Crítica de cine: 'Iron Man 3'

Publicado el 30 abril 2013 por Lapalomitamecanica
El mejor vuelo en solitario de un héroe Marvel

Nota: 7,5

Lo mejor: que supone la combinación perfecta del tono campy de Los Vengadores y la regurgitación existencial de El Caballero Oscuro. Lo peor: aunque no sea del todo una sorpresa, la completa ausencia del resto de Vengadores rechina un poco ante una amenaza a escala global. Porque, ¿eso de rescatar al presidente no es cosa de El Capitán América?
A Tony Stark le pasa algo. El hombre más afortunado del planeta, multimillonario playboy de día y baluarte heróico de la ciber-era por la noche, tiene problemas para dormir. Incluso un niño pedorrro de 9 años es capaz de provocarle un ataque de ansiedad y, para colmo, no duda en amenazar en televisión a un terrorista radical con ínfulas de profeta anticapitalista. Él, un ricachón chulapas con una vida pública más activa que la de Paris Hilton y susceptible de convertirse en el mártir que busca El Madarín para castigar al primer mundo. ¿Qué diablos sucede con Tony Stark? Simplemente que ha sido infectado por un extraño virus con nombre de director inglés, Christopher Nolan, capaz de provocarle una crisis existencial incluso al (super)hombre más seguro de sí mismo sobre la faz de La Tierra. Por suerte, todos aquellos que ya estén cansados de tanta filosofía de malla y antifaz o incluso los que siempre hayan visto a esta saga como lo que realmente es, la otra cara de la misma moneda en la madurez del género en la pantalla grande, están de enhorabuena, ya que el antídoto también viene en el lote, se llama Shane Black y sabe exactamente lo que esperas por el precio de una entrada.
Personalmente tengo problemas para recordar de qué iba Iron Man 2 (crítica aquí) más allá de la fase beta que supuso en la creación de Los Vengadores y de la aparición de Mickey Rourke dando vida a un chatarrero con olor a pelo quemado. Con ese panorama y sin olvidarnos de que su secuela argumental ya es la tercera película más taquillera de la historia, hay que reconocer que Iron Man 3 lo tenía bastante complicado no ya para sorprender -cosa que logra en cierta medida-, sino incluso para resultar satisfactoria más allá del esperado pelotazo en taquilla. Conscientes del problema, la solución de Marvel ha pasado por dejar que Jon Favreau se baje amistosamente de la silla del director -conservando eso sí el papel del guardaespaldas Happy- para irse a violar licencias comiqueras menos importantes, sustituyéndolo por un cineasta de verdad, Shane Black; un hombre completamente alejado del aura de mercenario de su predecesor hacia el otro lado del espectro: el del director-guionista con identidad propia, que no ha dudado en coger un poco de aquí y allá de las viñetas para construir su propia visión del superhéroe del siglo XXI, si acaso, con 'la lección Whedon' bien aprendida.

