Nota: 6
Lo mejor: una fotografía que envuelve al espectador en una atmósfera oscura y turbia.
Lo peor: el desarrollo lento, lento, lento.
Es cierto, a Caníbal le falta sangre, con todo lo metafórico y lo literal que la expresión conlleva. A pesar de venir precedida por ese título evocador de un cine de género, lo que nos encontramos en este film es más bien lo contrario, un drama romántico en el que la tendencia asesina y antropófaga del protagonista funciona en la trama como la máxima expresión del "monstruo" que es anulado por el amor. Se trata de un ejercicio de profundización en la mente de un psychokiller, del descubrimiento de su lado humano y la revelación de un sentimiento de pureza en un asesino en serie cuyo plato favorito no son precisamente los macarrones con chorizo. Ello no significa que la cinta de Manuel Martín Cuenca (La Flaqueza del Bolchevique, Malas Temporadas) se reduzca a un producto sentimentaloide en el que el canibalismo trascienda a un segundo plano, sino que estamos ante un inquietante ensayo de cocción lenta que se desarrolla bajo una atmósfera intensa con una fórmula interesante, pero que erra en ese soporífero ritmo y en la ausencia de unos acontecimientos con algo más de adrenalina que inyecten mayor acción a una historia más opiácea que entretenida.
Caníbal, más allá de amenizar dos horas de nuestra vida, se asemeja en mayor medida a una especie de experimento transgresor y extraño orientado a escrutar los entresijos de la psique de un trastornado que lleva una doble vida. Carlos (Antonio de la Torre) es un prestigioso sastre granadino por el día y un psicópata que se come a sus víctimas por la noche, hasta que conoce a Nina (Olimpia Melinte), la única que parece inhibir esa tendencia asesina.