Crítica de cine: 'Los Amantes Pasajeros'

Publicado el 11 marzo 2013 por Lapalomitamecanica
Mariposeando por el cielo de la España de hoy

Nota: 5,5
Lo mejor: un trío de locazas en estado de gracia.
Lo peor: los personajes no terminan de eclosionar y el conjunto es demasiado surrealista.
Vaya por delante que todo aquel que no se lleve bien con el cine de Almodóvar no va a encontrar en su última película esa ventana amable por la que introducirse en un mundo tan particular como cargado de personalidad. Para eso ya está Volver, el discurso más campechano de un manchego hace años coronado y que tampoco se escapa de la polémica de la legitimación. Ahora bien, para el resto, almodovarianos empedernidos o alérgicos a las etiquetas con la mente abierta, Los Amantes Pasajeros se parece mucho a la película que cabría esperar del regreso a la comedia pura del cineasta, 20 años y 2 Oscars después de Kika -si no contamos el corto de 2009, La Concejala Antropófaga, rodado bajo el seudónimo de Mateo Blanco-, en un momento en el que Pedro está aquí, allí, y en todas partes, haciéndo gala de un innegable cine de autor fácil de alabar, elegante en su puesta de escena y magníficamente vendido, pero que no deja de exigir una fe ciega, casi monárquica, por parte de un hombre que se ha propuesto hacer reír a una España cabreada y desangelada desde su posición elevada. Y es una lástima que sea el otro rey el que haya ganado en vis cómica con los años.
En los 80 o incluso 90, cuando veíamos dos tetas en una película que tenían detrás a un personaje femenino -o no- como dios manda, era mucho más sencillo simplificar la personalidad cinematográfica de Pedro Almodóvar principalmente para aquellos que ni profundizaban en su obra ni tenían intención de hacerlo. Hoy eso ha cambiado, la liberación social ha pasado de moda en favor de la indiferencia a la que obliga la igualdad más políticamente correcta, pero el cineasta no sólo es más personal que nunca sino que, mantieniendo las tetas en su sitio, ha logrado transformar la apreciación más perezosa de su sello, el ya acuñado término "almodovariano", en un espectáculo de luces y colores chillones muy bien filmados dejándose el alma por el camino. Descender a la clase business de una chapucera aerolínea española puede ser un buen intento por recuperararla, pero Los Amantes Pasajeros, tal como está planteada, evidencia más que nunca las verdaderas carencias que, momentos de lucidez aparte, han existido siempre sobre todo en el Pedro guionista y se han visto enmascaradas por un apellido muy dado a la adjetivación.

El primer problema llega tras el simpático prólogo de la película, en el que Antonio Banderas y Penélope Cruz marcan acento andaluz para revivir con éxito unas frases sin gracia mientras se dejan puesto el protector del tren de aterrizaje que desencadena la historia. Y es que todo el humor de la cinta depende de que en el primer momento en el que la cámara se introduce en el avión, donde no tardan de ser conscientes del problema, el espectador asuma que donde ha entrado es en la cabeza de un director que pretende organizar una fiesta. Él, en su casa, con sus colegas y sus reglas. El humor en ningún momento mira al niño llorón, al dormilón con sobrepeso o demás tópicos aéreos, sino que parte de la premisa de que esa aerolínea funciona como un burdel maravilloso en el que fluyen el alcohol y los fluídos corporales con más facilidad que en un especial de Gandía Shore.
El trío de azafatos protagonista, borracho perdido, no duda en drogar al pasaje, por eso de que no molesten demasiado preguntando por su vida, y es entonces cuando la cinta comienza a desarrollarse entre el reducido grupo de personas que forman parte de la elitista clase ejecutiva. Sólo unos pocos de esos personajes caricaturescos funcionan realmente a la hora de hacer reír, por no decir que sólo brilla Cecilia Roth con su madame de altos vuelos obsesionada con que quieren matarla. La peor parte recae en una alelada Lola Dueñas, con una vidente que roza la estupidez más absoluta, y en un discreto Willy Toledo dando vida a un actor de culebrones seductor (¡!). Este personaje, además, es coprotagonista del segmento outsider de la cinta, muy al estilo de 'Las aventuras del tigre cachondo' de La Piel que Habito, aunque con algo más de sustancia gracias a la aparición por sorpresa de cierta maniquí chica Almodóvar y al trabajo de Blanca Suárez, una que ya se ganó el calificativo en otro espléndido aunque breve papel en la cinta protagonizada por Antonio Banderas y Elena Anaya.

Una vez queda patente que medio reparto no está en condiciones de sacarle la sonrisa a nadie, la única parte que merecería salvar de la caja negra de este avión corresponde a la tripulación masculina, Antonio de la Torre, Hugo Silva, Javier Cámara, Carlos Areces y Raúl Arévalo, los cinco, y muy especialemente en esos últimos tres tigres de bengala de nuestra comedia que se han pintado las manchas de rosa para la ocasión. Que Cámara es todo un diamante cuando saca las plumas a relucir ya lo demostró en Fuera de Carta, y Carlos Areces (Museo Coconut, Balada Triste de Trompeta) tiene el don de la carcajada con sólo existir, pero lo de Raúl Arévalo, con su taciturno aficionado a los cuartos oscuros, es una confirmación tras la sorpresa que fue Primos. La dinámica establecida entre los tres intérpretes a base de un meticuloso trabajo de sincronización y evidente buen rollo, ampliada en sus relaciones con los poco heterosexuales pilotos encarnados por De la Torre y Silva, es el solitario motivo por el que este vuelo no ha terminado en catástrofe absoluta, mandando a todos los personajes a ese nivel del infierno destinado para los pervertidos y desviados cómo diría el político corrupto y relacionado con el Opus Dei encarnado por José Luis Torrijo, al que el cineasta castiga dejando que sea el único sin follar pero sin quitarle su redención y final feliz. Porque hasta ese punto está desconectado Almodovar de una realidad que pretende retratar gracias a estrategias tan burdas como un primer plano de un artículo sobre el caso Gürtel.
Desde esa atalaya de perfección técnica, siempre al servicio es ese filtro cromático y estilístico extraído de un brainstorming con demasiado vino de Agatha Ruiz de la Prada, Almodóvar ha pretendido en Los Amantes Pasajeros, con unas intenciones internacionales muy claras, elaborar una sátira de una sociedad española en la que el común de los mortales dormimos drogados en la clase turista mientras los ricos y los privilegiados se montan su fiesta a nuestra costa. Quizás a los espectadores capaces de identificarse con alguno de los personajes ésta les parezca la radiografía definitiva de la España más chanchullera y despreocupada, pero el resto sólo encontrará un par de chistes con gracia entre tanto gag de Los Morancos. De ahí que Los Amantes Pasajeros tenga el mismo ciclo de vida que las mariposas homenajeadas por sus tres protagonistas, que es más o menos el tiempo que hace falta para que no quieras volver a escuchar I´m So Excited de The Pointer Sisters en una temporada.