Crítica de cine: 'Asalto al Poder'

Publicado el 18 septiembre 2013 por Lapalomitamecanica

Un festival de pirotecnia hecho a base de pólvora y patriotismo

Nota: 5
Lo mejor: que se acerca bastante a lo que sería un capítulo de lujo de la serie 24.
Lo peor: que parece ideada por la cabeza de Nixon.
Esto es una fiesta. Así de claro. Eso sí, llena de banderines con barras y estrellas y chapas con la cara del Presidente; con un comité organizador que parece compuesto por el Tío Sam, Chuck Norris y el fantasma de Ronald Reagan, que se han servido de mucho -pero mucho- patriotismo panfletero para llevarla a cabo. Normal, y es que el realizador Roland Emmerich (Independence Day, 2012) se sirve más conscientemente que nunca de esa vena nacionalista, mas americana que el mismísimo Big Mac, para destrozar sin miramientos todos y cada uno de los iconos tangibles de la política estadounidense, desde El Capitolio hasta La Casa Blanca, pasando por el Air Force Two, sin tener que sufrir las iras del público más conservador y castizo. De hecho, la idea es exactamemte la contraria: la de machacar a una nación a sabiendas de que resurgirá aún más fortalecida, con la lección aprendida y, de paso, el mensaje "aniram al ne etatsila" implementado en una o dos cabezas nuevas.
   Con una diferencia de apenas 4 meses en su paso por las carteleras con respecto a Objetivo: La Casa Blanca, con idéntico argumento y más de un elemento secundario en común de lo que debería, es inevitable establecer una comparación entre ambos títulos y realmente complicado determinar al ganador. Y es que si la cinta protagonizada por Gerard Butler intentaba erigirse como el último representante de la serie B testosterónica, sin apelar a la pureza técnica ni a la espectacularidad pero resultando innegablemente divertida, esta White House Down compensa su falta de encanto con un despliegue de medios capaz de contentar a todo aquél que de base, con el póster o tráiler como única referencia, ya esté dispuesto a pagar por ver la película.  Porque siendo realistas, desde los tiempos de Air Force One y La Roca, desde fuera de Estados Unidos estamos más que acotumbrados a que el principal exportador mundial de cine hinche el pecho de vez en cuando con bukakes de patriotismo. De hecho, ejemplos recientes como Battleship y Dolor y Dinero  nos intentan dejar claro que, lejos de contenerse un poco en la exaltación de su amor propio, una exageración totalmente prefabricada y 'de postureo' puede resultar hasta divertida desde una óptica externa. Asalto al Poder entra de lleno en esa definición y, sin pudor alguno, empieza a construir a partir de ahí a sus personajes y situaciones. Por éso la hija preadolescente del protagonista no es una fanática de One Direction, The Voice o Justin Bieber, sino una enclopedia viviente de la historia presidencial estadounidense (algo así como una friki del patriotismo), y preguntarle al propio Presidente (un Jamie Foxx 'obamizado') sobre política internacional es tan sencillo como acudir a un tour por la Casa Blanca y esperar a encontrártelo en el baño.  Sin llegar a extremos tan obvios como increíbles, las líneas maestras de toda la cinta van por esos derroteros y ahí tenemos a un guía turístico de La Casa Blanca, más preocupado por conservar los valiosos tesoros que alberga la mansión presidencial que por salvar el cuello, o a un comando de ex militares de acento sureño que creen que le esáan haciendo un favor a su país al perpetrar los atentados. Por lo menos, el eje del mal está liderado por un veterano intachable como James Woods (actualmente brillando en la serie Ray Donovan), que consigue sin demasiado esfuerzo aportar algo de dignidad a su agente renegado y empeñado en una misión de venganza para honrar la muerte de su hijo, caído en un conflicto al otro lado del mundo. Para lo que no sirve a sus maltratados 66 años es para ofrecernos la consabida pelea final contra esa figurita de acción perfectamente funcional que es Channing Tatum, honor que recae sobre el reciéntemente revalorizado Jason Clarke (La Noche Más Oscura, Chicago Code) en la que es una de las escenas más espectaculares de la cinta.

Que Maggie Gyllenhaal o Richard Jenkins, ambos nominados al Oscar en alguna ocasión y con un halo de intérpretes de prestigio intachable, hayan aceptado participar en Asalto al Poder a pesar de que sus roles no ocupen más de 10 minutos en pantalla es el mejor ejemplo del derroche del que hace gala la cinta, absolutamente necesario para complementar a esa vena patriótica y no salir escaldado en el intento. Porque aunque desde el punto de partida la cinta exige al espectador el esfuerzo de asumir sus reglas e inverosimilitudes, Asalto al Poder consigue fabricarse su propia personalidad a base de talonario, convocando a todo un experto en sacar partido al tamaño de las pantallas de cine como es Roland Emmerich para que entretenga como mejor sabe y, de paso, le ofrezca materia prima de primera a Goyo Jiménez para sus monólogos.