Nota: 6
Lo mejor: lo de Joaquin Phoenix en este filme es, simple y llanamente, historia del cine.
Lo peor: es menos incisiva y más limitada en su vision de lo esperado. Y no tiene ritmo, ni un poco.
The Master es una cabronada. Una película que te pone las cosas muy difíciles y que te obliga a bajar al fondo del pozo, a embarrarte hasta que el lodo se te meta por la garganta, para encontrar el petróleo. Aunque el hallazgo no se compone de los los litros y litros que emanaban literal y figuradamente en el anterior trabajo de Anderson, Pozos de Ambición, sino que como mucho, se pueden extraer un par de barriles con nombres propios, pero a qué precio, oiga. Y es que hablar de The Master es casi tan difícil como ver la película. La sexta obra de Paul Thomas Anderson (Magnolia, Boogie Nights), con todo el formalismo con el que está rodada -que no montada-, es el trabajo más marciano del director de Embriagados de Amor. La prueba más evidente la encontramos en que casi ninguna de las escenas del tráiler han acabado formando parte del metraje final de la cinta (Anderson ya lo avisó), y lo verdaderamente importante es que no parece que su exclusión tenga ningún tipo de repercusión en el resultado final. Ese tipo de película es The Master, arbitraria y sin ningún redil para el talento que contiene (que es mucho).
A The Master se le pueden achacar -y le achacaremos- muchas cosas, pero no que le falta personalidad. Anderson logra crear, muy amparado por la banda sonora de Jonny Greenwood, una atmósfera propia y única para su última cinta, aunque eso no se traduce necesariamente en que dicho hábitat sea respirable para la raza humana. A pesar de que, durante gran parte del metraje, el espectador experimenta una curiosidad casi morbosa ante las aventuras del absoluto protagonista, un desarrapado Freddie Quell (Joaquin Phoenix), llega un punto en el que la aparente aleatoriedad con la que está narrado el relato mosquea a cualquiera. Eso sucede porque en The Master en realidad hay tres historias concentradas y, encima, es la menos apasionante la que termina por comerse al resto.
El primero de los relatos, llamémosles "potenciales", del filme coincide con su primer acto y nos narra el complicado proceso de readaptación a la sociedad de los soldados tras la guerra (en este caso, la Segunda Guerra Mundial). Nada que no hayamos visto antes, pero funciona. La falta de motivación de unos jóvenes sin estudios, la sensación de que un trabajo mundano no significa nada cuando has tenido en tu mano la vida de un hombre o el sentimiento de desarraigo que producen varios años exiliado son elementos que esta primera parte explota con acierto, sobre todo en la estremecedora y pelín divertida escena del centro comercial donde Freddie pierde los papeles ante un sudoroso cliente.
Por desgracia es el último vértice, mucho más recogido y personal, el que termina absorbiendo a los demás. The Master, en realidad, nos cuenta el perturbador vínculo entre dos hombres que por no parecerse, no se parecen ni en el blanco de los ojos (de hecho, los de Phoenix navegan entre el "rojo sangre" y "el amarillo hepàtico"), y que aún así desarrollan una relación tan indestructible como a su vez destructiva, parecida a la que se crea entre un hombre que se encuentra a un perro callejero rebuscando en su basura y que, en vez de reprenderle, le adopta y le enseña a comer en su cuenco. Poco importa que la comida pueda ser incluso peor que la de la propia basura, alguien ha convencido a ese animal de que eso es bueno y él ve su barriga llena, con lo que todos contentos. La auténtica historia que esconde The Master ni siquiera es el camino hacia el autodescubrimiento de "un desviado", como Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman) llama a Quell nada más conocerse, sino que es la de un romance platónico cercano a la adicción. De lejos, una explotación muchísimo más minimalista del contexto creado por el propio Anderson de la que esperábamos del responsable de ese abanico de emociones que fue Magnolia o esa radiografía de la base empresarial estadounidense, con Ciudadano Kane entre medias, llamada Pozos de Ambición.
