Nota: 8
Lo mejor: una espectacularidad digna de entrar en los libros de historia.
Lo peor: que alguien la descarte por su punto de partida y un 3D que no luce nada en las secuencias submarinas.
Desde que Steven Spielberg inventara el blockbuster en 1974 con Tiburón, entendido el término como un gran proyecto hollywodiense destinado a aprovecharse del tiempo ocioso que nos regala la temporada veraniega, la fórmula se ha ido deformando hasta que el plus que se le asume a una superproducción, el "super" del propio término, solamente pasa por un presupuesto abultado y prescinde de todo lo demás o, por lo menos, no le otorga la misma importancia. De ahí que hayamos llegado a un punto en el que el gasto excesivo en una película, con su correspondiente bukake de píxeles y explosiones, se ha convertido de por sí en un salvavidas al que muchos espectadores no dudan en agarrarse cuando lo único que buscan es invertir dos horas en mero entretenimiento, pagándole por el camino la mansión a gente como Michael Bay y olvidándose de que están en su derecho de exigir que no les insulten a la cara. En ese panorama exacto irrumpe Pacific Rim para demostrar que la vocación de película de masas no tiene por qué estar reñida con la estupidez argumental o la total ausencia de contexto, y manda narices que sea una cinta que enfrenta a los robots gigantes de los Power Ranger contra la familia de Godzilla la que haya tenido que venir a recordárnoslo.
Sin salir del debate planteado, la premisa de Pacific Rim puede actuar como arma de doble filo a la hora de cuantificar la inteligencia que hay en la película, relegando a este coloso mecánico engrasado en materia gris al cajón del entretenimiento desvergonzado donde habitan los Transformers de Bay junto al Battleship de Peter Berg. Sí, un resumen escueto de la propuesta -"robots contra monstruos"- puede causar muecas de incredulidad y hasta recochineo entre el respetable, pero es la forma en la que el coguionista Travis Beachman va uniendo junto a del Toro cada pieza de información, desde el origen sobrenatural de las criaturas hasta las circunstancias que nos llevan a idear titánicos mechas -no sin descartar antes otras ideas como grandes muros en las dos orillas del Pacífico-, lo que va justificando por sí solo lo rocambolesco del punto de partida hasta sentirlo, si no palpable y terrenal, sí lo suficientemente lógico y coherente como para poder disfrutar del espectáculo sin hacernos demasiadas preguntas incómodas.
Por mucho que, como decimos, la premisa esté bastante mejor contextualizada de lo que cabría esperar, reflejando el punto de inflexión para la historia de la humanidad que supone el nuevo panorama bélico gracias a una introducción impecable, lo que no hay que hacer es esperarse a robots de 50 metros recitando a Shakespeare con la cabeza de un Kaiju en la mano. La lírica y la belleza de Pacific Rim van por otro lado, por la necesidad de otorgar sentido a cada golpe y decisión en medio de los incontables combates que plagan la función, terminando por redondear el que sin duda es el evento más titánico que nos ha regalado Hollywood desde Avatar. Porque si algo queda claro con sólo visionar un fotograma de la cinta es que Pacific Rim cumple de sobra en la faceta más pirotécnica, en su promesa de crear todo un nuevo imaginario desde la raíz hasta la última hoja, dando como resultado uno de los espectáculos más generosos y mejor controlados que jamás se hayan podido disfrutar en la gran pantalla.
Precisamente, es cierto que los principales fallos de Pacific Rim los encontramos en esa necesidad autoimpuesta por del Toro de envolver de chicha a los momentos de puro descontrol. De ahí que la cinta cuente con alguna escena un poco más extensa de lo que debería, por mucho que nos sirva para profundizar en los personajes o disfrutar de gags a cargo de Ron Perlman, Santiago Segura y el gran Charlie Day; así como algunos pretextos o explicaciones pseudocientíficas, como la tecnología ideada para sincronizar las mentes de cada pareja de pilotos, terminen por desentonar en un contexto que podría haber prescindido perfectamente de ese metraje. Irónicamente, es en sus momentos finales donde hay que buscar el otro bajón de la cinta, cuando la trama desaprovecha en favor de futuras secuelas un acercamiento más exhaustivo a la mitología de las criaturas y ofrece un cierre al uso que sabe a poco tras la espectacular batalla en Hong Kong, auténtico clímax temprano de la función.
De lo que no hay duda es de que del Toro evidencia, más allá de un bienvenido carácter de demiurgo con ganas de asombrar constantemente, una clara tendencia concreta a homenajear y aprovecharse de gran parte de la cultura y mitos asiáticos. Sin olvidarnos del referente más obvio que tenemos en Godzilla, tanto los mechas y trajes como los combates a espada/katana/submarino, así como cierto aire voyeur encarnado en el cansino personaje -japonés- de Rinko Kikuchi, terminan de conformar lo que parece un proyecto gestado por un hombre que tiene varias webs de hentai en su lista de Favoritos del navegador. Por tanto, en la capacidad de tolerancia del espectador al abuso de cualquier contexto referencial, como es éste que abraza el anime y la ciencia ficción catastrofista de los años 50, residirá la capacidad de Pacific Rim para encandilar una vez los Kaiju regresen a las profundiades marinas, los Jaeger acudan a sus bases a repostar y las mandíbulas de los espectadores se hayan recolocado en su sitio a la espera de una secuela que, esta vez sí, se siente natural y necesaria.