Nota: 2,5
Lo mejor: que nos confirma que Sam Worthington es uno de los abortos de estrella más descarados de los últimos años.
Lo peor: que Ed Harris no tiene excusa para esto.
Bienvenidos al -tan recurrente en tiempos de crisis- mundo de los telefilms estrenados en cine. Esos que comparten cartelera con producciones más potentes como Ira de Titanes para que veamos a Sam Worthington en dos pósters y pensemos, "vaya, este tío tiene que ser una estrella" y de paso, nos cuelen un guión descartado de El Mentalista con forma de thriller palomitero. Porque Al Borde Del Abismo es un gran vacío rodado en tres semanas con la única finalidad de engordar el currículum de uno de los action heroes del momento, para el que el apadrinamiento de James Cameron en Avatar y la fallida -aunque reivindicable- Terminator Salvation ya se empieza a quedar escaso.
Sobre la trama, andarse con spoilers en un film cuyo poster te revienta el único giro del mismo resulta bastante irónico, pero digamos que tras la amenaza de suicidio de nuestro protagonista se esconden otras intenciones. Esa es la cuestión de la película: descubrir por qué el personaje principal se ha encaramado a una cornisa más allá de la inicial desesperación de todo suicida (y que no vemos, sencillamente, porque Worthington es incapaz de interpretarlo). Alrededor se forma el circo mediático de rigor, con la pareja de policías al mando en constante conflicto, la típica periodista pedorra y el gentío jaleando al suicida. Como decimos, la cosa podría colar por lo menos al principio si la frase del cartel no descubriera explícitamente el género de la película antes de tiempo. Una vez superada la sorpresa y resituados en el género de robos, lo que sigue tras la siempre interesante premisa de "un personaje-un escenario" es una sucesión de escenas pegadas con celo entre sí sobre secundarios que entran y salen de la trama traicionando al personaje principal y un villano que con solo 3 apariciones y cinco kilos de tinte en el pelo pretende intimidar al personal.
Sí, hablamos de Ed Harris en lo que probablemente sea uno de los trabajos más gratuitos de su carrera. Un villano que solo sale de su despacho-fortaleza para ensuciarse las manos al final como si no pudiera contratar a un esbirro o medio reparto de la película no trabajara de encubierto para él. Uno de esos personajes al que la sola presencia de un secuaz que respire fuerte ya le agria el carácter y al que solo le falta el granero de fondo para ser una mala imitación de los malosos a los que se enfrentaban Aníbal y compañía en El Equipo A. Por lo menos, si le hubieran puesto un parche en el ojo podría tener su gracia.
En general, todos los que aparecen en el film lo hacen por la misma razón, que no es otra que cobrar un cheque rápido y fácil. A televisivos como Titus Welliver (el Humo de Lost, actualmente en Touch) y Kyra Sedgwick (The Closer) nunca les viene mal un secundario en cine. Más de lo mismo para un Edward Burns que tiene que buscarse la forma de seguir pagándose esas comedias románticas que dirije de vez en cuando y que nadie va a ver, o para Elizabeth Banks (Vírgen a los 40, Los Juegos del Hambre) y Jaimie Bell, que como quien dice, están empezando. Pero más allá del patinazo de Harris, el que sin duda sale más desfavorecido es Sam Worthington, que con un personaje prácticamente parado durante todo el film y con su expresividad como único recurso, se vuelve un pelele sin carisma ni empaque alguno confirmando que si no está rodeado de una cascada de efectos especiales, el tipo no es capaz de sostener ni un film de factura televisiva.
A estas alturas, creo que ha quedado bastante claro que estamos ante una de esas películas con cuatro decorados que no cuestan prácticamente nada a los estudios, cuyo esfuerzo consiste en poner a un director debutante al timón del guión de un escritor televisivo para ofrecer el proyecto a todo intérprete masculino de moda entre 19 y 64 años. Ese tipo de cintas que, en definitiva, solo sirven para que recién llegados y ya encumbrados como Worthington vayan justificando esas inversiones monumentales que se hacen en torno a su figura más allá de uno o dos éxitos puntuales. La prueba no era difícil y Worthington no la ha pasado (Colin Farrell sí lo hizo en Última Llamada, por ejemplo), con lo que advertidos nos quedamos ante su presencia en futuras películas que no vengan dirigidas por James Cameron.