Nota: 6'5
Lo Mejor: El trío protagonista. Lo Peor: No va más allá de una comedia para pasar el rato.
La pasada ganadora en la XXII Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián ha recuperado un género que no veíamos en la producción nacional desde -¿Aquí Huele a Muerto o El Conde Mor?- hace tiempo. Afortunadamente, la cinta del director de Un Buen Hombre no tiene nada que ver con ese tipo de obras casposas y de chiste fácil pertenecientes a esa parte oscura del cine español que tira más por la chorrada ridícula que por un humor y un hilo argumental algo más elaborados. Juan Martínez Moreno ha querido rendir un homenaje al género licántropo en Lobos de Arga, una película con más tintes cómicos que de terror que se alza como una entretenídisima realización con mayor cercanía -en cuanto a valor- a Primos o, de manera más alejada en el tiempo, Acción Mutante, que a las últimas bazofias de moda en este país con intérpretes de cutre-serie juvenil y problemas sexuales como Lo Contrario al Amor o Spanish Movie. Cruzando ya el charco, Zombies Party es refente del film.
Dicho esto, la película de Martínez Moreno, aunque simple en su formulación, resulta un buen producto para pasar el rato que, además, es lo suficientemente consciente de sus posibilidades, con lo que deja de lado las pretensiones para ofrecer al público un inocente documento con el que desternillarse, contenido de manera que no se burla del género, pero efectivo y apoyado en el trío de ases con más gracia y talento para la comedia de este país, Gorka Otxoa, Carlos Areces y Secun de la Rosa, un trípode esencial que otorga al film un tirón comercial y un carisma cuya ausencia hubiera posiblemente mermado su salida a la luz.
Como su título deja claro, Lobos de Arga se ambienta precisamente en dicho pueblecito gallego, un sitio de esos rústicos en el que en lugar de caminar sobre aceras lo hacen sobre boñigas de oveja y cuyo concepto de industrialización se reduce a la taberna del Abelino. Tomás (Otxoa), el último descendiente de la familia Mariño, regresa al pueblo para ser nombrado hijo adoptivo del mismo; sin embargo, los verdaderos planes de los habitantes de la localidad son sacrificarle para acabar con la maldición que hace 100 años una gitana lanzó sobre el hijo de la Marquesa Mariño, pues de no hacerlo, una segunda maldición recaerá en los lugareños. Por suerte, no todos lo autóctonos querrán acabar con el protagonista, que será ayudado por su amigo de la infancia, Calixto (Areces), y por un visitante sorpresa, su editor Mario (de la Rosa).
A cada cual más desgraciado, ninguno de nuestros amigos protagonistas ha triunfado en la vida. Tomás es un escritor fracasado y ex-alcohólico, Calixto, además de tener una extraña fijación por las ovejas -y un raruno acento gallego-, jamás ha salido del pueblo y Mario es un trepas que estafaría hasta a su madre. Unos personajes, sin duda, perfectos para los tres actores que no se salen del encasillamiento cómico habitual que demuestran, sin ir más lejos, en sus últimos trabajos (Pagafantas, Extraterrestre y No Controles). Por tanto, los chicos forman una triada genial en un registro que les viene como anillo al dedo. Y eso que ni Otxoa ni Areces estuvieron desde un principio en el proyecto, siendo segundas opciones tras Javier Gutiérrez y -con mucha guasa- Antonio de la Torre. Cosas del destino que la elección no podría haber sido mejor.
El ritmo de la cinta no decae en ningún momento y las situaciones irrisorias -atentos a la escena del dedo- se suceden una tras otra sin resultar en ningún momento una cadena de sketches que se vuelve iterativa y farragosa. Teniendo en cuenta que en realidad la historia es una chorrada, lograr que la trama y el guión se desarrollen de una manera tan entretenida sin desfallecer en la pantochada es admirable.
En cuanto al apartado técnico, hay que decir que el presupuesto no daba mucho margen para currarse unos hombres-lobo algo más realistas y el resultado final son unas criaturillas más parecidas a un bigfoot que el monstruete pretendido. Aunque dado que se trata de un film más cómico, los efectos especiales en ese sentido pueden pasar desapercibidos e incluso resultar una chapucilla simpática que, en su contra, a lo mejor le resta profesionalidad. Eso sí, la intención de huir de la realización digital es clara, apostando por una artesanía que de vez en cuando se echa en falta en el cine de hoy.
Sin embargo y, como ya he mencionado, Lobos de Arga es tan sólo un monólogo chistoso para pasar un buen rato, con unos actores a los que poner cara de idiota se les da estupendamente y unos acontecimientos desternillantes que tienen lugar en un ambiente sobrenatural. No hay metáfora, ni profundidad en los personajes, ni nada que otorgue algún plus a la producción al margen del humor. Por supuesto, no pretendo desdeñar así la obra de Martínez Moreno, sino que es de agradecer una resurrección de un género y un homenaje a los filmes sobre licántropos, pero de ahí a haberlo premiado en un festival de terror y teniendo en cuenta la calidad de sus competidoras, hay un trecho. Menos lobos, Caperucita.