Nota: 8
Lo mejor: puede que se convierta en una película de culto dentro de unos años.Lo peor: hay que deshacerse de los prejuicios antes de verla. Sí, es en blanco y negro y además, muda. Pero merece la pena, prometido.
Creedme, yo también tenía dudas antes de entrar a ver esta película. A menudo, con este tipo de propuestas, cabe preguntarse hasta qué punto es original o meritorio llevar a cabo un proyecto de características similares a algo que ya se hizo en el pasado. Sin ir más lejos, pienso en Tarantino y la serie B (pero rodando con presupuesto, claro) o en Guy Maddin (Brand upon the brain¡, 2006) y su cine mudo “expresionista”. ¿Son los nuevos gurús del cine o simplemente han sabido aprovechar el momento, y aplicar su talento en algo ya existente para reformularlo? ¿Son grandes directores o hábiles recicladores de ideas ajenas? ¿Es posible no estar nunca condicionado ni influenciado por algo que ya existió? No lo creo. Según mi humilde opinión, en donde reside el verdadero meollo de la cuestión es en disponer del genio suficiente como para recoger la herencia cinematográfica y readaptarla teniendo en cuenta la actualidad, en reescribir sus bases. Y ahí es donde entra un director como Michel Hazanavicius (Mes amis, 1999) con un filme bajo el brazo como The Artist, procurándonos una inesperada lección de cine en hora y media que seguro dejará poso.
El argumento nos sitúa en los estudios de Hollywood de finales de los años veinte, la época dorada del cine clásico. Nos presenta a un reputado actor y veterano del cine mudo, George Valentin (Jean Dujardin), que se encuentra en la cúspide de su carrera profesional. Debido a una serie de coincidencias, conoce a Peppy Miller (Bérénice Bejo), una aspirante a actriz de la que se enamora, quien conseguirá llegar a lo más alto del star system. Mientras se nos hace partícipes de la facilidad de adaptación al medio profesional de una joven actriz como Peppy Miller, también se nos muestra la reticencia encarnada por George Valentin ante la llegada del nuevo cine sonoro. Esto no es más que un parábola sobre lo que supuso la etapa de transición del cine mudo al hablado y su posterior instauración definitiva por parte de la industria cinematográfica. Mientras unos lo recibieron con los brazos abiertos, otros, por el contrario, se mostraron más evasivos a la hora de aceptar lo nuevo como algo prometedor.
El ascenso y la caída de una estrella de cine se postula como uno de los temas principales en The Artist, por lo que es lógico que en el argumento se hagan evidentes las huellas de filmes de la época como Ha nacido una estrella (William A. Wellman, 1937) o Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, 1952) entre otros. Las actuaciones son sobresalientes: tanto los actores principales como los secundarios superan con creces la dificultad inicial añadida de expresarse únicamente con gestos, regalándonos verdaderos momentos únicos. Aún recordando el personaje de George Valentin a los clásicos galanes interpretados por Errol Flynn y Douglas Fairbanks en su época, Jean Dujardin (Pequeñas mentiras sin importancia, 2010) sabe abrirse camino propio dando vida a un adonis que pasa de estar en la cima del éxito a ver su triunfo desvanecido, sumiéndose en la más absoluta soledad e injusto olvido. El tono cómico inicial se disipa y va tornando en tragedia: el eterno drama de quien que ha saboreado la gloria y queda ahora desterrado al islote de los que fracasaron antes que él…con la única esperanza de ser rescatado por la bella. Bérénice Bejo (La maison, 2007) por su parte, representa a una joven cuyo sueño es actuar y no duda en adaptarse a los vaivenes que sufre una industria cinematográfica encabezada por John Goodman (Barton Fink, 1991), excelente en un papel secundario.
Teniendo en cuenta otros elementos más técnicos como el uso contrastado del silencio y la música, es necesario hacer mención a la extrañeza y la perplejidad ante los sonidos cotidianos que comienzan a escucharse repentinamente en una de las secuencias más brillante que se han visto en la gran pantalla en años. El responsable de la banda sonora, asombrosamente pegadiza, es Ludovic Bource, habitual colaborador del director en otros filmes. Gracias al trabajo de fotografía de Guillaume Schiffman, la puesta en escena destaca también, otorgándole al filme un gusto aparentemente clásico. Sin embargo, una vez se escarba la superficie, queda al descubierto que The artist es una de las películas más vanguardistas en tiempo: paradójicamente y a pesar de su aura antigua, este filme se apropia respetuosamente de elementos y esquemas clásicos pero los moldea de manera sorprendente y eficaz, revitalizando el género y yendo más allá de un simple homenaje al cine de antaño.
En un alarde de metarrelato cinematográfico, asistimos al comienzo del filme a la superposición de imágenes del protagonista llegando a un teatro donde se proyecta una de sus películas con las imágenes simultáneas propias de dicha película. Mediante este hábil e inteligente ejercicio de estilo, Hazanavicius consigue poner al espectador al corriente de la personalidad y los detalles necesarios del protagonista masculino, George Valentin. Por este motivo y muchos más, no es de extrañar que The Artist haya ido cosechando premios por cada festival en que sido proyectada. El director francés concilia habilidad y talento en un filme tan arriesgado como capaz de convencer a cualquier rango cinéfilo convirtiendo su obra silente en un ejercicio teórico no desprovisto de frescura que atrapa desde el primer momento.