El director Alexander Payne ha creado su propio estilo de cine, siempre cargado de un humor negro muy negro, tambaleándose entre el drama y la comedia, y situaciones incómodas que son la base de la historia. En Los descendientes encontramos una de sus mejores películas.
Cuando su mujer queda absolutamente inmovilizada tras un accidente deportivo, Matt King deberá encargarse de sus dos hijas, con las que no tiene prácticamente ningún contacto, tendrá que aprender como ser un padre para ellas y entre los tres deberán superar la terrible situación que están viviendo. Por otra parte, Matt y su familia son propietarios de una vasta extensión de paraje natural que heredaron en Hawai, y Matt se encuentra en un dilema a la hora de venderlo.
Cuando decíamos que era una de las mejores películas de Alexander Payne tampoco pretendíamos ponerla por las nubes. Comienza terriblemente dramática, hasta el punto de que llega a ser pesada, no termina de encajar ese intento de mezcla, la tragicomedia se estanca en la tragedia más panfletaria y le cuesta salir de este escollo. Las niñas son bastante repelentes e insoportables, sobre todo al principio, y resultan personajes algo planos, al igual que el novio de la mayor, que es un personaje sencillamente estúpido que no cuadra de ninguna forma entre los demás. Teóricamente trata de ser políticamente incorrecta, al introducir los problemas que tiene Matt con su mujer, y demás dramas familiares que por ahí se insertan, pero termina por ser absolutamente convencional, llegando incluso a reivindicar los derechos de los habitantes de las islas de Hawai.
Estos fallos, anteriormente comentados, resultan bastante insoportables, pero no todo iba a ser malo. Hacia la segunda mitad el film mejora considerablemente, llegando incluso a momento absolutamente emotivos. George Clooney está enorme en su papel, y posiblemente sí sea el mejor que ha llegado a realizar en toda su carrera. Pero no podemos defender que a Clooney le otorguen el galardón a mejor actor del año cuando el verdadero mejor actor del año ni siquiera ha sido nominado a los Oscar: Michael Fassbender en Shame, no me cansaré de repetirlo.
No es ni mucho menos de las mejores del año, y tiene sus enormes y crispantes fallos, pero merece la pena un reconocimiento hacia esta película, ya que consigue momentos realmente geniales.