Crítica de cine: 'El Último Desafío'

Publicado el 07 febrero 2013 por Lapalomitamecanica
'Chérif Chuache'

Nota: 6,5
Lo mejor: que ha vuelto, el tinte de pelo no le destiñe y aún le gustan las armas grandes.
Lo peor: que el protagonismo se reparte entre un ejército de secundarios sin gracia para que Arnie no se canse.
El Último Desafío es un regreso honesto. Quizás no es ese retorno por la puerta grande del antaño rey del género, tras una década sin protagonizar una película, pero sí la cinta que hubiera hecho Arnold Schwarzenegger a sus 65 años de no haberse retirado nunca del mundo del cine. El ex-gobernador quería volver ahora y no le ha importado que ninguna de sus franquicias estrella esté lista para la ocasión. Si acaso, su mayor presencia en la segunda entrega de Los Mercenarios (crítica aquí) ha sido la declaración de intenciones perfecta, que no son otras que las de competir en la misma liga que su colega Sly como siempre ha hecho: ofreciendo no sólo un título fórmula cargado de one-liners, pólvora, y hostias como panes, sino también con un poco más de inteligencia. En este caso, ese elemento se traduce en que The Last Stand es una película donde el pesonaje y el actor tienen una edad parecida y se comportan acorde a ella, convirtiendo lo que llega como un lastre en un filón para el humor negro y la acción crepuscular.
¿Por qué El Último Desafío? ¿Que ha llevado a la mayor estrella del género palomitero por excelencia a elegir este título modesto -45 millones de dólares de presupuesto- para regresar tras 10 años alejado de nuestras pantallas? Básicamente, que parece un proyecto hecho a su medida y circunstancias. Se trata de una actualización del western clásico, con sheriff ajado, pueblito amigable y villano acechante de por medio, que tantas veces protagonizó gente como John Wayne (en Río Bravo sin ir más lejos) en su camino para esculpir ese carisma de tipo duro al que no hay que tocar las narices bajo ningún concepto, pero que siempre está al servicio del ciudadano, incluso para tareas tan anodinas como comprobar por qué se retrasa el lechero. Es decir, un papel de riesgo cero, para más inri, en un contexto tan controlado y simple como el de un anuncio televisivo de la Asociación Nacional del Rifle. El rol idóneo para que Arnie se reencuentre con la audiencia también en la película idónea -para él, por lo menos-, ya que aunque estamos hablando del indiscutible protagonista, su presencia en pantalla, entre el ajustado metraje del filme y el kilométrico elenco de secundarios, no ha podido llevarle demasiado tiempo de rodaje ni preparación.

Así, perfecto.


Es algo así como la estrategia del mago, que nos despista con un ayudante bien instruído o una distracción programada mientras realiza el truco a plena vista. Los encargados de confeccionar esa cortina de humo son un elenco de personajes relevantes para la trama que casi alcanza la decena (en una cinta de hora y media, os recuerdo). El cameo de Harry Dean Stanton hasta tiene su gracia, pero roles como el del jefazo del FBI, con el rostro del impredecible Forest Whitaker; que parece directamente extraído de su época en la televisiva The Shield, donde también encarnaba a un policía obsesionado con atrapar a un delincuente, son totalmente prescindibles. Luis Guzmán y Johnny Knoxville tampoco se alejan demasiado de lo que se esperaba de ellos, sin que todo ello, ojo, signifique necesariamente algo malo. El primero da vida al agente latino cascarrabias estándar popularizado por... Luis Guzmán, mientras que el líder de Jackass hace honor a su título exportando el  humor descerebrado y salvaje de su franquicia a su personaje. Hasta ahí, la maniobra de distracción es obvia, pero cuela. No tanto cuando son la pareja de policías novatos (Zach Gilford y Jaimie Alexander) los que ocupan el foco de atención, algo que sucede más de la cuenta.
Contra todo pronóstico -Vantage Point no es un buen antecedente-, Eduardo Noriega escuece muchísimo menos de lo esperado como la némesis de la función. Sí, es cierto que, como todo buen latino que aterriza en Hollywood, su papel es del narco despiadado de pelo graso 'Jordi Mollá Marca Registrada', pero eso es cosa de guión. El trabajo del madrileño resulta mucho más comedido de lo esperado, incluso con algún brillo real de fiereza en su mirada. Y es que a Noriega, haciéndo gala una vez más de la corrección estática que define toda su carrera, se ha visto ayudado por esa sobrecarga interpretativa de la que os hablaba antes, viendo como el peso del mal en la cinta se reparte al 50/50 con el gran Peter Stormare (Fargo, Asesinato en 8mm, MS1 Máxima Seguridad), tan acostumbrado a hacer de mafioso como a perfilarse la perilla y que no ofrece nada que no haya hecho ya mil veces. Aún así, todos ganamos.

¿Ahora véis el problema?


En cuanto a la acción en sí misma, a cómo está rodada, si al estilo de la vieja escuela o con ese montaje tan frenético como fastidioso que impera actualmente, el coreano Jae-Woon Kim (I Saw the Devil), en su debut en el cine hollywodiense, encarna esa inteligencia en el modus operandi de Schwarzenegger de la que os hablaba antes y nos regala un poco de todo, desde planos calcados de cualquier western al uso, pasando por esos tiroteos de dibujo animado tan de los 90, hasta un poquito de combate cuerpo a cuerpo de la nueva escuela, con coreografías realistas y autoconscientes del tipo de personaje que está efectuando el ataque. En este caso tenemos a un sesenton gigante que obviamente no mantiene un atisbo de la forma de antaño -Arnie no enseña el brazo desnudo en toda la película-, de ahí que los escasos combates que protagoniza el héroe se basen en las llaves y cargas en lugar de los puñetazos rápidos o las patadas voladoras. No le pidas al Chuache que salte, pero ay de tí si se te cae encima. Todo un acierto.
Lo que no hay que pretender al acercarse a El Último Desafío es que sea otra Mentiras Arriesgadas, el sumum de la acción noventera, sino más bien como una película en la misma línea de Eraser o Danko: Calor Rojo, el tipo de cinta de caspa controlada y derroche de pólvora que más abunda en la filmografía del austríaco, donde no es necesario que recite dos frases seguidas antes de estar disparándole a algo con cara de máquina sin sentimientos para que la audiencia se sienta satisfecha. Porque eso es regresar. Ni más, ni menos.