Nota: 4
Lo mejor: el hilarante eje del mal de la función. Lo peor: la subtrama estudiantil de Hit-Girl.
La primera entrega de Kick-Ass llegó en el momento exacto, justo cuando Iron Man y El Caballero Oscuro nos acababan de enseñar las dos mejores caras de los superhéroes cinematográficos del siglo XXI. Su misión, heredada da la aún más bestia novela gráfica de Mark Millar, consistía en derribar los mitos del género de moda, convirtiéndose en la parodia definitiva y alcanzando el estatus de icono para la generación nerd; ésa que comparte risas con Leonard y Sheldon mientras contribuye a que, a día de hoy, los videojuegos generen más beneficios que la música y el cine juntos. Ahora, tres años después, se estrena la adaptación de la ya de por sí inferior secuela comiquera para evolucionar la fórmula hasta la sátira de los supergrupos, tan de moda actualmente gracias a Los Vengadores y X-Men, pero deformando su tono y su mensaje hasta parecer la versión amateur de un concepto muy terrenal de base que además ha cambiado la sátira por el cutrerío y y los antifaces por máscaras de cartón.
En principio, Kick-Ass 2 es una película que nadie necesitaba. Y no sólo porque la segunda novela gráfica no esté a la altura de su predecesora y todos los cambios que ha sufrido la adaptación sean a peor, sino porque la primera película ya lograba todo lo que proponía en su revisión y descojone del género de la capa y las mallas. Matthew Vaughn, responsable de aquélla y ahora simplemente productor de la secuela, parece estar de acuerdo y ha cedido el testigo para continuar la firma a Jeff Wadlow (Cry Wolf, Rompiendo las Reglas); el responsable de esta decepción en su doble vertiente de director y guionista único o, sencillamente, el cineasta semidesconocido que no ha sabido decir que no a una oportunidad como ésta.
Ángulos de cámara que roban chistes onanistas de la saga American Pie, malentendidos entre los pasillos de instituto e incluso la presencia de una "operación Patito Feo" son las herramientas del cineasta para rellenar los huecos entre la narración del argumento central, la unión de Kick-Ass a un grupo de justicieros tan entusiastas como él mismo, convirtiendo a la secuela en una comedia generacional, sí, pero con quinceañeras forracarpetas como público objetivo. Porque Chloe Moretz es uno de los grandes talentos de su generación, de eso no hay duda, pero tampoco se salva de tener 16 años y, como es lógico, dejarse llevar por las exigencias del guión en cuanto a su personaje. Lo que quiero decir es que no es culpa suya que Hit Girl y sus problemas de adaptación terminen siendo el gran lastre de la película por mucho que sus escenas de acción sirvan de válvula de escape, ya que, como en toda secuela que va a lo fácil, su rompedor personaje ha sido estirado hasta la extenuación con un arco coprotagonista totalmente vergonzoso que parece un ensayo para el remake de Carrie que estrenará la actriz a finales de año.
Por lo menos, para sustituir al gran Mark Strong en el eje del mal de la cinta contamos con un equipo de villanos tan llenos de ineptitud como de connotaciones racistas. Dejando a un lado a
Resumiendo, Kick-Ass 2 no cesa en su complicidad con la audiencia y sigue mostrándonos a superhéroes quedando por Facebook, Wahtsapp o yendo a comer una hamburguesa, pero sus diálogos ya no resultan tan punzantes ni el contraste con la actitud que se le presupone a una figura heroica ya no funciona de la misma forma. La intención sigue siendo la de empatizar con un público juvenil y consciente del momento que le ha tocado vivir, y hasta cierto punto logra sacar alguna carcajada aislada, pero entre que los dos millones menos de presupuesto con respecto a la original -de 30 a 28- parecen veinte en manos de Wadlow y que lo narrado hay veces que revienta el termómetro de la estupidez, la sensación final que deja la cinta es la misma que le queda a aquel transeúnte que asiste impotente a ver cómo unos pandilleros de medio pelo le pegan una paliza a nuestro entusiasta protagonista por no planear un rato antes su estrategia de ataque como debería: la vergüenza ajena.