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Nota: 4’5
Lo mejor: José Mota también puede ser un actor serio. Y hasta bueno.Lo peor: puede resultar larga y a ratos aburrida.
Siempre es un acontecimiento que un director como Alex de la Iglesia (Balada triste de trompeta, La comunidad) estrene nueva película. A menudo su obra es sinónimo de entretenimiento de calidad, cuando no, de buen cine. Sin embargo, esta vez la sonrisa se nos ha congelado en la cara. “¡Hoy amigos, estáis sintonizando Radio América! ¡Esta canción está dedicada a toda esa panda de capullos que han intentado joderme el día pero que se han comido media rosca! La canción se titula: ¡Iros todos al infierno!” así de contundente suena Roberto (José Mota), vociferando solo en el interior de su coche, tras haber sido ignorado en su antiguo lugar de trabajo, mientras conduce a toda velocidad por la autopista sin un rumbo fijo. Algo parecido le ocurre a Alex de la Iglesia con este filme: Sabíamos de sobra que el cine es el medio tras el que se parapeta para lanzar sus dardos envenenados a la sociedad; pero esta vez y a pesar de lo enfadado que está, no ha colocado bien la diana y los proyectiles se extravían antes de dar en el blanco.
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El protagonista de La chispa de la vida es un publicista en paro que triunfó en su día por ser la cabeza pensante del famoso eslogan de Coca Cola. Haciendo acopio de la poca dignidad que le queda, se dirige a la empresa donde trabajó hace años para pedir a un viejo amigo que le contrate de nuevo. Sin embargo, sus planes se tuercen cuando se cae en un teatro romano en obras y se clava una barra metálica en la cabeza que lo deja completamente inmovilizado. Es el anfiteatro de Cartagena la localización que escoge de la Iglesia para ubicar a su desgraciado protagonista. En ese escenario es donde comienzan a sucederse lentamente los actos de esta tragicomedia, en la que el circo mediático brilla en todo su esplendor. Las connotaciones que se desprenden de la semántica del fatídico espacio ayudan a simplificar el desarrollo de la acción narrativa. Así, el director nos pone sobre aviso de lo que nos espera durante la próxima hora y media.En lo que respecta a las actuaciones, José Mota (que debutó realmente en Torrente 4) sorprende positivamente en el papel protagonista. Se pone en la piel de Roberto, un hombre desesperado pero capaz de sobreponerse al patetismo de sus circunstancias para traficar con el morbo que genera su propia situación. A Salma Hayek (Bandidas) tampoco le hacen sombra en el papel de esposa abnegada e histérica tras ver a su marido con una barra de hierro traspasándole el cráneo. Quizá, uno de los puntos donde vacila la película es en el débil perfilado del resto de personajes que completan la función circense: los gastados estereotipos empiezan a desfilar sin tregua. Juanjo Puigcorbé (Besos de gato) retratado como el magnate putero; Fernando Tejero (Días de fútbol) como el publicista inmoral o Juan Luis Galiardo (La niña de tus ojos), entre otros, como el alcalde manipulado. Siguiendo con la escala de estratos sociales, Alex ha encontrado esta vez para Carolina Bang (La daga de Rasputín) un papel más acorde con sus dotes interpretativas: representa aquí a una periodista, un personaje secundario con una pizca de protagonismo. Se la ve bastante, pero casi siempre en un segundo plano, consiguiendo así que la actriz no desentone. Lo que tenemos aquí no es más que una visión algo distorsionada y un poco auto-complaciente con sello de la Iglesia de una sociedad mala que no nos deja levantar cabeza. Que por otra parte, puede llegar a confraternizar con el sector más obcecado en su propia desdicha.