Crítica de cine: 'Contrarreloj'

Publicado el 01 octubre 2012 por Lapalomitamecanica
'La última de Nicolas Cage', con todo lo que eso conlleva
 
Nota: 3
Lo mejor: si estás suscrito a 'Cageional Geographic', no te llevarás sorpresas.
Lo peor: al villano de Josh Lucas solo le falta un parche en el ojo para ser más estrambótico.
Ser fan de Nicolas Cage es jodido. Pensadlo por un momento. Hablamos de un hombre capaz de estrenar cuatro películas de acción chusqueras al año. Aproximadamente siete horas de metraje anuales con sus aventuras en los subgéneros más turbios del cine de acción como si se tratara de una serie documental sobre una estrella en decadencia que se aferra a las cámaras con tanta insistencia como a su cabellera. Por eso, cuando nos enteramos de que el actor se había buscado a un realizador medianamente competente y serio como es Simon West (Con Air, Los Mercenarios 2) para su último trabajo, muchos pensamos que era un paso en la buena dirección. Segundo error (el primero, claramente, es seguir a Cage a estas alturas). Porque a mí me parece estupendo que el intérprete insista en un género que parece haberle cogido alergia y más si lo hace reuniéndose con el artífice de Con Air, pero eso se puede hacer bien, en plan Liam Neeson, y también mal, estilo Bruce Willis. Pues bien, por debajo aún del baremo en el que se mueve el protagonista de Jungla de Cristal, amo y señor del top-manta en los tiempos que corren, están Cage y Contrarreloj. Es decir, por debajo de la manta.
La historia de esta película es básicamente la misma que en 60 Segundos, también de Cage, sobre un ladrón -de bancos- retirado que debe hacer un último trabajo para recuperar a un ser querido secuestrado, sólo que sin ese coro de secundarios carismáticos, los coches molones ni Angelina Jolie. Vamos, únicamente con Cage interpretando al criminal bondadoso de siempre y obligando a su banda a escuchar música antigua antes de cada atraco (la misma escena que en la peli de Dominic Sena, tal cual). En esta ocasión, el que le exige el rescate es su antiguo compañero de robos, que ha estado los ocho años que pasa el protagonista en la cárcel -y que, literalmente, parece un abrir y cerrar de ojos en la peli- planeando la forma de reclamar su parte del último atraco en el que colaboraron. Su brillante plan consiste en comprarse un taxi y retener en el maletero a la hija de su ex-compinche mientras se pasea por toda la ciudad esperando a que encuentre la forma de pagarle. O dicho de otra forma: atravesar Nueva Orleans en pleno carnaval, plagado de turistas y policías, con una adolescente en la cajuela de un taxi, el vehículo mas solicitado del momento en la ciudad...

La gracia, se supone, está en el contraste entre el aspecto del maloso de Lucas antes de que el protagonista entre en prisión, tan guapito y aseado como de costumbre, y después, reconvertido en un yonki con varios miembros amputados que culpa a su antiguo socio por haberlo abandonado a la mala vida. En cierto sentido, el personaje hasta supone un riesgo en la carrera de Josh Lucas y deberíamos reconocerle el mérito, pero este sádico con ojos del colgado que nos presentan ni siquiera pasaría el casting para un esbirro sin frase del principal villano en cualquier otra película. Ejemplos recientes como Venganza, a la que Contrarreloj intenta emular desde el título original (Stolen) hasta la escena con el teléfono, nos han demostrado que la némesis carismática tampoco es un requisito imprescindible cuando tenemos a un héroe merecedor de todos los focos, a una banda mafiosa dispuesta a donar kilos de carne para la ocasión o, la mejor opción, a ambas cosas. Aquí sólo podemos recurrir a Nicolas Cage, que no interpreta, sólo lleva su máscara de cera con una expresión agónica pintada durante todo el metraje.
Con la dinámica central del filme en dique seco en todo momento, el guión se ve obligado a incrustar otro vértice en la trama como es el detective que encarcela al protagonista en primer lugar y que después gasta su tiempo libre en vigilarle, no sea que la vuelva a liar. Una vez más, la idea de presentarnos a otro antagonista que culpa al prota por haber arruinado su vida gracias a eternas noches de vigilancia y atracos en fechas clave, como su boda o el nacimiento de sus gemelos, es interesante (y más con el rostro de Danny Huston, que nunca molesta), pero funcionaría si en algún momento fuera creíble el transfondo criminal del protagonista -"el mejor ladrón de bancos de América", dicen- como sí lo era el de ex-operativo de la CIA de Neeson en la mencionada Venganza. No es el caso ya que os recuerdo que éste es Nicolas Cage corriendo. Con una careta.

Viendo Contrarreloj se entiende por qué Stallone eligió a Simon West como sustituto al mando de la saga Los Mercenarios en la segunda entrega, ya que la película que nos ocupa parece rodada en los 90. Desde su banda sonora estilo Starsky & Hutch hasta unas secuencias de acción suficientemente limpias y sin el artificioso CGI, las intenciones de enmarcarse en esa ola de nostalgia y sencilleza son evidentes, pero el realizador no ha encontrado el equilibrio entre la seriedad y la ligereza, dejando un filme en el que un paso en cualquiera de las dos direcciones hubiera deparado un mejor resultado como ya vimos en la pelín más sólida El Pacto o en la divertida Furia Ciega. Sin caer en la vergüenza ajena o, mejor dicho, cayendo de forma aparentemente intencionada, el último estreno de Nicolas Cage es un ejemplo perfectamente en la media de lo que se puede esperar de su nombre como principal atractivo del póster: uno de esos caprichos culpables que sólo son disfrutables con las miras puestas en la espiral de cutrerío que rodea al ganador del Oscar reconvertido a mercenario y no prestando atención a cualquer historia que nos cuente para justificarlo.