No es la primera incursión cinematográfica en el curioso mundillo de los gigolos. En tono cómico podríamos recordar "Gigoló" de Mike Mitchell que tuvo secuela en "Gigoló europeo" de Mike Bigelow, dos películas exitosas y sin pretensiones. Más dramática fue la versión que Paul Schrader dirigió en "American Gigoló" de 1980 con un Richard Gere espléndido.
Ahora es el propio John Turturro el elegido para cubrir las necesidades sexuales de un grupo de mujeres casualmente bien posicionadas, hermosas y ricas. Su chulo es un extraordinario Woody Allen, un librero obligado a cerrar su negocio que encuentra una salida fácil con esta actividad. Nueva York no sólo forma parte del paisaje, también es el marco de la multiculturalidad y de las oportunidades.
No se puede negar que Turturro bebe de las películas del maestro Allen, con un tono que bien nos recordaría a "Annie Hall" ó "Misterioso asesinato en Manhattan". Por supuesto, el aprendiz no alcanza al maestro y, posiblemente, ni siquiera sea su objetivo pero es destacable ese homenaje no exento de virtudes del director americano.
Con la ironía por bandera, el retrato social es cautivador. Las dotes comerciales de un librero en paro son suficiente aval para captar clientas en la alta sociedad americana, ansiosas por vivir experiencias distintas y de malgastar un dinero que les cae prácticamente del cielo. Aún así, es curioso descubrir que la motivación esencial para el aspirante a gigoló es el dinero, pero en ningún momento se plantean problemas económicos que justifiquen la necesidad. En algunos momentos, se nos presenta como un juego más que un trabajo.
Atractivo resultado el que ha conseguido John Turturro con "Aprendiz de gigoló", un film que se ve muy bien, con diálogos inteligentes y divertidos, desdramatizando a través de la ironía graves problemas que afectan a la sociedad neoyorquina y que, sin llegar a ser una obra maestra, es un ejercicio cinematográfico a tener en cuenta.
José Daniel Díaz