La relación del filme con la cienciología no es definitiva pero sí apreciable. El propio realizador ha querido echar algún balón fuera afirmando que simplemente se ha inspirado en el fundador del club de Tom Cruise y John Travolta, el escritor de ciencia ficción y "na-na-na Lí-der" L. Ron Hubbard, para desarrollar el personaje de Dodd, un rol que ocupa un lugar secundario en la cinta. Y esa es la clave; que la película no pone el foco de forma contundente en ese encantador de serpientes, en cómo empezó su estafa y cuál fue el momento en el que hizo de ello un modo de vida sin perder el sueño por las noches, con lo que poco importa que realmente su apellido sea Hubbard o Dodd. Tampoco estamos pidiendo un diálogo final al estilo de "¿Y si cambiamos el nombre de la secta?, ¿Por cuál?, ¿Qué tal... la Cienciología? -¡Chan CHANNNN! y fundido en negro-", pero tal y como está planteada la película que nos ha llegado a las carteleras, algo más de riesgo en ese sentido hubiera servido como un salvavidas para aquellos que no encuentran en la tragedia personal del protagonista esa gran historia que se nos había prometido.
Eso no quita para que la obra, vista en conjunto y sin reparar en el montaje a machete con los ojos vendados Malick style, contenga un análisis menor, sí, pero valido. The Master es una película que, ambientándose en los años 40 y 50, expone un engaño social muy reivindicado hoy en día. "Si encuentras una forma de vivir en la que no trabajes para nadie, no te olvides de avisarme" sentencia Lancaster Dodd frente a Quell en el momento en el que su relación atraviesa el punto más álgido. Y es que ya sea para mantener una familia, un estatus social o incluso por el mero hecho de pagar los impuestos, nos estamos convirtiendo en siervos. Es la propia estructura que hemos adoptado la que anula el principio de libertad en el que se basa la cualidad que nos separa del mundo animal: el libre albredio. Freddie Quell, desde el momento en el que elige despojarse de lo poco que le queda, se convierte en la peor de las bestias. Para Freddie, la influencia de Dodd no se traduce en ese perfeccionamiento del potencial humano ni en la mayor productividad laboral que anuncian los panfletos de La Causa. La fe ciega en el líder sólo se convierte en el sustituto del alcohol como esa fuerza irrefrenable capaz de transformar su carácter y justificar su comportamiento animal. La pregunta que plantea la película es si Freddie siempre fue así y La Causa sólo es su última excusa o si es su progresivo sometimiento el que deteriora aún más su comportamiento, concluyendo con que la religiosidad es una opción tan válida como cualquier otra para enriquecer una vida, pero también que la devoción irracional siempre es perjudicial para el desarrollo personal.
Seguramente, consciente de dónde descansan los pilares de su película, Anderson no podría haber escogido mejor a sus intérpretes. Desde las presencias muy secundarias de las todoterreno Amy Adans a Laura Dern, hasta otro brillante trabajo a manos de Philip Seymour Hoffman, es aquí donde se esconde la verdadera riqueza de The Master. Y luego está Joaquin Phoenix. La interpretacion del ex rapero ocasional impresiona. Es visceral, desgarradora y bestial, pero en el sentido mas animalistico del termino. Se trata de un trabajo fuera de serie de esos que se pueden ver cada mucho, mucho tiempo. Su recreación del traumatizado, alcohólico, salido y violento Freddie es uno de esos trabajos actorales tan descarnados que, atendiendo a la tumultuosa época que esta cinta parece haber finiquitado en la vida personal y laboral del intérprete, no sería descabellado preguntarse cuanto de verdadera interpretación hay en el personaje y qué grado de locura real es necesario para llegar a semejante nivel de realismo. Con sus ojos de hombre en torno a los cuarenta años, Phoenix transmite la mirada de uno de 70 y su cuerpo arqueado y consumido se asemeja al de una gárgola que busca la cornisa ideal en la que descansar definitivamente.
Sin duda, Freddie Quell es uno de los grandes personajes trágicos de la historia del séptimo arte y Phoenix se merece todos los premios del año, pero no hay nada más en The Master por lo que merezca ser una película recordada o incluso destacada dentro de la escueta filmogragía de Anderson. Aún así, que no os quepan dudas de que aparecerá gente defendiendo la película con un fervor y una pasión poco antes vistas, seguramente amparados no sólo en el impecable trabajo del reparto sino en las cuestiones filosóficas y existenciales que trata la cinta y en las que cada espectador puede verse reflejado de un modo u otro. Al fin y al cabo, ¿acaso no es ese debate el hábitat en el que se mueve la religión hoy en día?