechos. Y cuando decimos alguien nos referimos a que la ofensa es un acto que requiere de dos protagonistas, un ofensor y un ofendido. Quien hiere un sentimiento lo hace a una persona física; no se puede ofender los sentimientos de un grupo, porque por definición los sentimientos son individuales e intransferibles. El concepto "sentimiento" no es aplicable a una colectividad que comparte determinado credo o ideología. A esto hay que añadir un matiz que, a mi juicio, es la raíz misma de este tipo de esperpentos jurídicos: la distinción entre literal y figurado. Quien orquestó el guión de este documental es evidente que no pensó en ofrecer a sus espectadores un curso de cocina, ni pretendió cocinar al horno el cuerpo insepulto de Cristo transfigurado. Su intención es metafórica, probablemente una crítica cáustica contra las mezquindades religiosas. Cuando el Cristianismo comenzó a extenderse entre la cultura romana, una de las críticas más habituales contra esta nueva secta emergente fue atacarla con una falacia similar a la utilizada por determinados creyentes en el caso del vídeo de Krahe. Los romanos no entendían cómo una religión puede incluir entre sus ritos comerse el cuerpo y beberse la sangre de su dios. De seguro, se imaginaban a los cristianos practicando actos antropófagos en las eucaristías, como también es lógico pensar que los cristianos asistían perplejos ante la ignorancia de los romanos. Hoy es la ciudadanía democrática la que tiene que asistir con estupefacción a la impostada afectación de determinados grupos ultraortodoxos, que en estos tiempos de progreso y supuesto sentido común deberíamos diferenciar con claridad los códigos semánticos del lenguaje audiovisual. Pero no, nuevamente intenta imponerse la sinrazón religiosa. Ante este tipo de noticias, me reafirmo en la necesidad de que los docentes intentemos educar a nuestros alumnos en la discriminación y valoración de los mensajes audiovisuales que a diario pueblan el universo digital de los adolescentes, donde se entremezclan diferentes lecturas semánticas, fácilmente confundibles. El texto ha sido sustituido por la imagen como nuevo medio de comunicación de ideas, y lo está haciendo en un marco digitalizado donde los mensajes se suceden con rapidez y agrupados en grandes cantidades en un mismo espacio. El sistema educativo debiera incluir en sus programas didácticos contenidos que tengan como objetivo la adquisición de habilidades de análisis y valoración crítica de los contenidos digitales. Damos por hecho con demasiada ingenuidad que un adolescente sabrá, cuando llegue a adulto, discriminar las múltiples significaciones que lleva implícita la comunicación audiovisual, sin necesidad de entrenarse previamente en descodificarlas. Un error mayúsculo. La adquisición de capacidades de análisis crítico de los miles de estímulos audiovisuales que recibimos cada día -especialmente aquellos que tienen una voluntad perlocutiva- es un reto educativo prioritario. De lo contrario, estaremos alimentando en los futuros ciudadanos adultos la ignorancia y la indefensión ante aquellos grupos y estamentos que intentan aprovecharse de la ignorancia popular para vender sin obstáculos su producto o, peor, manipular sus querencias e ideas a libre albedrío.Posdata: Os recomiendo leer otro artículo publicado en este mismo blog, titulado Dios hasta en la sopa, que puede resultar un perfecto complemento a lo dicho.Ramón Besonías Román