Crítica de Cine: 'Cruce de Caminos' (The Place Beyond the Pines)

Publicado el 08 septiembre 2013 por Lapalomitamecanica
El último páramo emocional de la ambición cinematográfica

Nota: 7
Lo mejor: Ryan Gosling.
Lo peor: peca de ambiciosa y se excede en tiempo.
A Derek Cianfrance le gusta darnos lecciones sobre la vida. Si en Blue Valentine nos dejaba caer en un idílico romance para posteriormente mostrarnos a la hermana fea del amor, configurando el retrato más cruentamente fidedigno posible del concepto, aquí, en The Place Beyond the Pines, título original que hace mucha mayor justicia al film que el fijado por nuestro querido mono traductor, nos obliga a descender al subsuelo de una realidad social llena de mierda que, a pesar de no descubrirnos nada nuevo, nos recuerda lo miserable de nuestra condición humana reflejada en una sociedad que categoriza a los individuos por sus logros y los juzga por sus acciones, sin profundizar en la verdadera raíz de una problemática común y eso, amigos, lo sabe bien el realizador, quien nueva y sabiamente colabora con Ryan Gosling para abofetearnos la cara a través de este intenso, turbio, angustioso y crítico drama durante cuyo viaje no sabemos muy bien a qué estación iremos a parar.
El desconocimiento que provoca la actitud mística que Cianfrance mantiene casi constante en la cinta, a excepción de su acto final, más flojo y previsible, genera una inquietud extraña en el espectador, como si asistiéramos a un espectáculo en el que se han prometido fuegos artificiales, pero cuando creemos que por fin van a explotar, éstos nunca terminan por eclosionar del todo, para bien o para mal, sino que se transforman antes en un millón de formas distintas e inesperadas que tornan el show en un enigmático juego de ramificaciones sin una meta definida, y es así es como la película divide su metraje en tres partes bien diferenciadas en las que convergen una tríada de historias con distintos protagonistas que por azar, destino o casualidad, según creencias, cruzan sus vidas.

El primero de esos actos, el mejor, es liderado por un magnífico Ryan Gosling que vuelve a enfundarse la chupa de macarra para encarnar a un motorista especialista de circo que nos hará recordar en cierta medida al estático piloto de Drive (crítica aquí); una piel de buscavidas temerario hecha a medida del actor con la que defiende de una excelente forma esos aires de delincuente rebelde nacidos y mimados de la experiencia del carácter como eterno perro callejero que se ha visto obligado a sobrevivir en los límites de la ilegalidad.
Sorprendentemente, Eva Mendes en lugar de ser, como de costumbre, esa figura-objeto de ornamento que en lugar de proporcionar alguna ventaja se limita sólo a estorbar, apoya en esta ocasión la labor interpretativa de su compañero al defender tan acertadamente el rol de sufrida ex pareja y madre victimizada por un sistema injusto y discriminatorio que no duda en cebarse con los más débiles y desprotegidos.
Sin prever nada de lo que va a suceder, aunque inmersos en momentos angustiosos que nos conciencian al menos de que el asunto no puede tener un happy ending, Cianfrance nos introduce en el segundo segmento, capitaneado por un Bradley Cooper que aparta su actitud de estrella de acción y el golfo nocturno para regresar a esa agradecida seriedad que ya demostró en El Lado Bueno de las Cosas. Así, el actor se planta el uniforme de madero y nos muestra su historia en ese margen de la línea que se presume el "correcto" en contraste con el camino del criminal.

Por último, saltamos una generación para entrar de lleno en el acto final, más endeble que las pasadas fases, porque una vez que avanzamos en la cinta somos capaces de predecir a dónde quiere llevarnos nuestro amigo Derek, además de que el fragmento es el mismo vivido una y otra vez en otras experiencias cinematográficas. Ahora son los prometedores jovencitos Emory Cohen (Four) y Dane Dehaan (Chronicle, Sin Ley, Lincoln) los que cuelgan el broche a este sombrío cuento con paradoja que pierde el norte unas veces y se reencuentra con lo mejor de si mismo otras para deleite de un público obnubilado ante la lírica agridulce de un Cianfrance desorientado.
Un verso en mitad de un muy bien ambientado bosque con una sensacional banda sonora como fondo, obra del virtuoso Mike Patton (Red de Mentiras o Black Hawk Derribado), que no sólo se presenta inquietantemente ensoñador, sino que también se torna espeso al andar sobrado de líneas, porque dos horas y cuarenta minutos resultan demasiados en un film arrítmico que no siempre es eficaz en su configuración al resbalar como un ambicioso relato dramático en ciertos tópicos, carencias y excesos que alejan de la perfección a este último largometraje del realizador, quien ha querido ir más allá de las posibilidades que le ofrecen, por el momento, su talento y conocimientos en la realización y guión.
Arriesgar, vivir al límite, calcular las consecuencias de nuestros movimientos, responsabilizarnos de ellos, cruzarnos con otros en el camino, cambiar el nuestro, cambiar el suyo y jugársela hasta chocar, como un motorista especialista en una gran bola de metal que da vueltas y vueltas poniendo en peligro su vida y la de sus compañeros. A pesar de todo lo negativo, otra vez Derek Cianfrance nos alecciona, como puede y no tan malamente, la cara más jodida de este mundo y de una sociedad hipócrita y corrupta que olvida que hace tiempo dejó de ser como una película de superhéroes, dividida en buenos y malos, porque ahora el asunto ya no va de eso, sino de circunstancias. La hostia duele.