A continuación figuran los pasajes más destacados del artículo que el escritor cubano Guillermo Rodríguez Rivera redactó para la revista Espacio Laical y que Silvio Rodríguez replicó en su propio blog. Las palabras sobre la prensa en Cuba resultan interesantes no sólo por el esfuerzo de reflexión sobre el ejercicio del oficio periodístico y el desempeño de los medios en la isla sino por los párrafos dedicados a la actividad en los países capitalistas.
Gracias por el envío, Aberel.
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Si uno hurgaba en una bibliografía al alcance de todos, empezaba a descubrir que las reglas que establecían las coordenadas del periodismo socialista eran las que había establecido Lenin en diversos artículos. Lo que ocurría es que, si uno miraba los años cuando se escribieron, las fechas de esos artículos eran de 1910 o 1911. Esto es: eran normativas para la prensa socialista clandestina.
Ésas fueron las normas que Stalin, gran maestro de la descontextualización, escogió para regir la prensa del socialismo en el poder. Ése es uno de los signos del dogmatismo y la manipulación: la afirmación que se hizo en una circunstancia, pretende establecerse como válida para todas las circunstancias.
La prensa socialista clandestina, que debía defender contra sus enemigos la supervivencia de una organización perseguida, se convirtió, en el poder, en la reina del “secretismo”: que se diga lo menos posible, que es lo que prefiere el que hace las cosas mal y quiere ser inmune a los reclamos.
Los partidarios del secretismo han tratado de hacer creer que a una revolución, que afecta los intereses de los poderosos y por ello tiene enemigos de cuidado, no le hace bien airear las imágenes de lo negativo que pueda existir en el ámbito donde gobierna, pero esto jamás podrá esgrimirse como un principio legítimo. Los males deben conocerse para poder combatirlos y eliminarlos. Cualquier médico sabe que sin diagnóstico no hay curación.
La defensa de la Revolución y de la patria no es la defensa de las administraciones que funcionan mal (…) Hay que pensar de otra manera para poder cambiar las cosas. Yo creo que la prensa constituye un instrumento esencial para ello y, por lo tanto, la burocracia que se opone a los cambios hará todo para evitar que nuestros medios participen de ese cambio.
Y los que temen por su cargo tratarán de no arriesgarse. La burocracia coarta, atemoriza, retarda lo que no quiere que ocurra.
La perversión del uso del principio de unidad nacional degrada la defensa de la patria a la defensa de los funcionarios y, generalmente, de aquéllos que no merecen ser defendidos. El secretismo crea una ley no escrita mediante la cual las noticias no existen hasta que la instancia pertinente las autorice.
Cuando la información se publicaba, hacía mucho rato que todo el mundo la sabía, porque en el mundo en que vivimos, el de la Internet y el email, es fácil propagar la mentira, pero casi imposible ocultar la verdad.
La autocensura es casi siempre la consecuencia de la censura. Cuando a un periodista le rechazan continuamente sus artículos críticos, termina por aprenderse la lección: la dirección del periódico no quiere que se hagan esas valoraciones, así que lo mejor es ni escribirlas, porque estoy obligando a los jefes a censurarme y, no sólo lo harán, sino que además me culparán de ello porque, con mi insistencia, los estoy obligando a ejercer el feo oficio de censores. Estoy obligándoles a que hagan explícita su posición.
Casi no hay prensa en el mundo que no esté visiblemente manipulada y controlada por intereses que no son necesariamente los de la legítima información. La prensa del mundo capitalista es prensa privada y responde a los intereses de sus propietarios o a los aliados de éstos.
La prensa socialista ha sido manejada por un partido único que se ha fundido con los concretos intereses de los organismos de gobierno actuantes o, más exactamente, con las personas que los rigen, porque aunque ello no está en el programa, la mayor parte de las alianzas no son entre las instituciones, sino entre los funcionarios que las dirigen, se relacionan y protegen.