Crítica de cine: '12 Años de Esclavitud'

Publicado el 13 diciembre 2013 por Lapalomitamecanica
Invicto McQueen

Nota: 8
Lo mejor: Chiwetel Ejiofor y Michael Fassbender.Lo peor: que llega en un momento de saturación temática.
Un negro esclavo en una plantación sureña de los EEUU que sufre durante todo el metraje más que un judío en los días de niebla. Sí, amigos, 12 Años de Esclavitud parece a primera vista la misma historia patrocinada por Klinnex que hemos visto un trillón de veces en la gran y en la pequeña pantalla, con su exaltación de valores antirracistas, defensa de los Derechos Humanos y de la Libertad, con esos momentos exacerbadamente dramaticones. De hecho, si no fuera porque sabemos que tras la cámara se encuentra la magnífica mano de Steve McQueen, quien comenzó a ganarse nuestras reverencias allá por el 2008 con su potente debut en el largo titulado Hunger, y si ignorásemos que ante la lente se halla una pareja de actorazos que nunca jamás decepcionan, especialmente Michael Fassbender, el interés por esta película sería más bien escaso. Sin embargo y a tenor de la reunión ineludible de talento que se encuentra en la cinta del británico, sería un despropósito mayúsculo evitar esta obra. La sola existencia de la duda ofende, pero más insultante fue para el realizador y para nosotros mismos el ninguneo que sufrió en los premios de la Academia el pasado año su segunda incursión, la sorprendente e imprescindible Shame (crítica aquí), por eso, su última propuesta parece querer vengar ese desprecio y, para ganar la batalla, el director se ha dotado de las mejores armas: emocionante drama sobre la esclavitud basado en hechos reales con grandes interpretaciones, el colosal compositor Hans Zimmer y un virtuosismo técnico de la leche.
Así, 12 Años de Esclavitud pasa automáticamente a ser una de las grandes candidatas a la estatuilla en la próxima edición de los Oscars, porque no sólo es que la adaptación de la historia de Solomon Northup contenga todos los ingredientes para alzarse con el dorado y que su coronación constituya una forma de redención para la organización, sino porque, además, su triunfo sería difícilmente cuestionable por una crítica y una audiencia que, como mínimo, se han sentido complacidas tras ser testigos de un relato conmovedor y desgarrador que, quizás, sólo puede ser vencido por su antecesor en la filmografía del londinense para aquel público menos receptivo a productos tópicos y lacrimógenos y más gustoso de la originalidad y descaro que caracterizaban a la mentada Shame, entre el que me incluyo.

Con todo, no se le puede negar a la última obra de McQueen la enorme calidad de la que hace gala desde el primer minuto hasta el último, algo más de dos horas durante las que asistimos a un emocionante épica centrada en Solomon (Chiwetel Ejiofor), un hombre negro libre y padre de familia de la Nueva York de 1851 al que -al estilo Pinocho- dos tipos le ofertan un falso trabajo como violinista en Washington. Una vez llegado a su destino, el protagonista es capturado para ser vendido como esclavo a los propietarios de las plantaciones sureñas, recayendo en manos de un pedazo de capullo sin escrúpulos (Michael Fassbender) dueño de uno de esos cultivos.
Vaya, parece que el cineasta opta, esta vez y con semblante infiel a su creativa trayectoria, por una materia común que ha sufrido en esta última época una sobreexplotación abanderada por cintas reivindicativas como Criadas y Señoras, Precious, Lincoln, Intocable, Invictus, El Mayordomo o la inminente Mandela: del Mito al Hombre, unas con bastante mejor suerte que otras gracias a perspectivas innovadoras como la firmada por Tarantino. En el caso de McQueen, su especialidad no reside tanto en un enfoque particular, sino que su piedra angular late en su maravillosa labor direccional al trasladar una narración literaria al campo audiovisual con el virtuosismo de un sabio, arte al que se adhiere un guión brillante confeccionado por un tipo que no acostumbra a hilar tan fino en esta tarea, porque a John Ridley siempre se le ha dado mejor escribir las historias (Tres Reyes) que los libretos (Red Tails), hasta ahora.

Sin embargo, donde verdaderamente encuentra su alma 12 Años de Esclavitud es en un tándem protagónico capitaneado por dos todoterrenos a los que el Oscar se les queda pequeño, porque a Chiwetel Ejiofor (American Gangster, Hijos de los Hombres, 2012) lo descubrimos a un nivel en el que jamás lo habíamos encontrado anteriormente, soportando de forma inigualable sobre sus hombros -y sobre su expresiva mirada- casi la totalidad del peso de la cinta y magnificando un sufridor rol principal que acaba de lanzarle directamente al hall de la fama hollywoodiense, de ahí que pueda rascársele un mérito mayor que a su compañero de reparto, un genial Michael Fassbender que ya le esperaba sentado y que no sólo no se cansa de reafirmar su perfección interpretativa, sino que continúa superándose en cada personaje al que da vida, como es el caso de este último cabrón despiadado al que presta su rostro para sostener así los kilos sobrantes de esa enorme carga a espaldas de Ejiofor. En adición a este esfuerzo, aporta su granito de arena la torturada y cuasi-desconocida Adepero Oduye (Pariah), una agradecida presencia que presta minutos más ilustres que las casi anecdóticas e innecesarias intervenciones de Benedict Cumberbatch, Paul Giamatti y Brad Pitt, que hubieran podido ser sustituidos por cualquier otro sin importar en absoluto ni restar caldiad al metraje, otro asunto bien distinto es su implicación de cara a su atractivo taquillero.
12 Años de Esclavitud no es sólo una película o la ambición de un director por el más grande y merecido reconocimiento, es el tributo que Steve McQueen ha elegido rendir a sus antepasados, la experiencia cinematográfica presente más brutal, realista y desgarradora de la represión de la época y el legado de un cineasta que permanecerá en la memoria futura, porque una lección tan esencial como la que nos enseña no debe dejar de impartirse generación tras generación: todos los hombres nacen libres e iguales, sólo que algunos con más talento que otros.