Crítica de cine: 'Caníbal'

Publicado el 21 octubre 2013 por Lapalomitamecanica
Por mojar pan, se dejó la carne

Nota: 6
Lo mejor: una fotografía que envuelve al espectador en una atmósfera oscura y turbia.
Lo peor: el desarrollo lento, lento, lento.
 

Es cierto, a Caníbal le falta sangre, con todo lo metafórico y lo literal que la expresión conlleva. A pesar de venir precedida por ese título evocador de un cine de género, lo que nos encontramos en este film es más bien lo contrario, un drama romántico en el que la tendencia asesina y antropófaga del protagonista funciona en la trama como la máxima expresión del "monstruo" que es anulado por el amor. Se trata de un ejercicio de profundización en la mente de un psychokiller, del descubrimiento de su lado humano y la revelación de un sentimiento de pureza en un asesino en serie cuyo plato favorito no son precisamente los macarrones con chorizo. Ello no significa que la cinta de Manuel Martín Cuenca (La Flaqueza del BolcheviqueMalas Temporadas) se reduzca a un producto sentimentaloide en el que el canibalismo trascienda a un segundo plano, sino que estamos ante un inquietante ensayo de cocción lenta que se desarrolla bajo una atmósfera intensa con una fórmula interesante, pero que erra en ese soporífero ritmo y en la ausencia de unos acontecimientos con algo más de adrenalina que inyecten mayor acción a una historia más opiácea que entretenida.
Caníbal, más allá de amenizar dos horas de nuestra vida, se asemeja en mayor medida a una especie de experimento transgresor y extraño orientado a escrutar los entresijos de la psique de un trastornado que lleva una doble vida. Carlos (Antonio de la Torre) es un prestigioso sastre granadino por el día y un psicópata que se come a sus víctimas por la noche, hasta que conoce a Nina (Olimpia Melinte), la única que parece inhibir esa tendencia asesina.
Así, con este hilo argumental que estira de un romanticismo gótico pintado sobre un tenebroso lienzo, se comprende mejor por qué el largometraje de Martín Cuenca no puede ser fácilmente fagotizado por el público medio, sino que requiere de una audiencia más paciente y dispuesta a soportar un metraje que avanza pausadamente y que se adhiere más a un aspecto psicológico y emocional que al puro suspense o thriller en el que podría quedar enmarcado, vía que, dicho sea de paso, posiblemente hubiera encontrado mayor afinidad con un espectador que queda suspendido en una extraña paradoja divagante entre el sopor, la conmoción y cierta inquietud. La culpa de esa acertada tensión ambiental la tiene la buena mano de Pau Esteve Birba, responsable de la estupenda fotografía de Caníbal, apartado más destacado y una de las claves que sostiene al film junto a esa mentada indagación en la psique de un asesino y la interrogante que plantea el nacimiento de un vínculo sentimental nunca antes experimentado por el psicópata, debidas, ahora sí, al trabajo del realizador. Acompaña a esas virtudes un Antonio de la Torre brillante, maduro y comprometido con un rol principal más serio, inquietante y complejo del que nos tiene acostumbrados. En su pista de baile, la actriz rumana Olimpia Melinte también cumple con el propósito de ofrecer una interpretación notable.
No son suficientes, sin embargo, unos protagonistas efectivos, el atisbo de una idea jugosa y una atmósfera fría para aliviar el desasosiego de un espectador que ha sentido ralentizado su tiempo durante el visionado de un film que, a pesar de configurarse como un singular ejercicio cinematográfico de interesante perspectiva, se presenta con la forma de un farragoso discurso que se recrea en su misma fórmula una y otra vez sin llegar a explotar la verdadera bestia atrapada bajo todos esos escombros de corrección, ensayo y reflexión moral, una criatura que, sin abandonar esa nueva premisa a medio explorar, podría haber tomado ciertas virtudes de un referente como Hannibal Lecter. Lástima que este Caníbal haya preferido comerse a su propio monstruo.