Nota: 3,5
Lo mejor: el tráiler.
Lo peor: que he leído galletas de la suerte con un argumento más trabajado.
Hay que ver lo mal que andan las cosas en el país heleno que los pobres griegos tienen que seguir prostituyendo a sus dioses en la innecesaria continuación de una saga que es todo un gatillazo desde su primera entrega. Porque Furia de Titanes aterrizaba hace solamente dos años al rebufo del éxito de 300 con la intención de volver a poner de moda un contexto tan cinematográfico (por espectacular y por shakesperiano) como la mitología griega, pero se quedaba en el taquillazo tonto del mes recordando, como mucho, al Hércules de Kevin Sorbo. Se trataba de un filme que aún siendo algo mejor que el que nos ocupa -por lo menos, entretenía-, tenía grandes fallos de concepción que podían resumirse en un interés prácticamente nulo por la historia en favor de la acción, el ritmo y el chorreo de unos efectos especiales que no estaban todo lo pulidos que deberían (especialmente el 3D). En Ira de Titanes la fórmula se repite al milímetro, solo que esta vez, el realizador mercenario de turno no ha sido capaz de conseguir ordenar las secuencias de no-acción (llamarlas "dramáticas" es todo un atrevimiento) con la mínima coherencia para que no nos demos cuenta de que esto es un sacacuartos sin alma, y, sencillamente, incluso el espectador menos exigente es capaz de verle el cartón
A pesar de ser un héroe y semidiós reconocido por haber derrotado al Kraken, Perseo sigue viviendo como un pescador errante en una evolución de personaje que se queda en el cardado de pelo y en un hijo de 10 años con menos protagonismo aún que el peinado. Ante una nueva amenaza al Olimpo, y por ende, a toda la humanidad al controlar los dioses la prisión de los titanes, nuestro protagonista se resiste -pero menos- a aceptar su posición de salvador. Entre medias, sufre tiranteces -pero menos- con su padre Zeus (Liam Neeson) y con su malvado -pero menos- tío Hades (Ralph Fiennes). El problema es que a Ares (Édgar Ramírez) también se le han subido los humos y ahora es él el que orquesta el golpe de estado olímpico. En este punto, ni siquiera tiene razón de ser preguntarse cuál es el sentido de la jerarquia del Olimpo si cualquier gualtrapas puede robarle a Zeus el trono y cambiar de golpe y porrazo todas las normas preconcebidas en el filme asesinando a varios dioses. "Pero, ¿Los dioses pueden morir? Ahora sí" y "pero, ¿los dioses pueden resucitar? Solo una vez", son dos ejemplos casi extraídos literalmente de la película de cómo el guión justifica los golpes de efecto. Vamos, que ni Akira Toriyama.
Pero como decimos, el problema es que este argumento, fusilado del God of War 3, todo sea dicho de paso, cobra demasiado peso en vez de caer sepultado ante una cortina de humo y fuego como sucedía hace dos años. El anterior mercenario, Louis Leterrier (Hulk, Transporter 2), por lo menos era consciente de que si juntaba a Ralph Fiennes disfrazado de Severus Snape y a Liam Neeson en camisón en un decorado con tres piedras sin cascarse una entrada de personajes abrumadora o una batalla a las tres frases de conversación, la cosa se iba a parecer más a un especial de Nochevieja de Florentino Fernandez y Josema Yuste que a otra cosa. El realizador Jonathan Liebesman (Invasión a la Tierra, La Matanza de Texas: el Origen) ha caído en ese berenjenal y ha preferido ahorrarse ese presupuesto para destinarlo a las secuencias de acción pura y dura, que sí, son más sólidas y espectaculares que las de Furia de Titanes, pero que al carecer de una mínima base o contexto que justifique el bukake de píxeles son tan efectivas como un pedo de titán (Fart of the Titans para 2014, anuncio inminente).
Otro que ha ido a peor es Sam Worthington, héroe conveniente mientras la función no dependa demasiado de él y que se hunde con el barco si la cosa se torna en naufragio. Esta vez, incluso la mayor presencia en pantalla de Neeson y Fiennes va en perjuicio de los personajes y se echan en falta secundarios solventes como Mads Mikkelsen o Jason Flemyng, presentes en Furia. El que sí repite es Danny Huston como Poseidón, pero si su rol ya fue brutalmente recortado en el montaje final del filme anterior, en este, su aparición se resume a dos escenas al principio de la cinta. Prácticamente lo mismo para el nuevo rostro que da vida a Andrómeda (la que casi sirve de merienda al Kraken), Rosamund Pike (Muere Otro Día), lo que nos deja al pobre Bill Nighy (nuevo fichaje como Hefesto) como el único actor al que no duele ver en pantalla. Como siempre, os he dejado lo mejor para el final: un Édgar Ramírez (El Ultimatum de Bourne, Che, Carlos) totalmente contradictorio con la meritoria filmografía de la que hacía gala hasta ahora y que ofrece a un Ares capaz de redefinir el concepto de la metrosexualidad en la Antigua Grecia. Un villano de pataleta de esos que dan ganas de mandar a casa con una tila para llevar y dos palmaditas en la espalda.
Lo que no tiene ningún sentido es críticar negativamente a Ira de Titanes por no ahondar en una premisa tan interesante como trasladable a nuestros días consistente en una sociedad que está dejando de creer en sus dioses, lo que les lleva directamente a perder su condición de inmortales y a dejar de existir. Los seis guionistas que han hecho falta para escribir esta metáfora han quedado exhaustos tras el parto y, sinceramente, nadie esperaba que superaran el nivel de "frase formato tráiler" de la cinta precedente. Lo que ha propiciado la desgracia es la incompetencia de un director que piensa que los blockbusters y los actores se dirigen solos y que con poner a 37 monstruos salidos de una mala digestión de Guillermo del Toro es suficiente para contentar a los devoradores de palomitas (que no nos engañemos, es el público al que va destinada). Esperemos que una recaudación estimada en menos de la mitad de lo que hizo Furia de Titanes (493 millones de dólares) y que seguro le deparará pérdidas a la Warner les quiten las ganas de una tercera entrega, aunque entonces, nos quedaremos con la curiosidad de ver cómo se devanan los sesos en nuestro país buscando otro título con el que cabrear a los titanes.