Resistir el impulso del vacío o encontrar en el vacío un impulso: esa dualidad de Alfredo Zitorrosa es la que retrata con profundidad Ausencia de mí, documental sobre este artista errante sometido al aciago y la culpa del exilio.
En principio para precisar estás cargas, la película despoja a Zitorrasa de cualquier imaginario del artista ¨folclórico¨. Su atuendo lo asemeja más a la desdicha tanguera, siendo alguien que creció de manera circunstancial en una familia privilegiada (¨tranquilamente pude haber sido un lumpen uruguayo ¨ dice luego de hablar del abandono que sufrió por parte de su familia originaria), y el cariño que emana con sus hijas desdice su tosca cara arrabalera. Pero la distancia más evidente se dispone entre los latinoamericanos exiliados: un artista que abarca la dimensión de Uruguay tanto en obra como en persona.
Y esa persona que desdibuja todo lugar común ubica sus inquietudes en un compromiso tan político como existencial. En la película no hay un intento de reconstrucción (aunque veamos a su familia intentando hilvanar todo el inmenso archivo), sino la expresión de un hombre que se narra a sí mismo, una obsesión de poder dejar la huella de la ¨presencia¨.
Para ello Melina Terribili poetiza al poeta. A través de la voz única del cantautor (intercalada con algunos fragmentos periodísticos) cada fotografía, filmación casera o pista de audio, evoca un presente extraviado que constituye una insuficiencia de lo inmediato. Eso que el cine trata de relatar en lo vigente proyecta su propia ausencia al terminar la obra. Hay en el vacío del espacio una materialidad emotiva que Terribili logra a medida que se van perdiendo las últimas imágenes del músico.
Como todo romance (nación-ciudadano), la culpa se aclimata en el corazón del amante. Todo lo idealizado perdió su rumbo y la realidad suprime cualquier postura socialista ante el mundo. Haber abandonado su patria sin sacrificio, quizás sea el desasosiego más grande que llevó Zitarrosa hasta el final de sus días.
Vemos por última vez a Alfredo en una fiesta de su hija, pero tratando de obviar por primera vez la presencia de una cámara. La desventura culmina con una de esas miradas desconcertadas que tanto fascinan al cine, como el maravilloso poema 'Ahora, ¿adónde?' de Heinrich Heine:
¨Con tristeza miro a lo alto, donde hacen guiños miles de astros; sin embargo, mi propia estrella no la diviso en parte alguna. En el áureo laberinto del cielo se perdió tal vez, como yo mismo me he perdido en la terrena agitación.¨
Por Tomás Manzo