Crítica de cine: 'El Quinto Poder'

Publicado el 28 octubre 2013 por Lapalomitamecanica
¿Terrorista de la información o mesías cibernético?

Nota: 5,5
Lo mejor: Daniel Brühl y los títulos de crédito iniciales.
Lo peor: es efectista, superficial y -lo peor de todo- aburrida.
A este primer acercamiento cinematográfico al polémico caso Wikileaks, con la imparcialidad sobrevenida de la que hace gala al estar basada en una novela escrita por uno de sus protagonistas, tampoco le hacía falta la campaña de desprestigio emprendida por el propio Julian Assange (que incluso produjo un combativo documental que se estrenó en Reino Unido el mismo día que lo hacía la cinta) para revelar su auténtica naturaleza. Y es que mientras el fundador de la afilada web aún permanece escondido en la embajada de Ecuador en Londres, perseguido oficialmente por las autoridades suizas y oficiosamente por las de medio mundo, despojado del apoyo de momentáneos mecenas y más aislado en sí mismo y en sus ideas que nunca, la aparición de una película que presume de capturar el encuadre completo, en un momento cronológico en el que la historia aún no tiene final, es una contradicción en sí misma. Y si además a dicha cinta se le notan más de lo que deberían las ganas de servirse de un contexto caótico que las intenciones por desgranarlo, si a su director no le tiembla la mano a la hora de sacar la brocha gorda del sensacionalismo, poco importa que dos grandes intérpretes se dejen las tripas ya que la verdad no hará acto de aparición por ningún lado. 
El quinto poder, surgido como término hace apenas una década, hace referencia a las posibilidades que ofrece Internet como herramienta de organización social, puesta en común de conocimientos y respaldo de ideas fundamentalmente revolucionarias; y como todo movimiento al servicio de la sociedad que es, necesita a un ideólogo e impulsor. Ésa misión, la de colocar a Assange en una posición tan mesiánica como controvertida, es la que se ha propuesto El Quinto Poder, la película. Porque el último trabajo del realizador Bill Condon (Dioses y Monstruos, Kinsey) no quiere contar ninguna historia, ni mucho menos ofrecer una herramienta útil para la reflexión, sino que se limita a contribuir con su mera existencia, la de un biopic cinematográfico con cierto lustre, a la resonancia mediática que han tenido unos hechos que cada día parecen estar más lejos de ser esclarecidos, pero que han colocado innegablemente a Assange en un huracán de consecuencias aún por determinar.

El Quinto Poder comienza directamente en 2007, cuando Assange y un joven activista informático llamado Daniel Domscheit-Berg cruzan sus caminos y se convierten en el Quijote de la libertad de información y en su respectivo Sancho. El problema es que su relación de mutua dependencia, ya sea basada en la admiración o en la mera conveniencia, no es el eje del relato, sino el catalizador, como tampoco lo es el ascenso y la lucha por la supervivencia de Wikileaks contra sentencias judiciales y ataques informáticos, sino que la función se limita a vomitar datos y hechos sin la suficiente cohesión mientras construye su foco de interés sobre el juicio constante al australiano. Su mensaje se mueve entre escenas sobre tintes de pelo y conversaciones sobre diagnósticos de autismo mientras Assange nos es descrito con las dosis precisas de excentricidad y ensimismamiento,  así como  dedicado en exclusiva a una misión obsesiva de la misma forma que condenado de forma voluntaria a visión aterradora y cargada de desconfiaza del mundo.
Contra todo pronóstico, es Daniel Brühl (Eva, Rush) el que se lleva la palma interpretativa en la película, y no sólo por contar con más tiempo en pantalla que su compañero al estar la función basada en el libro que escribió el verdadero Berg, sino porque su personaje no sufre constántemente el escrutinio del público y se mueve con la naturalidad propia del todoterreno nacido en Barcelona. Él puede ser el narrador y pintor del relato, pero su auténtica estrella, la figura sobre la que sitúan todos los focos, es Assange. Para lo bueno y para lo malo. Y es que si aún es complicado tomar una determinación frente a la postura del australiano en la vida real, más aún lo es simpatizar con su alter ego cinematográfico. El problema no es la labor del ya coronado Benedict Cumberbatch (Sherlock, Star Trek en la Oscuridad), tan meticulosa y detallista como seguramente aparecía indicado en el guión que firma el televisivo Josh Singer, sino un celo constante por aportar capas y capas al retrato del albino, ya sea cuando es él mismo el protagonista de la escena en cuestión o cuando los secundarios encarnados por Stanley Tucci, Laura Linney y Anthony Mackie se dedican a alabar o cuestionar sus acciones.

¿Quién vigila a los vigilantes? o ¿quién controla al que lucha contra el control? Serían los interrogantes últimos a los que intenta responde El Quinto Poder, ofreciendo un retrato personal de su figura central muy cuestionable, pero sin lograr esa contrapartida necesaria en una narración equilibrada, concienzuda e incluso entretenida del relato. Acusar a los responsables del proyecto de contribuir deliberadamente a la creación de una cortina de humo sobre LA VERDAD -así, en mayúsculas-, como no ha dudado en hacer el propio Assange, sería aceptar una realidad tan aterradora como para justificar ciertas actuaciones del australiano. El problema es que nosotros, desde nuestra perspectiva como espectadores y testigos indirectos, somos incapaces de desentrañar un misterio que, de ser cierto, ha quedado confinado a las cuatro paredes del despacho del algún productor. De ahí que sea más oportuno hablar de un fracaso labrado a base de prisas y ambición mal medida que de una conspiración de 26 millones de dólares para desacreditar a un protagonista que, después del estreno de la cinta, no habrá ganado adeptos u opositores, pero sí afianzar su posición como una de las figuras más relevantes de nuestro siglo. Tanto como para que hasta Hollywood quiera sacar tajada.