Nota: 6
Lo mejor: que funciona como testimonio póstumo de una figura imprescindible como fue Hunter S. Thompson. Y Giovanni Ribisi.
Lo peor: un director cuya mayor aportación ha sido comprarse un trípode.
Johnny Depp estrena película pre-veraniega y no vemos una tonelada de spots televisivos en cada pausa publicitaria, ¿qué está pasando? Sencillamente, que el actor de 48 años se ha puesto nostálgico regresando momentáneamente a esa línea de proyectos más independientes en perjuicio del checazo de rigor que le dan cada vez que se calza el loro al hombro. Pero la cosa tiene truco, ya que se trata de un filme-homenaje al escritor Hunter S. Thompson, fallecido en 2005 y amigo personal de Depp hasta el punto de dejarle el encargo de esparcir sus cenizas...desde un cañón (true story). En vida, "colaboraron" juntos en Miedo y Asco en Las Vegas (Terry Gilliam, 1998), una de las mejores películas de la filmografía de Depp en la que encarnaba al alter-ego protagonista de la obra de más éxito del novelista. La idea con Los Diarios del Ron ha sido repetir la jugada embadurnando el conjunto de un halo de nostalgia y admiración hacia todo lo que representaba Thompson. El problema es que el realizador que se ha buscado Depp para la ocasión, Bruce Robinson (Jennifer 8), está muy alejado del nivel de locura y desenfreno que se respira en el ambiente y que tan bien supo sintonizar Gilliam, lo que deja a esta película en un ejercicio casi amable sólo apto para los que ven romanticismo en la figura del escritor canalla.
Ese tono de corrección se ve acentuado por el propio material adaptado. Los Diarios del Ron es una de las primeras novelas de Thompson, creada en los sesenta durante una corresponsalía en Puerto Rico en una etapa en la que el joven periodista aún conservaba ciertos ideales, casi necesarios para la supervivencia de una mente creativa en pleno surgimiento de la batalla capitalismos versus comunismo. Se trata de unos valores que enfocan ese tono de rebeldía que destila toda su obra hacia una lucha antisistema que a día de hoy nos suena vieja. No es que la historia no contenga los pasajes psicotrópicos o esté llena de los personajes estrafalarios que se esperan de semejante material de partida, pero todos acaban danzando en función de un escenario en el que la humanidad es una bestia cruel que necesita un héroe que exponga sus miserias. Un salvador que, por supuesto, es Thompson. Y claro, con ese panorama, cualquiera se ríe (porque esto era una comedia, no nos olvidemos).
La encarnación del literato, en esta ocasión, se llama Paul Kemp (Depp), un chupatintas que recala en uno de los territorios menos estadounidenses bajo soberanía del país del Big MaC y que se va topando con las diferentes representaciones de las virtudes y defectos del ser humano en su búsqueda de una borrachera perpetua. Él, como la identidad secreta de Thompson que es, llega caracterizado al principio como un observador neutral que sólo busca una forma de pagarse los tragos entre la conquista urbanística del tiburón norteamericano (Aaron Eckhart) y la censura del editor resignado (Richard Jenkins). Mientras la función se limita a la descripción de personajes y escenarios, la cosa funciona a las mil maravillas, pero las complicaciones llegan cuando la película pide a gritos una historia y el canalla es ensalzado hasta la primera línea de batalla. Los malos y los buenos ya están ahí descritos, con lo que únicamente se necesita una excusa enmascarada de lucha por la libertad (así, a secas, "a lo Loki") para dar un poco de entereza al conjunto. Hablamos de un mensaje final que no por ser totalmente defendible deja de resultar cansino y obvio, y eso es algo que un Thompson más maduro y la experiencia de un realizador como Terry Gilliam jamás hubieran dejado que sucediese.
El principal responsable de esa intrascendencia es, como decimos, el director Bruce Robinson, al que no le tiembla el pulso ni un ápice a la hora de dejar todo en manos de un elenco de lujo y de los bellos paisajes de Puerto Rico. Más allá de un Depp bien calibrado, por ahí contamos con secundarios siempre impecables como Aaron Eckhart, Richard Jenkins o al camaleónico Michael Rispoli (Kick-Ass, Magic City) dando vida al "Sancho" que acompaña al protagonista. Pero son dos nombres los que roban todas las escenas: Amber Heard (Furia Ciega) representa a la siempre inevitable tentación rubia con un magnetismo y frescura que trasciende al tópico (vamos, que la chica tiene embrujo), y Giovanni Ribisi no podría brillar más como el excesivo Moburg, un personaje que pasa su tiempo libre escuchando discursos de Hitler y que es el que más se merece el apelativo de "alcohólico" en una película en la que todos los personajes beben continuamente. Como anécdota, los seguidores de Prison Break seguro que reconocen a un sorprendentemente a tono Amaury Nolasco (Sucre) como uno de los socios de Eckhart.
Una vez dejamos atrás la sombra de Miedo y Asco (reducida a la escena de la lengua), lo que nos queda en Los Diarios del Ron es el esfuerzo personal de un actor que ha dejado de lado su aura de superestrella -lo que siempre es de agradecer- para ofrecer un sincero homenaje a uno de los escritores más innovadores y gamberros del siglo XX. El resultado se traduce en una de esas películas que les encantará a esa gente para la que leer un libro de Bukowski pasando una resaca en la playa es un momento cargado de magia y una forma inmejorable de sacarle partido a la vida, pero que a la hora de la verdad, provoca bostezos en el espectador que espera simplemente una fiesta de las gordas con un anfitrión de lujo como Depp. De todas formas, Thompson nunca pretendió gustar a todo el mundo.