Crítica de cine: 'La Venus de las Pieles'

Publicado el 19 febrero 2014 por Lapalomitamecanica
Polanski deja bien claro quién es el sexo débil

Nota: 8
Lo mejor: el uso del teatro que hace Polanski.Lo peor: nada
"Y Dios castigó al hombre poniéndolo en manos de una mujer", se escucha en un momento de La Venus de las pieles. Cuántos matices adquiere esta frase si uno la imagina en boca de Polanski. Y cuánto se acerca a la realidad en el caso de los personajes de este filme, para el que A Therapy (corto anterior de Polanski con Ben Kinsley y Helena Bonham Carter) puede servir perfectamente de preludio. Thomas (Mathieu Amalric) dirige una pieza de teatro y está haciendo audiciones para encontrar el rol femenino de su obra. Es por ello que le hace una prueba a Vanda (Emmanuelle Seigner). Sin embargo, lo que se desata entre esas cuatro paredes poco tiene que ver con la obra de teatro para la que ensayan… ¿O sí?
Polanski vuelve al foco público con una historia similar a Carnage (Un dios salvaje), su cinta anterior. No sólo desde un punto de vista argumental sino también estructural. La reyerta de aquellos padres burgueses que se daba en un claustrofóbico saloncito fácilmente puede trasladarse a la sala de teatro de la que no salen en ningún momento Vanda y Thomas. Como si continuase su arresto domiciliario, el director parece haberse obsesionado con rodar en espacios cerrados, demostrando por otra parte el gran talento que le caracteriza por no necesitar más que una habitación para dinamitar nuestras mentes durante hora y media. En cuanto al objeto de estudio, Polanski parece entonar el “épater la bourgeoisie”, aclamado grito de guerra de los decadentes franceses, al reírse una vez más de la clase burguesa. Las dos parejas arrogantes de clase media-alta que discutían en Carnagebien pueden verse reflejadas en el enfrentamiento que se da entre Vanda y Thomas en el ensayo.

Es una obviedad pero no por ello menos necesario resaltar el duelo interpretativo que ofrecen Mathieu Amalric (Tournée) y Emmanuelle Seigner (Lunas de hiel), la esposa de Polanski. El director polaco adapta la obra de teatro de David Ives (basada a su vez en la obra de 1870 de Leopold von Sacher-Masoch) creando un artefacto inteligente dotado de un guión complejo que no subestima al espectador. Aún sin tener la certeza, es fácil sospechar que la elección de Amalric para el rol masculino no ha sido casual; teniendo en cuenta el indiscutible parecido físico entre ambos (el actor y el director de joven). Pues conociendo a Polanski, no es descabellado suponer que probablemente se haya divertido imaginándose a sí mismo en ese papel. Mediante un plano secuencia que nos muestra brevemente las calles lluviosas de París, la cámara entra en primera persona a un teatro desvencijado en el que Thomas, un hombre culto y educado, recoge sus cosas nerviosamente para dar la jornada por terminada. La cámara se sitúa discretamente al fondo de la sala otorgando al espectador el papel de voyeur, de espía privilegiado desde la platea, del juego constante de ambigüedad que se va a dar entre los dos personajes. Pronto entra Vanda en escena, dispuesta a hacer la audición. Una mujer grosera, soez, insistente. De la que Thomas evidentemente no espera nada. Un twist rápido se apodera de la escena, que comienza a rodar suavemente cuando Vanda empieza a actuar. Es en ese momento cuando la diferencia abismal que existe entre los mundos que encarnan Vanda y Thomas únicamente se ve salvada. Ella vence la reticencia de él, quien asiste atónito a tal transformación.

Como tics nerviosos, las únicas interrupciones que sufre el juego entre Thomas y Vanda, son las digresiones en las que deliberan qué sería mejor para la obra y las llamadas por teléfono de la prometida de éste. No tardan demasiado en despojarse de las convenciones sociales para dar rienda suelta a un acto continuo de sensualidad, erotismo y seducción a partes iguales en el que  todo tiene cabida; incluso el humor negro. Polanski utiliza un juego de espejos entre sus protagonistas para dar rienda suelta a sus obsesiones habituales en el que se confunden constante e intencionadamente las identidades, el mando, el sometimiento y la lucha de sexos. El teatro sirve de vehículo para tolerar el choque entre dos entidades tan diferentes: los bajos fondos de París desenmascarando los vicios más inconfesables de un intelectual acomodado. Ella se adueña del espacio desde el momento en que entra por la puerta rogando una audición. Él la convierte en su Venus abotonándole el vestido. Todo con un único fin, el de alimentar y llegar al origen de una perversión: unas pieles y una vara de abedul. Cuidado con lo que deseáis. Se puede desencadenar un ciclón.