No en vano Black ya fue capaz de expandir el género palomitero por excelencia antes del apogeo de los enmascarados -el de acción- gracias a libretos magistrales como los de Arma Letal, El Último Boy Scout y sobre todo El último Gran Héroe. Su secreto, explotado hasta la extenuación a día de hoy y clave en las posteriores carreras de cineastas más prestigiosos como los mismísimos Quentin Tarantino o Guy Ritchie, consiste en desfasar al género hasta quebrar su aura de irrealidad; pasarlo de vueltas hacia la comedia negra a base de latigazos verbales y una -falsa- sensación de familiaridad, pero sin olvidarse nunca de las explosiones, el sudor y la sangre o, en definitiva, de que en el centro del foco hay -casi siempre a su pesar- un héroe. De ahí que su llegada a la tercera entrega de una franquicia tempranamente desgastada, tanto por el fracaso de su predecesora numérica como por el papel crucial que jugó el personaje en el éxito de Los Vengadores, se antoje una decisión por lo menos tan inteligente como el fichaje de Joss Whedon -con un rol de asesor informal en esta película-, y más teniendo en cuenta los inmejorables resultados de la primera colaboración de Black con Robert Downey Jr. en la única cinta que había rodado el cineasta hasta este año, la comedia de culto instantánea Kiss Kiss Bang Bang. De hecho, Iron Man 3 comienza exactamente de la misma forma en la que lo hacía aquélla: con el protagonista dando la bienvenida a la audiencia de forma literal y describiendo su alicaído estado de ánimo. En cierto sentido, ese énfasis total en el bajón que atraviesa Tony Stark durante toda la película es la confirmación para los recelosos -que los hay- del estándar de madurez narrativa que ha implementado la mano de Nolan al género; uno en el que la persona es tan protagonista como la máscara; en este caso, la que salió poco después de que el superhéroe de hierro entrara en el agujero de gusano de Nueva York tras la derrota de Loki. Lo que también es una obviedad es que esa fórmula aún está lejos de la perfección de la que hizo gala una adelantada a su tiempo como fue El Protegido. Recientemente lo pudimos apreciar con bastante claridad en la simpleza del trasfondo de The Amazing Spider-Man o en el último tercio de El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace, donde la resolución de la historia parecía sacada de la viñeta más perezosa y el esfuerzo estaba únicamente centrado en cerrar el ciclo vital de un nunca más atormentado Bruce Wayne. Precísamente esa losa argumental, capaz de cargarse incluso el ritmo de la narración, es la que ha salvado Black dotándola de su característica mala leche y ganas de remover, aunque sólo sea un poco, algún que otro cimiento. Convertir a Tony Stark en el chico de los ataquitos, o lo que es lo mismo, reírse de los millonarios que lloran en la soledad de sus mansiones, es sólo uno de los ejemplos más obvios entre decenas. El cineasta aprovecha los huecos de lucimiento que le deja la naturaleza de la gran película de estudio que no deja de ser Iron Man 3 como ningún director ha hecho antes en el universo Marvel incluso desde la propia superficie, gracias a escenas de acción cargadas de creatividad y en el que el orden y la lógica del desparrame de efectos especiales están justificados (como la combinación de armaduras), hasta reivindicarse a sí mismo en los detalles gracias a, por ejemplo, su característica ambientación navideña, el contraste por excelencia a la destrucción y oscuridad; a los esbirros de pandereta, responsables de varias de las mejores coñas de la función en la mejor línea de la saga Austin Powers; y, como no podía ser de otra forma, a su mano maestra para los diálogos desenfadados, unos dardos que suenan todo lo bien que cabría esperar en la boca de un actor que ha hecho del carisma su método interpretativo y que está dando vida a un personaje que, esta vez sí, no sólo parece escrito para él, sino que también lo está La otra baza de la cinta es, como podría esperarse, un supervillano cuyos planes van muchísimo más allá de redecorar la casita que posee Stark en la costa (en la que seguramente sea la escena más impactante de toda la franquicia). A pesar de beber de todas las fuentes imaginables, desde Bin Laden hasta Bane pasando por la galería de villanos de la saga Bond, El Mandarín del camaleónico Ben Kingsley consigue reivindicarse como una fórmula hasta cierto punto novedosa, impactante y tremendamente agradecida, que sirve además como reflejo mismo de la visión que tiene Black del género y de lo que es capaz de aportarle. Su segundo en el eje del mal de Iron Man 3, el Killian Aldrich del siempre inmaculado Guy Pearce, es el que funciona en base a los cánones más tradicionales, por eso de que nadie sienta que le ha faltado algo y justificando más que nunca la siempre polémica inclusión de múltiples villanos en la función (¿de ahí el evidente recorte de tiempo en pantalla del personaje de Maggie Grace?). Por todas esas buenas decisiones, por la luz que emana Gwyneth Paltrow casi sin proponérselo y porque su final destila un innegable aire de despedida para el personaje principal por lo menos con el rostro de Robert Downey Jr. -su contrato con la compañía termina en Los Vengadores 2-, el título que cierra la trilogía de Iron Man no sólo es la entrega en solitario más contundente del universo Marvel; la más espectacular y la que tiene más tela que cortar, sino también la prueba real de que Los Vengadores supuso el cierre de una era y el comienzo de otra: una planificada en un momento en el que el respeto canónico a la fórmula se antoja insuficiente y hay que echar más leña al fuego. Afortunadamente, Black sabe como organizar una hoguera como dios manda y nunca nadie se puso unas mallas -metálicas- con más chispa que Downey Jr.
P.D. Tras 10 minutos de créditos, donde aparece hasta el nombre del becario que riega el suelo del set con pétalos de rosa al paso de Downey Jr., encontraréis la consabida escena de regalo con algún que otro cameo. Sosa, sosa.