Nota: 8,5
Lo mejor: el segundo acto y la banda sonora, la más épica de toda la saga.
Lo peor: alguna salida fácil del guión mal disimulada.
Olvidaos de todo lo que creíais saber sobre las adaptaciones de cómics. Borrad del recuerdo esa pachanguilla cachonda que fue Los Vengadores y ni penséis en trepamuros con deja vus y crisis de identidad. Ni siquiera -y esto es lo mas importante-, tengáis en cuenta el referente inevitable: The Dark Knight. Porque todo aquel que pretenda asistir a la cinta de superheroes definitiva con Rises va a salir desilusionado. Ese fue un techo que ya tocó la saga en 2008. Un mérito, el de representar a todo un género, que Nolan ya atesora en su mesilla sin discusión alguna. Y es por eso, porque hablamos de un creador y no de un egomaníaco a la caza del éxito fácil, que lo que ha hecho con El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace ha sido mirar hacia adelante, seguir volcando su mensaje como cineasta mediante una de sus películas más personales que solamente se sirve del escaparate que le brinda el murciélago más famoso de todos los tiempos. Una historia potentísima con vida propia dentro del obligado cierre de la trilogía en la que incluso las ataduras del propio personaje y sus circunstancias parece que estorban y son obstáculos a salvar. Eso no quita para que The Dark Knight Rises sea una gran película, pero sí le impide convertirse en La Gran Película de Batman que muchos esperaban y asegura la polémica.
El problema es que se nota la distinción entre la historia que quiere contar Nolan y la que TIENE que contar. Por eso hay 45 minutos que son impepinables. Tres cuartos de hora donde el realizador se desata y ofrece uno de los mensajes más contundentes vistos jamás en pantalla, y otras dos horas donde Nolan "simplemente" despacha el último capítulo de la historia del personaje, eso sí, sin perder su habitual buen hacer. Se trata de un desequilibrio que le roba a la función esa perfección casi matemática que poseía TDK y la acerca muchísimo a Begins, pero con un gran plus añadido, el de un realizador que hoy en día se puede permitir hacer mucho más que una adaptación y un cierre de trilogía al uso.
Al tener las miras puestas en esa historia dentro de otra historia tanto en su faceta de guionista como de realizador, Nolan no se corta a la hora de moldear las circunstancias del héroe a su antojo con más o menos cuidado. Por eso nos reencontramos ocho años después de los hechos narrados en la anterior cinta con un Bruce Wayne mucho más cascado de lo que recordábamos, porque tanto el bastón como la desalentadora revisión médica sirven para dibujar a un héroe más crepuscular, un reflejo exterior de un alma tremendamente dañada que aún está por caer en el más profundo de los pozos. Es decir, al personaje que busca Nolan para protagonizar su verdadero relato.
Esa es una historia sobre la impotencia, la de todos los ciudadanos lúcidos que asisten, ya sea mediante la televisión o en sus propias carnes, al declive del sistema que ha funcionado desde que tienen uso de razón. A la cada día más evidente brecha entre los avariciosos que la han ido cavando y la gran mayoría que forma el otro bando. Se trata de una radiografía totalmente contemporánea en la que Nolan se atreve a predecir un futuro con ecos a la Revolución francesa que sólo necesita a un Robespierre (Bane) que encienda la mecha del terror. Si el Joker representaba la maldad pura y dura, la némesis encarnada por Tom Hardy va más allá y se autoimpone la condicición de juez de toda la humanidad, representada aquí por una Gotham más neoyorquina y luminosa que nunca. Sí, es un villano con menos carisma que el que inmortalizó Heath Ledger a pesar del extraordinario dominio del lenguaje corporal del que hace gala Tom Hardy y en el tramo final pierde empuje, pero mediante su característica -y bien doblada- voz se escucha con más fuerza que nunca el mensaje que Nolan quiere contarnos: un alegato brutal contra un capitalismo moribundo que encuentra en Bane el verdugo mas honesto posible para poner fin a su agonía. Es decir, un discurso trascendentalista en toda regla que no esconde su pretensión filosófico-reflexiva. Eso es lo que aporta realmente The Dark Knight Rises por mucho que venga camuflada de uno de los blockbusters del verano.
