Nota: 5,5
Lo mejor: Kenneth Brannagh haciendo el mal.
Lo peor: el personaje de Keira Knightley, el climax, la falta de acción y el poco carisma de Chris Pine. Por no hablar de que media película ha sido destripada en la campaña promocional.El nuevo Jack Ryan da pereza, y no porque venga con el rostro de un intérprete tan poco carismático como Chris Pine,parasitado en Hollywood desde que fuera elegido por J.J. Abrams para otro rol histórico como el del Capitán Kirk, sino porque, con la salvedad de La Caza del Octubre Rojo, Jack Ryan en general da pereza. El analista creado por el recientemente fallecido Tom Clancy, protagonista de quince de sus novelas, no ha sido para la industria más que una excusa atemporal para contar con el personaje todoterreno ideal, con el action-manmultitarea y perfecto para protagonizar thrillers de lomás adjetivables, amoldados a las exigencias de sus respectivas épocas pero siempre envueltos en la capa de aparente superioridad que aporta el discurso geopolítico y militar del escritor. Por desgracia, esta segunda década del siglo XXI tampoco parece la destinada para que llegue el Ryan definitivo, ya que cuando se adolece departida del porte de un Alec Baldwin o un Harrison Ford en el rol central, ni unalabormásquedigna a cargo de Kenneth Branagh ensudoblefuncióndevillanoyrealizador puede salvar un reinicio destinado al limbo.Ya desde el título Jack Ryan: Operación Sombra demuestra una intención por formalizar al personaje cinematográficamente hablando, invitándonos a perderenelrecuerdo el intentoporrelanzarlasaga que protagonizó hace una década Ben Affleck, en la que es una de las pocas películas salvables de suépoca mas oscura, Pánico Nuclear. Ellienzoenblancoestalque esta Operación Sombranoes sólolaprimeraentregadelasagaquenorespetael orden cronológico en la adaptación de las novelas, sino que, de hecho, no se basa directamente en ninguna de ellas, limitándose a utilizar ciertos personajes del universo creado por Clancy para presentar un reinicio en toda regla en lugar de mantener la estructura Bond en el paso del testigo del personaje. Y ahí nos encontramos el primer problema, ya que Jack Ryan es un icono que no necesita unos orígenes. No tiene trauma ni detonador del conflicto, amén de una personalidad cuadriculada, calcada a la de una versión más cerebral del Capitán América, con lo que poco o nada nos importa cómo accedió a su puesto de analista de la CIA y llegó a convertirse en el chico para todo de la agencia.
Una vezsuperamosel reclutamiento delprotagonistaporpartedelagenteveteranoalquedavidaKevin Costner, todo mostrado sin pena ni gloria en un flashback completamente prescindible que recuerda a los momentos mas pobres de Spy Game (Tony Scott, 2001), comienza la Operación Sombra como tal, centrada en espiar a un excéntrico hombre de negocios ruso y posible mecenas del terrorismo. Y aunque la metáfora post 11-S llega algo tarde, se agradece que la nueva Jack Ryan deje de lado tópicos relacionados con La Guerra Fría y se tome un momento para situarse en un contexto contemporaneo. Concretamente, en ese en el que el mayor peligro no son los tropocientos kilos de explosivos escondidos en un monumento o edficio emblemático de la iconografía yanqui, sino en las operaciones de bolsa programadas por fuerzas misteriosas para los instantes inmediatamente posteriores al caos. Y hemos dicho que dicha labor de contextualización es de agradecer, no que sea suficiente.En su lectura completa, acusado por una alarmante falta de espectacularidad –donde se nota el ajustado presupuesto de 60 millones de dólares-, por no hablar de un climax temprano en un restaurante que resulta más anticlimático que Bob Dylan pinchando reggaeton, su argumento se parece demasiado aldeunaentregadelasagajugable Splinter Cell, también obra de Clancy y en la que las amenazas para la estabilidad global son el pan de cada día. El problema es que en Operación Sombra no es el jugador el que decide alternar entre el espionaje y la acción, sino su célebre guionista David Koepp (Jurassic Park, Misión Imposible), que toma como excusa la posición de analista de Ryan para primar la primera faceta sobre la segunda. Por desgracia, en el empeño se queda muy lejos de la tensión de la que hacen gala las mejores películas de Bond, Harry Palmer o incluso la serie Homeland, incapaz de dotar a ningún personaje de más de una capa e incluso de construir situaciones y laberintos propios del género.