Nota: 7,5
Lo mejor: que Robert Redford se atreva con un proyecto de estas características.
Lo peor: que es uno de esos títulos a los que hay que acudir sobre aviso.
Robert Redford, a sus 77 años, tiene más marcha encima que Mick Jagger, Sylvester Stallone y Silvio Berlusconi juntos. No se entiende de otra forma que el veterano, en el lapso de 6 meses, haya estrenado dos de las películas más exigentes a nivel personal de toda su carrera. Por un lado, su noveno esfuerzo en la dirección con el competente thriller de la vieja escuela Pacto de Silencio, en el que también se reservaba el papel coprotagonista y, por el otro, esta Cuando Todo Está Perdido, en la que, aunque no dirige ni produce, interpreta al único personaje de toda la función, poseedor del 100 por 100 de los planos, compartidos únicamente con el Océano Índico. Se trata de un ejercicio tan lucido como exigente, tanto para el intérprete como para el espectador, pero también la prueba viviente de que Robert Redford es uno de los veteranos más inteligentes de Hollywood, cuya inquietud, a diferencia de la mayoría de sus contemporáneos, se traduce en proyectos selectos con un mínimo de calidad garantizada. Desde esa perspectiva, la oportunidad de pasar dos horas en alta mar con la única presencia de su compañía debería considerarse todo un regalo.
El día después de que se anunciaran las nominaciones a los Oscar, además de en la puerta de Jennifer Lawrence, Leonardo DiCaprio, Cate Blanchett o Matthew McConaughey, un número inusual de periodistas también estaban apostados en la rueda de prensa encargada de inaugurar el Festival de Sundance, que preside Redfod desde 1983. El elefante en la habitación era la ausencia de una nominación para el veterano por Cuando Todo Está Perdido, ya que su nombre aparecía en la mayoría de las quinielas incluso con más fuerza que el de Christian Bale, finalmente candidato por sobrevivir a una caracterización asesina en La Gran Estafa Americana. El protagonista de El Golpe no dudó en romper el hielo al confirmar su decepción ante los allí presentes, calmado y resignado, apelando a que "Hollywood es un negocio" y lamentando que quizás la campaña promocional de la película no ha sido la adecuada.
Y es toda una pena, porque bajo una mata de pelo rubio-imposible, tras esos dientes como pastillas de chicle y ese cutis del que ya no es capaz de hacerse crecer barba sino pelusa, Redford aún lo tiene; todavía posee esa seguridad en sí mismo cautivadora, acrecentada si cabe por las cicatrices de la experiencia visibles en su rostro, y no debería encontrarse en una situación en la que tenga que quejarse -probablemente con razón- de falta de atención. Más flagrante resulta el asunto cuando encima nos encontramos ante una de las mejores interpretaciones de su carrera, la de un personaje estrella que no sólo se desnuda al completo ante la cámara, sino que además carece de historia de fondo e incluso de motivaciones más allá de la pura supervivencia. Por no tener, el protagonista no tiene ni nombre. Le conocemos ya en alta mar, lidiando con un pequeño agujero en el casco de su barco y en ningún momento somos conscientes de las razones del viaje o de su vida más allá de una pequeña carta encerrada en un frasco de cristal, -que supone casi la única escena con diálogo de toda la cinta-, que tiene mayor sentido como una despedida de este mundo, que como una declaración de intenciones. Sólo Redford y sus ganas de vivir. Más que suficiente.
Pero el del rubio no es el exclusivo nombre propio de la cinta por mucho que sea el único que da la cara. Al guión y a la dirección nos encontramos a D. J. Cotrona en la que es su segunda película tras la estupenda Margin Call, en cuya premiere desde Sundance conoció a Redford y empezó a gestar este proyecto. Con 8,5 millones de dólares, parte con el apoyo del actor Zachary Quinto (Héroes, Star Trek) a la producción, Cotrona se ha basado en la fórmula "Hombre Vs Naturaleza" para elaborar un relato más visceral que preciosista, pero sin renegar del todo de la belleza y capacidad de sobrecogimiento que ofrece el horizonte marino de los célebres Baja Studios (Titanic, Deep Blue Sea), en México. Más que bien rodada, que lo está, la cinta logra mantener el interés sin palabras gracias a una comunión especialmente prolífica entre aspectos tan esenciales como la fotografía, la espléndida composición sonora de Alex Ebert (líder de la banda Edward Sharpe and the Magnetiz Zeros) o el montaje, que adoptan un mayor protagonismo ante la ausencia de otros elementos y cumplen su función de forma sobresaliente.
Mientras que durante los últimos años hemos asistido a un número inusitado de historias ambientadas en alta mar, no encontraréis en Cuando Todo Está Perdido la espectacularidad de La Vida de Pi, la épica de Kon-Tiki o la tensión de Capitán Phillips, o por lo menos no en dosis equivalentes. La última película de Robert Redford es un ejercicio clásico de supervivencia, con el adjetivo "dramático" predominando sobre cualquier otro que se le pueda atribuir y haciendo honor al mismo con un relato descorazonador y desesperante no apto para los amantes de las digestiones rápidas. Su personaje protagonista no tiene tiempo para las metáforas existenciales, los retos de autosuperación o las reflexiones trascendentales. Este viejo lobo de mar se encuentra únicamente centrado en seguir hacia delante, sin desesperar incluso cuando el progreso -en forma de superbarcos- convierten a su navío, a la deriva pero cargado de dignidad, en una gota invisible en el océano. Tanto el de verdad como el hollywodiense.