Crítica de cine: 'El Lobo de Wall Street'

Publicado el 17 enero 2014 por Lapalomitamecanica
Ahora sí, DiCaprio es el Rey del Mundo

Nota: 8
Lo mejor: Leonardo DiCaprio, sin duda.Lo peor: se alarga un poco más de lo que debería.
"La verdad, damas y caballeros, es que la avaricia, a falta de una mejor palabra, es buena. La avaricia es el camino correcto. La avaricia funciona. Atrapa, atraviesa y captura la esencia del espíritu evolucionista". No, no lo dijo Jordan Belfort, sino Gordon Gekko, el icono bursátil creado por Oliver Stone en los 80. Y es que mientras algunos tenemos a Batman, Superman o Spiderman como nuestros admirados y modélicos superhéroes, el protagonista de El Lobo de Wall Street había elevado desde su infancia al villano de las finanzas a ese omnipotente estatus, compartiendo un sueño gemelo con el rostro verde de Benjamin Franklin. Muchos Benjamin's Franklin's. Belfort luchó por convertirse en el hombre más rico del paraíso financiero neoyorquino, llegó a la cima y cayó como un montón de mierda en el estercolero de la ruina y el fracaso. Ahora, Martin Scorsese nos acerca a la historia real del broker más caricaturesco de Wall Street en su quinta -y mejor- colaboración con un DiCaprio en el papel de su vida. Amigos, bienvenidos a esta fiesta del exceso, la pasta, los lujos, las putas, el sexo, las drogas -muchas drogas-, pero, sobre todo, de la diversión.
Y es que El Lobo de Wall Street, además de un relato sobre el éxito y decadencia de un personaje que surge de la nada, es un ejercicio cinematográfico de un entretenimiento brutal que ofrece una visión bizarra y tremendamente cómica de los hechos, sin cortarse un pelo a la hora de mostrar los vicios y las excentricidades de esos psicópatas de traje y corbata que deambulan por la célebre calle de Manhattan. Una perspectiva tan estrafalaria e increíble que uno comienza a dudar de lo que Marty narra en pantalla, pero si disparar enanos a una diana en la oficina de trabajo fue un acontecimiento verídico según desvela la biografía del Belfort real (con cameo incluido), pocas licencias más, por inimaginables que puedan parecer, se habrá permitido el realizador.

Scorsese no sólo no censura las situaciones más inmorales y políticamente incorrectas en las que se envuelve el protagonista, sino que es capaz de asemejar su mundo al gansteril, tantas veces reflejado por el director en grandes y recordadas obras como Uno de los Nuestros, Casino, Gangs of New York o, más recientemente, Infiltrados. Es por eso que no existe mejor cineasta que él para adaptar a la gran pantalla las grotescas vivencias del especulador más listo y cabrón de Wall Street. Así, el responsable de Hugo (crítica aquí) regresa a sus negros y cínicos orígenes, esos de la época dorada de Pesci y De Niro, y estampa su virtuosismo frenético y reflexivo desde el primer minuto, con una introducción demoledora, hasta el último (significativa escena la del agente de policía en el metro durante el último acto), sin posibilidad de desvincular de la cinta su estilo, estructura y brillantez únicos. Aunque no ha sido sólo la magia del talentoso Marty la única responsable del exitoso resultado de la película, pues Terence Winter tiene gran parte de culpa gracias a la confección de un libreto creativo, inteligente y mordaz. Y es que no es casualidad la elección para el puesto de un tipo autor de los guiones de las dos series sobre mafia más grandes de este siglo, Boardwalk Empire y la ya extinta Los Soprano.
La triada de reyes la culmina un sobresaliente Leonardo DiCaprio. la fórmula se resume en que DiCaprio es Jordan Belfort y Jordan Belfort es DiCaprio, y ambos, carácter e intérprete, se fusionan para capitanear una historia ambientada en los 90. En un momento álgido de la Bolsa e irregularidad legal, Jordan Belfort, un joven modesto de Long Island con un don para la venta, es contratado para una empresa inversora donde uno de los mandamases -en una anecdótica intervención de Matthew McConaughey- le enseña a despojarse de la ética profesional y a ser un capullo con una sed de dinero y una ambición insaciables. Tras la bancarrota de la compañía, Belfort aterriza en una pequeña oficina de cuestionable legitimidad dedicada a la venta de bonos basura en la que resulta ser el puto amo, acumulando unas ganancias que le permiten fundar su propia firma, Stratton Oakmont, junto a su nuevo amigo y socio Donnie (Jonah Hill) y algunos novatos rescatados de las calles (entre ellos un genial Jon Bernthal, de The Walking Dead), a los que adiestra en las hábiles y viles artes del broker. El éxito de la compañía y los incalculables beneficios conducen a Belfort a una espiral de dinero, orgías, convites locos, putas, drogas de todo tipo y despilfarro dentro de la oficina y fuera que terminarán levantando las sospechas de la policía y condenando a nuestro protagonista al fracaso más estrepitoso.

La actuación de la estrella por excelencia de la cinta es simple y llanamente perfecta, encargándose de soportar casi todo el peso de un metraje de tres horas en el que prácticamente el 90% de las escenas las protagoniza su personaje, que comienza como un humilde chico con unos principios morales rectos hasta involucionar a una bestia salvaje sin escrúpulos gobernada por el dinero y adicta hasta al polvillo de la tiza, tan encabronadamente listo y con una personalidad tan atractiva que al mamón le confiarías hasta los ahorros de tu hipoteca. Y sólo le hace falta un teléfono para convencerte. Una metamorfosis que el espectador ya hubiera entendido sin la necesidad de unos muchos minutos que redundan innecesariamente en las incontables escenas de juerga-sexo, juerga-sexo y juerga-sexo que se encuentran en la película, cuya omisión no hubiera cambiado absolutamente nada.
Y si a DiCaprio le sienta como un guante -blanco- el rol del corredor de bolsa, no podemos decir menos de los papeles que ocupan los secundarios, especialmente el del orondo Hill caracterizado como un castor con esmoquin gracias a esa sobresaliente mandíbula, en un rol además que acentúa aún más el tono cómico del film, a cuyo infinito reparto se suman numerosos conocidos como el director con los rostros de Jon Favreau (Iron Man), Jean Dujardin (The Artist), Kyle Chandler (La Noche más Oscura, Friday Night Lights), Rob Reiner (Rockefeller Plaza, New Girl) o Margot Robbie (Una Cuestión de Tiempo, Pan Am), invitados a una fiesta que deja a las celebradas por Berlusconi a la altura de una reunión del club de ajedrez.

El Lobo de Wall Street perpetuará su leyenda en la Historia del cine como algo más que un bizarro reflejo de los entresijos bursátiles y una cruda reflexión sobre la condición humana, legando a todo un hijo de puta icónico cuyo nombre será recordado por generaciones e identificado con un único hombre: DiCaprio, cuya ambición -tan implacable como la de Jordan Belfort- por alcanzar el reconocimiento dorado le ha llevado a evolucionar de aquel "forracarpetas" adolescente de los 90 que hacía de mojabragas en romances empalagosos hasta el respetado actorazo infalible que es a día de hoy, lo que queda ya constatado en la más grande interpretación protagónica de toda su trayectoria. Y para eso, amigos, no le hace falta un Óscar.