Seguro que alguna vez habéis escuchado la expresión “el teatro de la vida”, esta frase define a la perfección la labor de Alain Resnais en el cine, este legendario director francés (Hiroshima mon amour, Smoking/No Smoking) que nos dejó hace poco a los noventa y un años, era un maestro de lo que se podría llamar “el teatro filmado” o “cine teatralizado” (tanto monta, monta tanto), con él, la gran pantalla se convierte en el escenario de una tragicomedia de aire provinciano donde los soliloquios, la narración teatral y las interpretaciones dinámicas y ligeramente exageradas dejan a un lado los ángulos de cámara espectaculares, los enfoques comerciales y el dinamismo audiovisual al que nos tiene acostumbrado el cine habitual. En su tercera adaptación de una obra del dramaturgo británico Alan Ayckbourn, Resnais parece anticipar su despedida no solo del mundo del cine y los escenarios, sino, probablemente también de la vida y lo hace con una contagiosa jovialidad, con un canto de cisne hacia la vida que no elude una cierta desazón pero eso si, aliñada siempre con el dulce, dulce condimento de la nostalgia.
CRÍTICA DE AMAR, BEBER Y CANTAR:
Basada en la obra de Ayckbourn estrenada en 2010 y adaptada por Laurent Herbiet, Alex Reval y Jean-Marie Besset, nos cuenta las peripecias de tres parejas que viven, no tan felizmente como pudiera parecer a prioiri, en el campo a las afueras de Yorkshire. Pero todo empieza a complicarse cuando todos descubren que su amigo George Riley (el cual no hace acto de aparición en todo el film de manera directa, sino que su caracterización se perfila a través de lo que sus amigos cuentan de él) se le ha diagnosticado un cáncer terminal. En la primera pareja encontramos al taciturno doctor Colin ( Hippolyte Girardot) y sus desesperada esposa Kathryn ( Sabine Azema ), la segunda pareja está formada por el melodramático y adulador Jack ( Michel Vuillermoz ) y su señora Tamara ( Caroline Silhol ) que destaca por su habilidad para pasar por alto las infidelidades de su conyuge siempre y cuando él sea capaz de mantenerlas en secreto ( lo cual no se le da especialmente bien ). Y entremedias de estos dos matrimonios encontramos a Monica ( Sandrine Kiberlain ) que acaba de divorciarse de Riley y que se ha ido a vivir con un granjero celoso y de pocas palabras ( Andre Dussollier ).
Cuando la noticia de la enfermedad de George llega a oídos del grupo, Jack (que supuestamente es su mejor amigo) se encuentra muy afectado, por su parte, Kathryn y Tamara deciden invitar al enfermo para que actúe en la obra que van a representar entre todos ( la cual es “Hablando relativamente” también, curiosamente, de Ayckbourn ) en un teatro local. Sin embargo, a poco que vamos conociendo a Riley, siempre a través de lo que de él cuentan sus amigos, nos damos cuenta de que en la vida del enfermo no todo es lo que parece, y lejos de dar pena, el muy canalla tiene engatusadas a las tres mujeres que antes he presentado, del mismo modo, sus dos amigos empiezan a sospechar que su viejo colega podría estar teniendo unos cuantos últimos affairs amorosos a su costa. Poco después las cosas se pondrán aún más peliagudas cuando las tres mujeres descubran que todas y cada una han sido inadvertidamente invitadas al último viaje que George antes de morir (nada menos que a Mallorca) y lo que esto acarreará cuando sus respectivos maridos se enteren de que están dispuestas a ir, y teniendo en cuenta los innegables encantos del señor Riley con las mujeres (y especialmente con las de sus propios amigos), la duda y el temor de perderlas empezará a surgir tanto en Jack como en Colin.
El film es incontestablemente fiel a la obra original y Resnais nos proyecta la acción a través de fondos de carácter teatral, muchos de ellos tienen un tono “cartoon” y son representan el gusto del director por los colores vivos y que contrastan fuertemente, diseño de producción ejemplar de Jacques Saulnier. Su trabajo trata deliberadamente de mostrarnos la ilusión de un estudio de producción en una obra, eliminando toda participación del habitual realismo cinematográfico al que estamos acostumbrados y creando la habitual escenografía del teatro.
Lo mismo sucede en parte con las interpretaciones de los actores, que son intencionadamente amaneradas y exageradas para dar la impresión de estar viendo una pieza teatral y eso incluye monólogos de cada uno de ellos en los que el plano se aproxima a ellos e incluso el fondo cambia pasando a ser un tanto bizarro y dando así una sublime sensación de monólogo interior. Es cierto que a la mayoría de la gente acostumbrada al cine puede chocarles la ausencia de la naturalidad y el realismo de las actuaciones de los actores del celuloide, sin embargo Resnair, que empezó en los años cuarenta sus experimentos con el cine documental ha acabado encontrando en esta particular fusión de cine y teatro su más prolífico experimento e incluso en ésta, su ultima película, el director trató de llevar la exageración del drama aún más lejos y jugar con las estructuras narrativas habituales que él calificaba de fraudulentas y mecánicas. Es cierto que el gusto por lo abstracto de Resnair no tiene siempre un matiz claro ni viene a representar nada trascendental (y veréis a lo que me refiero cuando de pronto y sin ninguna lógica veáis aparecer un topo en la pantalla que a saber que viene a simbolizar), sin embargo puede ser una experiencia cinematográfica fresca, diferente y no carente en parte de gran sentido (es al fin y al cabo un teatro dentro de otra obra de teatro, como la vida misma), y para aquellos que añoren una mayor teatralidad en el cine que se ha ido perdiendo con el paso del tiempo, es muy posible que este film les alegre el día.