Nota: 4
Lo mejor: que el personaje de Alice se convierte intencionadamente en el relevo generacional de la Ripley de la saga Alien, a pesar de lo que eso diga sobre nuestra generación.
Lo peor: ese empeño por caracterizar a los personajes extraídos de los videojuegos como si se tratara de fans disfrazados en una convención.
Resident Evil: Venganza, la quinta entrega -sí, he tenido que buscarlo- de la saga cinematográfica inaugurada hace exactamente una década, es una película destinada únicamente para dos tipos de personas: los fans incurables de Milla Jovovich, que encuentran en la actriz embutida en cuero repartiendo a diestro y siniestro su sueño húmedo perfecto en la era post-Matrix; y los seguidores de la franquicia de videojuegos que ha dado pie a las películas, acostumbrados ya a ver a sus personajes maltratados en pantalla, que encontrarán en Venganza la cinta con más caras y situaciones conocidas a pesar de que su argumento hace tiempo que se fuera por otros derroteros. Para el resto, Resident Evil Retribution simplemente será otra piedra en el camino de Jovovich por convertirse en la tipa que mejor pelea contra pantallas azules del panorama actual por encima de Kate Beckinsale. Espectacular en un par de escenas, entretenida a ratos y directamente estúpida e inconsciente en todo momento, esta quinta entrega no es la peor de la saga (la 2 ostenta ese honor). Tampoco la mejor (digamos... ¿La 3?). Simplemente, es otra más.
Imaginaros hasta qué punto ha llegado el desinterés en esta historia que la cinta comienza con su "previously in" en toda regla narrado por Alice, capaz de resumir en dos minutos la trama de las cuatro películas precedentes para que sepamos que detrás de las hostias hay una motivación, que Alice no sólo es un perfecto maniquí asesino, sino que también tiene una misión -acabar con Umbrella- y, en definitiva, para que nos importe algo lo que nos están contando. Lo que sigue a continuación es el mejor exponente de lo que es capaz de ofrecer Paul W. S. Anderson, director y guionista, al frente de esta franquicia: una saturación de recursos de cámara y montaje para contarnos treinta y siete formas diferentes de asesinar a una persona, bicho o cosa. Se trata de una escena inicial que conecta directamente con el final de la anterior película, mostrando la batalla entre el grupo de Alice y el ejército de Umbrella, sólo que empezando por el final de la secuencia con la protagonista ya capturada y terminando por el principio, cuando aún no se ha disparado el primer tiro. Por supuesto, Anderson nos vuelve a colar la escena a velocidad y narración normales justo a continuación, que estamos hablando de una película con 85 minutos pelados de metraje ya alargada de por sí con innumerables ralentizaciones al servicio del 3D (ningún arma se cae al suelo, todas salen volando). Pero aún así, se agradece ese atisbo de esfuerzo en una saga a la que sólo se le pide un poco de creatividad en las escenas de acción.
A partir de ese momento, el filme adopta el tradicional esquema de ratonera -sí, otra vez- para contarnos la fuga de la protagonista junto a un grupo de mercenarios desde la base subterránea en la península de Kamchatka que Umbrella le compró al Doctor Maligno tras su jubilación. Como los pasillos llenos de tuberías, los laboratorios ultramodernos y los sótanos oscuros ya están muy vistos, la gracia del asunto pasa porque el lugar ha sido reacondicionado con recreaciones de algunos de los lugares mas emblemáticos del planeta como La Plaza Roja o Times Square a modo de banco de pruebas de las diferentes versiones de virus. Es decir, con la excusa perfecta para un constante cambio de ambientación y enemigos que ofrezca la sensación de que la trama avanza y de que es algo más que una mala copia de Aliens de James Cameron, niña incluida.
Por el camino nos van incrustando, como de costumbre, a personajes de los videojuegos para justificar el título antes del número, sólo que esta vez caen más que nunca en el 'síndrome del miedo al fan', calcando cada pelo del flequillo de Leon Kennedy (Johann Urb), de la barba de Barry (Kevin Durand, de Lost) o conservando el traje de gala para la super-espía Ada Wong (Bingbing Li). Ridículo hasta niveles que escandalizarían a Lady Gaga. Porque la recreación cinematográfica de un personaje que proviene de un medio tan diferente como son los videojuegos, además de manos de un estudio oriental, ha de pasar por captar sus motivaciones y personalidad más allá de replicar su peinado o vestimenta, que no tienen por qué encajar con la visión estética del filme. Es por eso que Michelle Rodriguez es la única que no parece una prostituta disfrazada cumpliendo la fantasía de un millonario pervertido.
Lo que no tiene sentido a estas alturas, en las que la protagonista tiene poderes de Super Saiyan y los jefes finales parecen salidos de una mala digestión de Lovecraft, es hablar propiamente de una película que satisfaga a los aficionados al género zombie, y más con The Walking Dead -los cómics, no la serie- tocando actualmente el techo del género. A pesar de las incontables diferencias entre las dos obras, ambas han apostado por relegar la figura del muerto viviente a un segundo plano, pero mientras Robert Kirkman lo ha hecho en beneficio de un enemigo mucho más complejo y peligroso como es el propio ser humano en su versión mas primitiva, Paul W. S. Anderson se ha decantado por narrar otro apocalipsis bien distinto, uno lleno de naves digitales, clones, soldados futuristas y monstruos de todo pelaje que, por qué no decirlo, es también la senda que están siguiendo las últimas entregas jugables, pero no el legado cinematográfico que merece un nombre que ha sido sinónimo del terror puro y duro. Algún día llegará la buena. Mientras, Anderson no engaña a nadie.