Nota: 7
Lo mejor: una puesta en escena titánica, perfectamente adaptada a cada época y rebosante de personalidad y cuidado por el detalle. Lo peor: contiene tantos relatos que es imposible que gusten todos por igual. Y alguna caracterización.
Y volvieron los Wachowski, esa pareja de cineastas más raros que un perro verde que ni saben -ni quieren aprender- a hacer una película normal. Ya sea un clásico de culto (Matrix), un divertimento palomitero (sus secuelas) o un caramelo envenenado salido de la peor digestión de Tim Burton (Speed Racer), los hermanos sólo conocen la transgresión, la total ruptura de los dogmas a su conveniencia y necesidad; ya sea alterando las leyes de la física, la paleta cromática del mundo real o -como es el caso- jugando con el espacio y el tiempo, obteniendo siempre con cada uno de sus trabajos una respuesta tremendamente polarizada. De ahí que El Atlas de las Nubes, siendo como es la película más grande que jamás haya parido este dúo, estuviera destinada a ser la más polémica de todas; brillante a ratos, descarademente manipuladora por momentos y con un pie en la frontera del ridículo en contadas ocasiones, pero siempre especial.
Cuando digo que Cloud Atlas es el mayor trabajo de los Wachowski no me refiero a que sea su mejor película, sino la de mayor dimensión, tanta, que han hecho falta las manos de otro realizador, Tom Tykwer (Corre, Lola, Corre, El Perfume), para convertir la adaptación de la novela de David Mitchell, escrita en 2004, en una realidad. Se trata de un proyecto que ha tardado cuatro años en rodarse en su totalidad (parte en Mallorca), con incontables parones en la producción por falta de financiación y actores como Tom Hanks y Hugh Grant tomando vuelos rápidos para grabar sus tomas por pura convicción, sin percibir ni un atisbo de sus salarios habituales. Y es que sobre el papel, Cloud Atlas es un relato que incluso cuesta ver adaptado en formato miniserie, no os digo ya en una película -eso sí, de casi tres horas-, pero también es una de esas historias totales, definitivas, rebosantes de épica y que profundizan en la naturaleza humana bajo una premisa tan ambiciosa como la de que todo océano está formado por muchas gotas pequeñas. Y no es más sutil en el resto de aspectos.
Seis son los relatos, cada uno con sus propios personajes, contextos y circunstancias, los que nos presenta Cloud Atlas. Por un lado y bajo la batuta de Tykwer en el reparto de tareas, tenemos las historias que se ambientan en 1936, 1973 y 2012, mientras que las que transcurren en 1849, 2144 y 2321 corresponden a los Wachowski. En cierto sentido es algo parecido a hacer trampas, regalando a cada tipo de espectador exactamente lo que quiere ver, ya sea -por orden cronológico- un drama abolicionista protagonizado por un abogado y un esclavo, una historia de amor entre dos jóvenes antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, un thriller de conspiraciones por parte de maléficas compañías petrolíferas, una comedia protagonizada por un anciano encerrado en una residencia, una distopía en la que las compañías tienen permitido fabricar humanos como mano de obra o una aventura de ciencia ficción en un futuro post-apocalíptico. Todo ello narrado además por la versión anciana de uno de sus protagonistas en la que es la séptima línea temporal de la película.
Como es lógico ante una oferta tan variada, no todos los relatos funcionan igual de bien y ni siquiera lo pretenden. Cada uno es hijo de su madre y cuenta una historia susceptible de ser extraída por completo del collage sin que pierda su sentido, pero sí su gracia. Y es que la gran baza de éste filme no radica en la originalidad o incluso brillantez de sus historias separadas, sino en la forma en la que dichas tramas confluyen y se retroalimentan, no ya mediante una herramienta tan manida en el subgénero de las vidas cruzadas como es la gran carambola final en la que se desvela la relación de todos los personajes, sino gracias a una labor cincelada en cada escena, casi en cada plano -la cicatriz, el botón, la melodía-, resultado directo de una perfecta sincronía entre el trío de realizadores, conscientes de sus respectivos puntos fuertes y de cuándo ponerlos en práctica al servicio de un ritmo único. No el de ninguno de los seis relatos, sino el de la propia Cloud Atlas.
Si algo podemos achacarles a los Wachowski y a Tykwer es el haberse visto contagiados en exceso por esa ambición narrativa, como si estuvieran obligados a trasladar tanta grandeza a la planificación visual de la película. El Atlas de las Nubes lo quiere todo; que llores, rías y que te estremezcas, y encima lo quiere a lo grande, apelando a un sistema de medidición tan básico como la causa y efecto. Las tormentas son tan apoteósicas en el siglo XIX como en el XXIV y lo mismo sucede con la intensidad de las diferentes historias de amor a las que asistimos en la película, de ésas que marcan toda una existencia. Por tanto, estamos ante un título tremendamente exigente que cae en el riesgo de abrumar al espectador más allá de los primeros minutos, donde la sensación de caos ante los constantes saltos temporales es insalvable, y le pide que se deje llevar, arropándole con una fotografía prodigiosa a cargo de Frank Griebe y John Tolly y siendo guiado paso a paso por el libreto de los propios cineastas. Herramientas, todas, propias de un cine más manipulador que juguetón y que obligan a tomar una determinación a la hora de enfrentarse a la cinta, la de pasar o no por el aro.
La recomendación de una visión abierta en torno a la apreciación del trabajo del reparto no es casual, ya que aunque los intérpretes mantienen un aspecto muy cercano al que todos estamos acostumbrados cuando son los protagonistas de sus relatos, es cierto que alguna caracterización secundaria parece sacada de un mal día del maquillador de Javier Fesser, como alguna nariz demasiado 'pegote' o ejemplos más concretos, como Hugo Weaving disfrazado de enfermera a lo Alguien Voló Sobre el Nido del Cuco o el denteroso rol de Tom Hanks en el relato que tiene lugar en el siglo XIX, pero en general, estamos ante un trabajo esforzadísimo que ha sido capaz de transformar a Halle Berry en una mujer blanca o a Doona Bae en una occidental con total credibilidad, con lo que un agente Smith demasiado pelirrojo o una bruja 'apinochada' no deberían ser un problema, y menos cuando todos los miembros del reparto están dando el máximo por establecer las diferencias entre sus papeles, con mención especial para Hanks, James D´Arcy y Jim Broadbent.
El verdadero motivo que impide que El Atlas de las Nubes abrace la maestría y suponga un regreso contundente para los Wachowski reside en su propio patrón de corte, elegido no por casualidad y que, a la luz del resultado final y después de haber recbido todos los calificativos malditos posibles, se desvela como el proyecto más lógico y natural por parte de unos directores que han logrado cambiar los tiroteos a cámara lenta por la ausencia total de miedo como su estandarte personal. Éste es el tamaño del cine que hacen los Wachowski, carente de los límites de los que no prescinden para bien o para mal otros narradores grandilocuentes como James Cameron o Peter Jackson, quizás, más conscientes de hacia qué público dirigen su obra.