Nota: 2
Lo mejor: esta campaña de publicidad viral.
Lo peor: que hayan encontrado este "metraje perdido".
Herencias hay de todo los tipos, pero la que ha provocado El Proyecto de la Bruja de Blair, a 15 años de su estreno, está claro que no es de las buenas. Y es que aunque el falso documental (o mockumentary) tenga incontables precedentes a la mencionada cinta brujeril -Ciudadano Bob Roberts, de 1992, es uno de mis favoritos-, su éxito ligó el formato irremediablemente al género de terror hasta desembocar en aproximaciones más o menos originales a las diferentes figuras del universo fantástico que saturan a día de hoy nuestras pantallas. Aunque, como sucede en toda moda, siempre contamos con algún título rescatable, como Chronicle o Troll Hunter, es la saga Paranormal Activity, con sus 5 entregas y pocas ganas de parar, la que se ha erigido como referente chusquero del subgénero; y de ella bebe de forma aún más chapucera esta El Heredero del Diablo en su empeño por ofrecernos la enésima revisión de la historia que ya cerró magistralmente Polanski en 1968 con La Semilla del Diablo (Rosemary´s Baby).
Una vez más, la explicación para el "inusual" punto de vista mediante el que observamos los hechos pasa por una obsesión enfermiza del varón protagonista por grabar constantemente a su mujer, así como todas las cosas de familia americana media que llenan sus vidas (menos el sexo, claro). Poco importa que ante sus ojos se esté dando un fenómeno sobrenatural o que algún personaje esté a punto de perder la vida, ya que el protagonista mantiene siempre firme su cámara, con el premio gordo del programa Impacto Súbito marcado como objetivo. En este caso, la excusa pasa por dejar retratado para la posteridad un embarazo más problemático que el de Alien 3, resultado de una Luna de Miel algo difusa en la República Dominicana.
La película no sólo evita profundizar en cualquiera de sus claves en todo momento, con el ejemplo de las siluetas inmóviles que acechan a los protagonistas como mejor metáfora de su parálisis argumental, sino que la propia ejecución de su historia ya da por hecho que el espectador ha leído el título de la película y es consciente de qué se está fraguando en el vientre de la gestante, anulando por tanto cualquier ventana a la sorpresa. Pero la cosa tiene truco, ya que poco importa que la falta de misterio sea asumida por todo el mundo menos por la pareja protagonista, más empalagosa que Anne Igartiburu bañada en chocolate, ya que la fórmula se respeta con el incremento gradual de los fenómenos fantásticos, justificando el tercer acto con el único golpe de talonario de la película, insatisfactorio tras hora y media de torpe calentamiento.
Su recta final no desvela nada, porque no existe en El Heredero del Diablo ningún elemento que vaya más allá del de una ecografía satánica y borrosa de hora y media de duración, sin especial virtuosismo visual ni interpretaciones creíbles o ajustadas para sus jóvenes estrellas, Allison Miller (Terra Nova) y Zach Gilford (El Último Desafío). La pareja de directores Matt Bettnelli y Tyler Gillet, que debutaron hace dos años con uno de los segmentos del filme recopilatorio V/H/S, se ha limitado a fraguar el enésimo refrito de un género con salida fácil que se sirve de un formato especialmente barato y, por tanto, propicio a la sobrexplotación sin ingenio ni ganas. Por desgracia, los 7 millones de dólares que ha costado este hijo del averno, rentabilizados sólo con los 16 que ha recaudado en Estados Unidos, nos aseguran que el formato seguirá desprestigiándose hacia una herencia más que discutible.