A los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne se les puede considerar la conciencia y el relato comprometido del cine belga. Son a su cinematografía autóctona lo que Robert Guédiguian a la francesa o Ken Loach a la británica. Siempre ruedan en su Valonia natal y tratan temas sociales, muchos de ellos relacionados con el mundo laboral, y lo hacen desde un estilo sencillo, naturalista, buscando transmitir la verdad de sus personajes y de sus historias. Para ello se valen de largos planos secuencia con los que consiguen reflejar situaciones que plasmen la realidad misma. Ni siquiera utilizan una banda sonora que pudiese poner cierto acento a lo que se está viendo para que la historia no se encuentre edulcorada en modo alguno como tampoco artificialmente endurecida. Utilizan una narrativa sobria aunque sin jugar con el feísmo. La imagen aparece siempre bien encuadrada, a lo sumo se valen de algún plano rodado cámara en mano levemente tembloroso, y la luz es natural, sin llegar al preciosismo, para transmitir una sensación cuasi documental.
Bélgica ejerce un influjo positivo en Marion Cotillard. Su magnífica interpretación y radical cambio de imagen en De óxido y hueso le valió para convencer a los Dardenne, coproductores del largometraje, de que, dejando de lado sus férreas costumbres, ella, una actriz consagrada y no belga, era la idónea para encarnar el descarnado personaje protagonista de Dos días, una noche. La estrella francesa, nada glamurosa aunque igualmente excepcional, es Sandra, una trabajadora despedida por su empresa aduciendo una inevitable reducción de costes. La dirección plantea una única alternativa para readmitirla, que los otros dieciséis trabajadores renuncien a su prima de mil euros. El título refleja el tiempo de que dispone, con el apoyo incondicional de su marido Manu y de dos de sus compañeros, para convencer a siete de los otros catorce de que renuncien a su bonus para poder recuperar un trabajo vital para que su familia salga adelante.
En una historia cuyo suspense surge de la necesidad de hacer cambiar de opinión a un buen número de personas, manejando un concepto tan presente en tiempos convulsos como los que vivimos como es la solidaridad, convergen la intriga de Doce hombres sin piedad y el dinamismo de una road movie. La cinta no elude ninguna de las vertientes del asunto confrontando todos los conflictos de intereses que afloran en torno a una situación tan compleja, huyendo de todo rastro de maniqueísmo. Retrata, además, los daños colaterales que surgen en las familias de los afectados que condicionarán la decisión que estos vayan a tomar en la votación en la que decidirán entre el trabajo de su compañera y un dinero necesario en muchos casos para sobrevivir.
Se trata de un planteamiento tan simple como el de uno de esos filmes iranís que tan elocuentemente llegan al espectador que, a su vez, permite reflejar situaciones demoledoras que dan lugar a reflexiones morales tremendamente interesantes. Una película pequeña, emotiva y real como la vida (y la crisis) misma. Una película de hoy.
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Dos días, una noche
Dirección y guión: Jean-Pierre y Luc Dardenne
Intérpretes: Marion Cotillard, Fabrizio Rongione, Pili Groyne
Fotografía: Alain Marcoen
Montaje: Marie-Hélèn Dozo
Duración: 95 min.
Bélgica, Francia, Italia 2014