Lo mejor: Zach Galifianakis y la escena que puede verse durante los títulos de crédito. Lo peor: que en su intento de renovar la fórmula se les ha ido de las manos por completo.
El principal motivo que se le achacó al mal sabor de boca que dejó la segunda parte fue la repetición de la estructura amnésica que triunfó en la primera sólo que cambiando la localización de Las Vegas a Bangkok, a Heather Graham por un transexual y al tigre de Mike Tyson por el mono de Indiana Jones En Busca del Arca Perdida, de ahí que el director y guionista de la saga, Todd Phillips (Aquellas Juergas Universitarias, Salidos de Cuentas), se viera obligado a anunciar desde el principio un cambio importante en la forma de presentarnos la historia del cierre de la trilogía. La promesa se ha cumplido, pero atendiendo al resultado final, más cercano a la -mala- comedia de acción que a la película de colegas, casi preferiríamos que los protagonistas se hubiesen despertado en Tijuana con una terrible resaca, Doug (Justin Bartha) nuevamente desaparecido, Alan (Zach Galifianakis) con la barba afeitada y Stu (Ed Helms) sin un riñón y casado con Sofia Vergara. En ese caso probablemente tampoco estaríamos hablando de una gran película, pero por lo menos tendría maldito sentido y sabríamos por dónde cogerla.
Más que mala, que lo es y mucho, R3sacón sobre todo es extraña. Se trata de una combinación bastante inusual de momentos bizarros en el marco de una superproducción veraniega nada exigente consigo misma, pero sí con el espectador. Las únicas coñas rescatables proceden del descubrimiento de la primera parte, Zach Galifianakis, mientras que sus colegas de manada se limitan a hacerle los coros al barbudo y al cuarto personaje, que no es el siempre ausente Doug sino Chow (Ken Jeong), ascendido de forma escalonada en las cintas precedentes, desde el papel de estrella invitada hasta el de irritable secundario, y aquí finalmente coronado como coprotagonista y miembro honorífico del Wolf Pack. Él es la auténtica encarnación de todos los males de esta secuela y el responsable de momentos "Pero... ¡Qué coño!" en cascada, como su violación de la memoria de Johnny Cash en la escena del karaoke o cada demostración que realiza de sus recientemente descubiertas habilidades como ladrón y mercenario internacional.
Por no haber sitio ni siquiera los habituales secundarios de lujo hacen acto de aparición más allá de un par de escenas puntuales con Heather Graham y Melissa McCarthy. Todo en esta secuela está ordenado en torno a esa mala hierba irritante y tocapelotas, Leslie Chow, transformado para la ocasión en un combinado rancio de Ethan Hunt y Tony Montana. La excusa para su regreso reconvertido en fugitivo es un intento por otorgar algo de coherencia a la franquicia, para lo que no dudan incluso en reutilizar torpemente alguna escena de la primera película, e intenta funcionar como la última gran consecuencia de aquella noche de juerga memorable. Allí fue cuando conocieron a Chow; cuando "el virus entró en nuestras vidas", como lo describe de forma inmejorable el intrascendente mafioso al que da vida John Goodman, y ahora toca pagar por ello. A nosotros también, claro.
Por lo menos, el liderazgo del Wolf Pack ha pasado conscientemente de una vez por todas de Phil (Bradley Cooper) a Alan, para el que Chow -siempre Chow- sirve a nivel argumental como una representación de sus demonios al arrastrar al orondo borderlimit a sus comportamientos reprobables (como si no estuviera loco desde antes de que se conocieran). La de otorgarle más peso en la trama a Galifianakis, y por tanto más responsabilidad en el éxito de la cinta, es la única buena decisión tomada por Phillips en su faceta como guionista junto a Craig Mazin (saga Scary Movie). No en vano se trata de uno de esos intérpretes con un don natural, capaces de hacer suya cada frase de diálogo, por muy endeble que ésta sea, gracias a su tremendo dominio del lenguaje corporal y del entorno que le rodea, y más si estamos hablando de un personaje al que podría dar vida a estas alturas con los ojos cerrados.