Nota: 8
Lo mejor: un elenco sobresaliente.Lo peor: que el sector de la audiencia más adrenalítico puede no ser compatible con el ritmo del film.
Nebraska ha llegado humildemente, de manera discreta, sin parafernalias publicitarias y sin hacer mucho ruido, casi como una metáfora de la intimidad de su mensaje. El envoltorio con el que ha aterrizado en nuestras carteleras es el desprendido de los ecos levantados tras su paso a través de los diversos festivales cinematográficos internacionales y su inesperada -por desconocimiento inicial en este lado del charco- inclusión entre las candidatas al dorado. Alexander Payne no ha contado esta vez con un Nicholson o un Clooney que le allane el camino hacia el éxito, ni falta que le han hecho y es, precisamente, la demostración que necesitábamos los escépticos y no devotos del cine del realizador para seducirnos definitivamente. Porque si hasta ahora algunos teníamos ciertos reparos a la hora de aceptar sus propuestas, de un tono casi contemplativo y aparentemente esforzadas en complacer a la Academia, sensación especialmente acusada en su anterior producción, Los Descendientes (crítica aquí), Nebraska es la prueba definitiva de que más allá de un cineasta resultón, Payne es un talento de la dirección incuestionable.
El virtuosismo del realizador queda tan reafirmado como la calidad del casi octogenario Bruce Dern, del que, por supuesto, nunca hemos dudado. El actor, visto en Monster o, más recientemente, en Django, es el líder de esta conmovedora historia sobre Woody Grant, un anciano con demencia senil que recibe en su buzón un panfleto publicitario en el que se le informa de que es el ganador de un millón de dólares. El protagonista se empeña en viajar desde Montana hasta Lincoln, capital de Nebraska, para cobrar el premio, a pesar de las advertencias de su esposa (June Squibb) y sus dos hijos, David (Will Forte) y Ross (Bob Odenkirk). Finalmente, David, en un arranque de compasión por un hombre que se encuentra en sus últimos días, decide mantener viva la fantasía y acompañar a su padre, con el que mantiene una relación distante debido al pasado etílico del veterano. Durante la travesía, se detendrán en el pequeño condado del que procede Woody, donde el rumor sobre el dinero se extenderá como la espuma por todo el pueblo, haciendo creer a sus habitantes que es real y llegando a generar algunos problemillas para la familia Grant. Al mismo tiempo, el desconocido pasado del anciano irá tomando forma para el chico.
De esa misma manera en la que David va desgranando al patriarca según avanza el metraje, el espectador hace lo propio y acompaña al vástago en el descubrimiento y profundización del viejo fracasado y demente maravillosamente recreado por un enorme Dern (curiosamente, el papel fue ofrecido inicialmente a Gene Hackman), más expresivo corporalmente que orador y apoyado por un elenco igual de brillante, desde el propio Forte (Saturday Night Live, MacGruber), pasando por Odenkirk (el mítico Saul Goddman de Breaking Bad), la incombustible y entrañable Squibb (Esencia de Mujer, A Propósito de Schmidt) o los eternos segundones Stacy Keach (El Legado de Bourne, American History X) y Rance Howard (Una Mente Maravillosa, Chinatown). Así pues, nos encontramos con un reparto de lujo rescatado del cajón de las viejas glorias que Payne tiene la consideración de regalar a la audiencia, casi como una especie de tributo que se alza como una de las mejores piezas de la cinta.
Para nuestro deleite personal, la reunión de intérpretes no es la única virtud de Nebraska, porque el realizador de A Propósito de Schmidt y Entre Copas logra alcanzar en esta obra el equilibrio perfecto entre el drama y la comedia, acompasando la conmoción y la nostalgia con una serie de escenas de un humor negro y un sarcasmo realmente mordaz, gracias también y en buena parte a la excelente labor del guionista Bob Nelson al confeccionar unos variopintos y peculiares personajes que cabalgan entre la complejidad y el simplismo, dentro de todas las posibilidades que ofrece una composición tan coral de roles con los cuales llegamos a empatizar tanto que duele.
El tercer gran puntal sobre el que se asienta el film de Payne reside en una estética visual cuidadísima en blanco y negro que otorga un carácter extremadamente lírico al relato, colmado de planos de paisajes rústicos que acentúan el ambiente nostálgico y envuelven de magia y misticismo un regreso al pasado ensoñador, todo ello narrado a través de unos versos audiovisuales que se ornamentan con una genial banda sonora compuesta por Mark Orton.
Con toda probabilidad, Nebraska es la historia más íntima y personal de Payne. No es casualidad que el cineasta sea natural del estado que da título a esta obra, ya maestra, que versa sobre sentimientos, añoranzas, rencores, perdón, arrepentimientos, sueños, amor, ternura, compasión y un sinfín de emociones más que no resultan ajenas a ningún ser humano en todas las edades de su existencia. Claro que la poesía no es plato de buen gusto para todo el público y es posible que el ritmo del realizador no satisfaga las necesidades de aquellos espectadores más impacientes, aunque nadie, sin excepciones, debería dejar de conceder una oportunidad a una de esas obras especialmente cercanas a la vida misma.