Crítica de cine: La Invención de Hugo

Publicado el 02 marzo 2012 por Lapalomitamecanica
El mecanismo de los sueños

Nota: 8
Lo mejor: técnicamente, es una de las películas más preciosistas y cuidadas jamás realizadas.
Lo peor: su trama se vuelca demasiado en homenajear los orígenes del séptimo arte y se olvida de la historia sin que importe demasiado.
Que La Invención de Hugo sea la película con mas Oscars de Martin Scorsese no es mera casualidad. Ni siquiera responde al efecto reprís del aún reciente triunfo de Infiltrados (con una estatuilla menos), que supuso el primer reconocimiento de la Academia tras décadas de marginación. No. Hugo es una de las películas más exitosas del realizador neoyorquino por méritos propios. Superior a la protagonizada por DiCaprio y Matt Damon de hecho, y un clásico instantáneo fundamentalmente gracias al mimo y artesanía de los que hace gala Marty, reservados únicamente para gente como Clint Eastwood o James Cameron, que pese a sus muchas diferencias comparten el adjetivo común de "leyenda viva". Y con esta película, Scorsese demuestra que la suya no se limita al cine de gangsters.
Quizás, ese sea uno de los mayores problemas de Hugo: la dificultad para enmarcarla en un género concreto. A simple vista, la cinta protagonizada por el joven Asa Butterfield (El Niño Con El Pijama de Rayas) parece un relato dickensiano ambientado en un mundo fantástico, o, en definitiva, un drama familiar en toda regla con un poco mas de lustre del habitual. Sí y no. Hugo es todas esas cosas, pero por lo que realmente será recordada es por ofrecer una mirada nostálgica al cine clásico tan o más contundente que la de The Artist (con la que comparte no solo marco temporal, sino también la curiosa ironía de tratarse de un film americano ambientado en Francia frente a la cinta gala, cuyo desarrollo transcurre en Estados Unidos) . Y en base a esa balanza desequilibrada es en torno a lo que ha construido Scorsese esta película, en la que los elementos que funcionan lo hacen con contudencia, y los que no, sencillamente, no son tan importantes. Como por ejemplo, su historia.

Hugo es un desvalido huérfano con ojos de cachorrillo, mientras que el juguetero George, un anciano amargado. Ambos se conocen en la estacion central del París de 1931, donde el primero malvive y el segundo trabaja, y entre ellos empieza a labrarse una amistad que les obligará a desenterrar dolorosos recuerdos. A grandes rasgos, un drama paternofilial de esos que gustan tanto a Spielberg, pero en las entrañas, como decimos, una excusa del realizador para ofrecer una oda a los pioneros del séptimo arte, ya que George, como es fácilmente intuible desde el principio del filme, no es otro que George Méliès, uno de los primeros nombres propios de la industria y precursor no solo de los efectos especiales, sino del concepto de cine como espectáculo y vehículo de historias imposibles. 
Una vez entendemos que el valor añadido de Hugo no está ni estará nunca en la trama heredada del libro homónimo de 2007 (basado fundamentalmente en ilustraciones respetadas en gran medida en el film y cuyo desarrollo es tan previsible como nos deja intuir la premisa), a Scorsese no se le podría haber ocurrido una mejor forma para realizar ese homenaje que volcándose en el plano visual. Pese a lo que se ha dicho, los efectos digitales no le son para nada extraños al realizador de 69 años -no así el 3D, bien resuelto en Hugo-, que ya los utilizó generosamente en Gangs of New York, El Aviador o Shutter Island. Lo que sucede es que en esta cinta están presentes en cantidades tan grandes como para confundir al espectador más tradicional, que acudirá escéptico ante un estilo entre lo onírico y lo steampunk con guiños  a Tiempos Modernos o incluso a Amelie. Y es que aquí, la técnica digital no sirve solo para dejar con la boca abierta a la audiencia -que también-, sino que se pone al servicio del realizador, de su capacidad descriptiva (esos falsos planos secuencia por la estación dicen mucho en segundos) y, en definitiva, contribuye a llenar ese hueco que nos deja una historia en sí misma aburrida, que se basa en roles impostados para recorrer el único camino posible hacia un final que no podría ser otro. Y eso es un mérito única y exclusivamente de Martin Scorsese.

El del realizador es prácticamente el único nombre que merece la pena ser resaltado, ya que a pesar de la presencia de secundarios siempre impecables como Christopher Lee alternando entre el modo anciano terrorífico ON y OFF, de Ray Winstone, Michael Stuhlbarg (protagonista de Un Tipo Serio de los Coen y con apariciones en Boardwalk Empire), Jude Law o Emily Mortimer, los únicos que tienen algo de tiempo en pantalla son un cuarteto protagonista algo descafeinado. Sí, Ben Kingsley está perfecto como Méliés, pero no mejor que en cualquiera de los caca-films que ha hecho durante los últimos años porque Kingsley SIEMPRE está perfecto. Peor les va la cosa a Asa Butterfield (Hugo) y a Chloe Moretz (vista en Kick-Ass y que da vida a la hijastra de George), una pareja totalmente descompensada entre la ausencia de personalidad del primero y la sobreactuación de la segunda, Lisa Simpson Style. Personalmente, yo me quedo con Sacha Baron Coen (Borat, The Dictator), el cruel inspector de la estación y a su vez, la vís más cómica y payasa de la película. Un personaje que, por desgracia, quizás se pase un poco de bufón y cruce la línea de la parodia desde su mismo planteamiento.
No es casualidad que esta Hugo contribuya junto a la ya mencionada The Artist y a Midnight in Paris a que 2011 pase a la historia como el año de la nostalgia. Porque en tiempos de crisis -ya no económica, sino de cualquier tipo, como de ideas, por ejemplo-, nos gusta mirar atrás añorando tiempos mejores sin reparar en que esos recuerdos pueden estar idealizados. ¡Y qué más da! Puede que en su día las cintas de los Lumiere o del propio Méliès no entraran en la categoría de arte en sí mismo, siendo consideradas un entretenmiento puntual, similar al de un truco de feria o al de una moda pasajera. Pero el paso del tiempo se ha encargado de poner en su lugar a estos precursores, representados aquí por el mas iconográfico y entusiasta de todos ellos como inmejorabe embajador de esas pequeñas piezas mágicas para que los espectadores de hoy en día las conozcan (literalmente, el final es un the very best of Méliès). La Invención de Hugo es la historia real de ese reconocimiento (todo lo que cuenta el film es cierto menos lo concerniente al personaje de Hugo), contado en forma de nuevo homenaje hacia el cineasta. Un genio, sí, pero también vanidoso como el que más, y al que esta película le hubiera maravillado.