Las putas de Schlinder
Nota: 6'5
Lo mejor: como todo lo de Yimou, visualmente es un ejercicio técnico ejemplar.
Lo peor:
un desarrollo argumental y de personajes vulgar que en ocasiones roza
el ridículo (y que si yo fuera una puta de Nanjing estaría indignada).
Se
estima que la memoria humana es capaz de almacenar una cantidad de
información equivalente a diez billones de páginas de enciclopedia. Yo
imagino la mente como una enorme biblioteca con cajas en la que los
recuerdos se clasifican por temas, algo así como lo descrito por Stephen
King en El Cazador de Sueños. No sé a ciencia cierta cuáles son
los filtros que el cerebro utiliza para conservar unas experiencias y
desechar otras, pero supongo que las emociones que inspiran algunos
momentos son un vehículo conductor y determinante para su perpetuidad o
no en la memoria. En el mundo existen arquitectos de los recuerdos,
básicamente en el campo de las artes, y Zhang Yimou es uno de
ellos, un mágico de la técnica capaz de diseñar imágenes en movimiento
merecedoras de ese gasto espacial en la mente, porque todos los que
hayamos visto algunos de sus films recordamos aquella escena de lucha
cuerpo a cuerpo entre las columnas doradas de estilo oriental en La Maldición de la Flor Dorada, al igual que esa secuencia, una de tantas, de Hero
con las dos guerreras de kimono rojo en un baile a muerte otoñal bajo
miles de pétalos, o esa danza marcial de la protagonista de La Casa de las Dagas Voladoras golpeando cada platillo con sus telas para crear música; y aunque este Yimou de ahora, el de Las Flores de la Guerra,
de manera más sobria sigue manteniendo en esta última su lirismo y
virtuosismo natos, el resultado queda lejos de la calidad de sus
anteriores realizaciones, sacrificando el contenido por un posible deseo
de abarcar un público menos específico.
Ese deseo de
ampliar el espectro y llegar a una audiencia generalizada podría
responder al hecho de haber recurrido a un actor principal internacional
de tan estimado caché como es Christian Bale para encabezar un reparto desconocido más allá de las fronteras asiáticas, porque reconozcámoslo, Jet Li
es el único nombre que somos capaces de mencionar al referirnos a los
intérpretes que han formado parte de los elencos interpretativos de Yimou.
Así, el último Batman es argumento suficiente para que los más reacios a
acercarse al cine oriental traspasen la línea y se sumerjan en un mundo
de cierto surrealismo y colorismo simbólico, pero no de lleno como
podría ser el chapuzón en Hero, sino sólo con un tímido pie en una piscina, porque el director chino no se moja en Las Flores de la Guerra
y todo lo que es, su sustancia, se pierde en un cincuenta por ciento en
esta versión ciertamente ingenua de la guerra chino-japonesa que ya
retrató de forma más cruda y efectiva allá por el 2009 Chuan Lu en Ciudad de Vida y Muerte.
En
esta ocasión, la historia, basada en la novela de Geling Yan, no se
centra en los combatientes, sino que la trama toma como protagonista a
un maquillador de cadáveres norteamericano (Bale) que en mitad de
la invasión de los japos a la capital china de Nanjing en 1937, debe
atravesar la ciudad para alcanzar el convento de Winchester con el fin
de preparar el cuerpo del padre Engelmann. Al llegar a su destino, se
verá obligado a hacerse pasar por sacerdote para salvar el culo y el de
las quince colegialas allí refugiadas, a las que se sumará una panda de
prestigiosas y seductoras prostitutas. Lo que sería un sueño para Sánchez Dragó, se transformará en un tormento para el bueno de Bale en su intento por proteger la vida de todas las chicas.
Desde
la primera secuencia introductoria, el virtuosismo del realizador en la
manufactura se revela a través de recursos tan llamativos e impactantes
como el uso del tiempo bala, la cámara lenta o, nuevamente, su
particular manejo de la simbología del color, viejos perros conocidos
por cualquiera que haya disfrutado con anterioridad de alguna de las
obras del oriental; sin embargo, tal y como se denotan tales rasgos,
también se asiste a un alarde de dichas técnicas dosificadas, como un Yimou light
contenido a la hora de intensificar su arte, que no pasa, no obstante,
desapercibido, sobre todo en el contexto en el que mejor se mueve el
director, el de la lucha, ya sea con katanas o con armas de fuego, como
es en este caso en ese ambiente bélico magistralmente reflejado en el
que las escenas de guerra son las más disfrutables del film, con la
contra de que muchos de los espectadores, yo incluida, hubiéramos
preferido la trascendencia de esa subtrama a la parafernalia creada por
las chicas de burdel y las niñas, ridícula en ocasiones.
La
discordancia entre maestría formal y torpeza argumental hiere a la
cinta al mismo tiempo que atraviesa al público con la misma belleza
trágica y sosegada con la que te despedaza la decimocuarta sonata de
Beethoven. Las Flores de la Guerra es un relato abandonado
a la mediocridad en el que el surrealismo ya no constituye esa
pincelada mágica capaz de conferir especialidad y espectáculo a la obra
como sucede en las anteriores producciones de Yimou, sino que se
trata de una ingenuidad y escaso gusto, básicamente en el retrato de las
prostitutas, que en ocasiones llega a rozar el ridículo, configurando
la descripción de unas damas más preocupadas por su esmalte de uñas que
por la muerte de uno de sus soldados o su propia vida, a excepción de la
líder de las señoritas, Mo, encarnada por la joven actriz china Ni Ni
con la elegancia y sensualidad propias de una diva. Su personaje es el
único rol femenino que no resulta abochornado en esta reunión de
muñecas anime extrañamente impropia de un realizador que siempre ha
imprimido en la mujer un carácter protagónico, luchador, heroico,
inteligente e independiente. Tampoco es que el correcto Bale obtenga un papel mucho más cincelado que el de sus compañeras, en la piel de un tipo cuyas motivaciones acaban siendo poco o nada creíbles.
Si
el objetivo era acercar el cine asiático a un público menos específico,
puede que la cinta haya cumplido tal propósito al servirse como una
propuesta visualmente estimulante con buenas intenciones y un
entretenimiento más o menos constante, pero si ello conlleva la
decepción y desconfianza en la audiencia gustosa del particular estilo
del director oriental y conocedora de una mayor capacidad exigible al
mismo, la estrategia resulta contraproducente. Con todo, Zhang Yimou continúa siendo aquel arquitecto que una vez más ha logrado
diseñar esa imagen dinámica, en tiempo bala concretamente, que circula
en la retina conducida por la emoción y es merecedora de ocupar en
nuestra mente una de esas páginas de enciclopedia entre diez billones. Las Flores de la Guerra en su conjunto; sin embargo, se marchitará en algún lugar de la filmografía del realizador chino al ser evocado, primando otros titulos que, por el contrario, sí merecen ser llamados maestros.