Nota: 6,5
Lo mejor: es directa y eficaz.
Lo peor: que en ningún momento pretende competir en primera división.
Es curioso que el mismo verano del estreno de Los Mercenarios 2, un homenaje a la época dorada del género, nos llegue el remake de una de las películas más infames de su principal protagonista para recordarnos cómo es eso de la acción de la vieja escuela. Simpleza y contundencia, esas son las bases de la fórmula que Dredd sigue a rajatabla en un panorama dominado por los alumnos de Bourne con su mareante cámara y los superhéroes contemplativos con ínfulas de grandilocuencia. En ese sentido, esta segunda versión de la novela gráfica de John Wagner y Carlos Ezquerra logra convertirse en la otra cara de la moneda en las adaptaciones comiqueras del momento, y vaya si se agradece.
Lo mejor de todo es que esa sencillez de la que hace gala el filme no se traduce en pereza. La ciudad de Megacity y su contexto nos son descritos en su prólogo en menos tiempo de lo que dura el tráiler de la película sin que necesitemos más información para seguir la trama. Se trata de una urbe donde la superpoblación ha llevado al gobierno a crear un una figura legal total. Un policía, juez y verdugo que agiliza el proceso judicial ajusticiando a los criminales simultáneamente a su captura en las calles. Lo que nos cuenta Dredd es un día normal de patrulla en la vida de uno de esos soldados urbanos que se queda atrapado en un bloque dominado por las bandas. El análisis político-social queda relegado a la discrección del espectador y todo gira en torno a la casi invisible línea que separa la vida y la muerte para los habitantes de esta sociedad distópica.
Que el personaje principal no revele su rostro en todo el filme es el mejor ejemplo de esas intenciones. La personalidad de Dredd no interesa. Con alejarse de la encarnación de Stallone, sin chistes repetitivos ni esa sombra de autismo, es suficiente. Tampoco podemos decir que el triunfo en el retrato del personaje sea obra de su intérprete, Karl Urban, sino más bien de un guión que prefiere derivar el componente psicológico en el rol de su compañera, la novata Anderson (Olivia Thirlby), dejándo a una pura máquina de matar inmaculada en el lugar central. Lo mismo sucede con la villana, Mama. Una encarnación del mal más irracional y visceral que sólo funciona por ese antagonismo casi perfecto con el héroe, sin contar la agradable sorpresa que supone ver a Lena Headey (Cercei en Juego de Tronos) con una caracterización tan extrema.
Es cierto que las cámaras de vigilancia aparecen y desaparecen según le interesa al guión y que las motos siguen siendo horrorosas aunque ya no parezcan un homenaje retro a los Power Rangers como en la cinta de 1995. Tampoco podemos decir que Mama cuente con algún esbirro predilecto que aporte más carisma a esa montaña de carne que son los villanos del filme (el personaje de Wood Harris es un intento). Pero más allá de esos detalles puntillosos, lo único que se le puede achacar a esta película son sus pretensiones de perfil bajo, ya no argumentalmente, lo que ya os digo que me parece estupendo, sino a un nivel tan básico como el que concierne al desarrollo y planteamiento de la pirotecnia en pantalla y que seguro son resultado de los escasos y cobardes 45 millones de dólares de presupuesto. Tampoco me entendáis mal. Dredd basa ese aspecto en un muy bien medido equilibrio entre la acción clásica y los efectos digitales para lograr la mayor crudeza posible. Vamos, que no cuenta con malas escenas de acción ni mucho menos. Lo que sucede es que tiene muchas, muy seguidas y poco diferenciadas. Falta ese tiroteo entre columnas de la primera Matrix, esa entrada a un avión en plena caída libre de Goldeneye o ese asalto a la torre Burj Khalifa de Misión Imposible IV. Le faltan 20 millones.
Pero que ese aspecto de película privilegiada en la estantería del videoclub no os haga pensároslo dos veces. Dredd es una ensalada de tiros cocinada con oficio y aliñada sin ninguna mesura de esas que no se encuentran en los restaurantes de diseño tan de moda hoy en día. Dredd es cocina casera, pero de la buena. El realizador Pete Travis ha logrado redimirse de la horrorosa En El Punto de Mira (sí, ese thriller rodado en Salamanca) al rescatar para el gran público al que puede llegar a convertirse en uno de los héroes de acción más socorridos de nuestro tiempo, si la taquilla permite continuar con la franquicia. Eso sí, para la próxima exigiremos un poco más de ambición en la historia y no una copia encubierta de The Raid (2011, Gareth Evans), que sí ha tenido la mala suerte de caer directamente al mercado doméstico en nuestro país, sencillamente, por no arroparse al abrigo de una licencia comiquera como esta Dredd que nos ocupa.