Crítica de cine: Men in Black 3

Publicado el 28 mayo 2012 por Lapalomitamecanica
No importa la época, el negro nunca pasa de moda

Nota: 6,5
Lo mejor: el primer "salto en el tiempo" y que no llega a las dos horas.
Lo peor: es la más infantil de todas.

A lo tonto y sin pretenderlo, una saga sin vocación de tal que surgió como adaptación puntual de un cómic de Marvel se ha convertido en un retrato inmejorable de su tiempo. Mientras la primera entrega es una de esas superproducciones con alma y corazón que cimentaban la cultura pop de los 90, la segunda sintomatizaba la pereza por innovar presente a comienzos de siglo, donde la formula imperante en las secuelas pasaba por repetir lo que funcionó la primera vez acompañado de una cascada de efectos especiales gratuitos. Lo que nos encontramos en esta tercera parte es uno de esos blockbusters autoconscientes que cada día abundan mas entre coletazos de la generación pasada como Furia de Titanes o G.I. JOE, donde la lección está aprendida y el número que acompaña al título no es una losa que salvar en el filme, sino un recurso más para buscar referencias y guiños. Men in Black 3 es, en definitiva, esa continuación inofensiva que hace más bien que mal al legado de los hombres de negro y que consigue disipar no sólo las sospechas generadas por una producción accidentada y de presupuesto desconocido (hay quien habla de 325 millones de dólares), sino también el halo de fracaso que dejó la primera secuela.
En esta ocasión, la tierra está a punto de sucumbir a un gran peligro...una vez más. Tras la tradicional escena inicial en la que vemos la llegada del villano de turno, Boris -no quedaban apodos en el almacén- "El Animal", los guionistas se las han ingeniado para hilar esta nueva amenaza con la desaparición de K, haciendo que la solución para ambos problemas parta porque J viaje en el tiempo hasta 1969, una época en la que un negro con traje era más difícil de ver por la calle que a Mario Vaquerizo en una biblioteca. Sin ni siquiera entrar en la denuncia y normalizando un pensamiento que hoy la mayor parte de la sociedad ha dejado atrás, la película se sirve del racismo más descarado para regalarnos golpes de humor realmente efectivos a la llegada de J al pasado. Aunque la mejor referencia tiene lugar en The Factory, la casa burdel cuartel del artista Andy Warhol (interpretado por Bill Hader, del SNL), que supone la primera parada del protagonista con el agente junior K de compañero.

Mientras Smith da sus últimos coletazos como gamberrete de barrio haciendo que esto luzca con su sola presencia y Tommy Lee Jones -que no está mayor, sino fosilizado- se limita a la aparición testimonial que ya avisan los trailers, la verdadera papeleta va para Josh Brolin, uno de esos tipos con peor suerte en taquilla a la hora de enfrascarse en una superproducción (Jonah Hex, Wall Street 2) que una peli de Mario Casas en la que salga completamente vestido en el póster. Más allá de esa divertidisima recreación de 1969, el morbo de comprobar hasta qué punto Brolin imita a Jones o es capaz de redefinir al personaje es el puntal de la trama. Una misión que a falta de comprobar la previsiblemente superior versión original, es un éxito indiscutible. La revelación de No Es País Para Viejos consigue sobrevivir a los aspectos más infantiles del guión, que se olvida completamente de la historia de fondo que nos contaron hace 15 años sobre su amor perdido para meter un innecesario flirteo con la agente O (Alice Eve en 1969, Emma Thompson en su versión adulta en un "cojo el cheque y me voy" de manual) y hace suyo a K sonriendo de vez en cuando mientras mantiene el entrecejo tatuado y la pose de agente/terminator que caracterizan al personaje.
Una vez superada la gran dificultad de la película, toca ajustar cuentas con el villano tras el desastre de Lara Flynn Boyle en 2004. El Boris de Jemaine Clement no llega al nivel del Edgar de Vincent D´Onofrio, pero su relación personal con K y la presencia simultánea de sus versiones presente y futura con cachondísimos enfrentamientos entre sí, son la mochila necesaria para dar empaque a una némesis que sólo necesita aguantar el tipo para levantar el listón. La otra novedad de peso del reparto tiene el rostro de Michael Suthlbarg, inolvidable desconocido visto en Un Tipo Serio y Boardwalk Empire, que interpreta en esta ocasión al cansino personaje encargado de arrojar un poco de luz sobre la complicada ciencia de los viajes en el tiempo en la que se adentra de lleno la función.

Era de esperar que una franquicia que sustenta parte de su atractivo en contar una historia que, por hilarante que sea, se ambienta en una sociedad real a la que se la oculta un gran secreto (al igual que Harry Potter o Matrix, por poner dos ejemplos) sacara un partido inmejorable a un viaje al pasado retratando esa conspiración en una época completamente diferente, pero eso no quiere decir que funcione igual de bien como película de viajeros temporales. A pesar de la espectacularidad de los propios saltos, la complejidad de las paradojas y la originalidad en sus giros no supera el nivel visto hace tres décadas en la franquicia Regreso al Futuro. Aunque si tras tres entregas apenas nos cuela el oportunismo para usar el neutralizador (está mal que Nueva York vea un pez gigante pero no hay problema con jetpacks y motos futuristas) y la ciencia ficción hace tiempo que se rindió a la comedia, tampoco tiene mucho sentido preguntarse porqué los saltos temporales funcionan de forma diferente según les convenga a los protagonistas.
En general, MIB3 no tiene la solidez de la primera parte y en ocasiones se acerca a "Las Locas Aventuras de Gruñon y Cachondito" que dominaba Men in Black 2, pero una vez comprobado que el humor de la franquicia mantiene la frescura -por mucho que la dirección de Sonnenfield huela un poco a rancio- y a la hora de aportar su granito de arena, la historia aprovecha la ocasión para expandir un poco el  trasfondo dos personajes principales a los que creíamos conocer al dedillo. Un detalle que hablando de una tercera entrega que nos llega casi de casualidad, justifica por sí solo volver a ponerse las gafas negras 10 años después.