Nota: 4
Lo mejor: en ningún momento pretende ser algo más que una cinta ligera y honesta.Lo peor: no va más allá de su propia fórmula.
Todos hemos leído alguna vez -aunque sea por encima- un reportaje sobre las capacidades del cerebro humano, u oído hablar sobre el porcentaje real de cerebro que se usa, incluso tenemos ciertas nociones de que a pesar de que el tema está bastante estudiado, se manejan todavía muy pocos datos certeros sobre gran parte de lo que atañe a este órgano. “Dicen que sólo utilizamos un 20% del cerebro” afirma un traficante mientras intenta persuadir al protagonista para que pruebe una de las pastillas “milagrosas” que le ofrece, que supuestamente va a aumentar sus facultades mentales al 100%.
La premisa que se le presenta al espectador es tan irreal (si usásemos sólo el 20%, seríamos todos retrasados mentales) como atractiva: identifíquese con el fracasado protagonista e imagine qué haría usted si su capacidad mental superase con creces la de todos los que le rodean. Y es a partir de ahí cuando ya se apela a nuestros más bajos instintos: consiga lo que siempre anheló sin dar un palo al agua.
Sin ánimo de ensalzar la función educativa ni moralizante del cine, la película nos habla del miedo al fracaso, del ansia por mejorar, por hacer bien lo que se espera de nosotros y de las presiones sociales. Nos recuerda todo esto para después ofrecernos – al igual que al protagonista – una solución redonda en forma de píldora. Nos enseña el atajo tramposo que nos llevará a la meta de la carrera, dejando por el camino unos cuantos valores como el esfuerzo, la honestidad o la capacidad de sacrificio. Pero pasando por alto esta nimiedad, la peli es entretenida.
Neil Burger (El ilusionista, 2006, Tipos con suerte, 2008) elige a Bradley Cooper para el papel de perdedor (quizás por su mediocre filmografía como actor, lo cual no quiere decir que lo haga mal) para contrastarlo rápidamente con su “yo mejorado”, una vez que ha ingerido la famosa pastilla. Pero no nos engañemos, a pesar de la idea inicial “fantástica”, ésta es una película de drogas como cualquier otra: cuenta con un montaje y una fotografía correctos que aciertan intensificando colores, deformando las imágenes y mostrándonoslas borrosas, distorsionadas (algo que ya habíamos visto en numerosas películas anteriores sobre el mismo tema y ayuda a introducirnos en la mente del drogadicto). Y todo esto, aderezado con una dosis (nunca mejor dicho) pequeña de acción: persecuciones, peleas, incluso una subtrama con asesinato incluido que enreda un poco el guión de manera innecesaria.
Tanto Robert de Niro, que no explota demasiado su personaje interpretando a un poderoso ejecutivo del mundo de las finanzas, como Abbie Cornish (uno de los “grandes talentos revelación” de la reciente Sucker Punch) haciendo de “novia de”, actúan casi como meros complementos del protagonista tratando de inhibir su nueva adicción. Igualmente, se utiliza el personaje del matón con poco seso interpretado por Andrew Howard (Revolver, Guy Ritchie, 2005) para ilustrar el peligro de la lámpara de Aladino en manos equivocadas.
Que las empresas farmacéuticas controlan el mundo ya lo sospechábamos, ya nos quedó claro tras el fenómeno de la gripe A. Vivimos en la época de la rapidez, de Internet, del aquí y ahora y es en este contexto en el que surge una película como Sin límites, que muestra a un protagonista capaz de alcanzar la gloria en segundos sin un mísero esfuerzo. Neil Burger ha lanzado un producto ideado para las masas, de rápido consumo y pronto olvido una vez salgamos del cine. Y es que no está lo suficientemente elaborada como para que su período de vida vaya más allá de un par de meses en taquilla: plantea una idea interesante pero la echa a perder.