Más allá de ese segundo acto apoteósico e inclasificable, Rises acerca más si cabe la fórmula utilizada por Nolan en Begins a la de una película de James Bond. Algunos secundarios funcionan a las mil maravillas como Catwoman, auténtica sorpresa del filme, brillantemente descrita y encarnada por Anne Hathaway, o el Comisario Gordon (Gary Oldman), que al igual que en las anteriores entregas es utilizado por Nolan como el ayudante del héroe, una especie de Robin disimulado que encuentra aquí un irónico compañero (el que haya visto el filme sabrá a qué me refiero) en la figura del joven policía Blake (Joseph Gordon-Levitt), otro de los aciertos de la película. Por desgracia, el resto de personajes no funcionan tan bien. Es el caso del caricaturesco Capitán Foley (Matthew Modine), o el de Miranda Tate (Marion Cotillard), personificando un interés amoroso algo desdibujado hacia Wayne. Incluso Alfred, con más peso como el Pepito Grillo del protagonista que a modo de contrapunto cómico, termina resultando un engranaje poco pulido a pesar de la maestría de Michael Caine.
El que merece un punto y aparte es Christian Bale, sin duda, el intérprete de mayor calidad que jamás haya encarnado a Batman. Tras tres entregas, el niño que conocimos en El Imperio del Sol es mas Bruce Wayne que nunca. El actor consigue finalmente trascender la discrección a la que estaba destinado su personaje entre tanto villano grandilocuente y un realizador que se deja notar en cada plano aportando ese aire torturado que solo había sabido captar -y no con tanta contundencia- Michael Keaton. Seguramente, cierto caos respecto a la identidad secreta de Batman ayuda a la causa. Me refiero a esa indistinción que termina haciendo el guión entre Batman/Wayne incluso al ser mencionado por otros personajes, algunos, conocedores del gran secreto practicamente "porque sí". No digo que se eche de menos una profundizacion en un debate que Spiderman, por ejemplo, no pierde la oportunidad de tocar en cada una de sus películas, el del héroe cuya verdadera identidad esta a punto de desvelarse, pero sí un poco más de solidez y menos conveniencia de cara al desarrollo de la historia, que es, en síntesis, el error del que llevamos hablando durante toda la reseña.
Como suele ser habitual, ese oportunismo es más evidente en las escenas de acción. Todas las actuaciones de Bane son impecables, pero, nuevamente, parece que al Nolan escritor le da pereza esforzarse cuando es el turno del murciélago para lucirse. El mejor ejemplo lo encontramos en
Pero mas allá de esa dualidad del realizador, El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace está muy lejos de ser únicamente la cinta de superheroes del año y sí más cerca de una de las propuestas más arriesgadas e incendiarias que se puedan ver en una sala de cine dentro de cualquier género, nacionalidad y presupuesto. La última pelicula de Nolan sobre Batman ha terminado convirtiéndose en otro ejemplo de la necesidad de expandir su imaginario que tiene el responsable de Inception, que ofrece aquí una película antisistema de 200 millones de dólares sin un minuto de respiro, algo que no se ve todos los días. Seguro que no es lo que la gran mayoría esperaba, incluso puede que tampoco lo que se merezca el héroe cinematográfico de nuestro tiempo como despedida, pero sí convierte a la trilogía de El Caballero Oscuro en todo un hito de la historia del cine por resucitar a un héroe maltratado, elevarlo hasta el olimpo, y, finalmente, servirse de él para retratar a toda una época en celuloide. Porque esto nunca fue sólo sobre Batman, sino sobre todos nosotros.