Un extraño clic en el cerebro hace que la primera imagen que asociamos a El renacido nada más acabado su visionado sea el “Duelo a garrotazos” de Goya, que inspiró a Bigas Luna en su obra cumbre, Jamón, jamón. El polvo desértico muta en un enorme manto nevado sobre el que el rojo intenso hemoglobínico dibuja un contraste de colores digno de un maestro de la imagen como Emmanuel Lubezki, cómplice habitual de Alejandro González Iñárritu y experimentador amante del más difícil todavía.
Emulando al Stanley Kubrick de Barry Lyndon, el dúo mejicano se propuso el reto de rodar un filme de tamaña complejidad, localizado en agrestes exteriores, utilizando únicamente iluminación natural. La apuesta visual en su conjunto, con el ingenioso plano secuencia integral de Birdman en mente, parece más basada en el hecho de volver a epatar a la platea que en una necesidad narrativa concreta. La luz y los planos largos y complejos, compuestos mediante el fluir de la cámara en torno a los personajes, resultan gratos alicientes a ojos de un espectador que echa de menos una intención más allá de la simplemente estética, emparentando así con todos los trabajos que el director de fotografía ha realizado para Terrence Malick, desde El árbol de la vida hasta La delgada línea roja, a la que la espléndida banda sonora ambiental del recuperado para el cine Ryuichi Sakamoto nos ha rememorado instantáneamente.
Toda esta parafernalia se ha articulado para narrar una historia basada parcialmente en lo sucedido a un cazador embarcado en una expedición comercial en la frontera del territorio indio en los Estados Unidos de 1820. Mientras huye de los nativos, Hugh Glass se enfrenta al terrible ataque de un oso y es dado por muerto y abandonado por sus compañeros, en un fresco sobre la supervivencia humana extrema en un entorno natural hostil y acechante, al estilo de Las aventuras de Jeremiah Johnson.
Leonardo DiCaprio, en la piel del protagonista, realiza una interpretación totalmente orgánica, reflejando con su aspecto físico, sus miradas, sus quejidos, el sufrimiento de un hombre que apenas articula palabra. Un papel al que ha sabido sacar todo su jugo, hasta el punto de estar acariciando, por fin, su ansiado Óscar. No obstante, quien nos ha sabido seducir (más incluso) ha sido el malcarado Tom Hardy, perfecto némesis que engrandece la figura de su partenaire.
Sin resultar tan pretencioso como en sus primeros trabajos, la tentación del exceso puede con Iñárritu. En la parte central de la cinta encontramos a un cineasta contemplativo, excesivamente autocomplaciente, que termina por sacarnos poco a poco del filme para volver a inyectarnos una dosis de adrenalina que nos acompañará en el tercio final de película, produciéndonos exactamente el mismo dolor en el alma que lo último de Tarantino. Ese espectacular remate, puro western, ávido de tensión y de cine de muchos quilates, hubiese supuesto el culmen perfecto de una obra maestra de no ser por la media hora larga sobrante que entorpece la fluidez del relato en su nudo narrativo.
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El renacido
Dirección: Alejandro González Iñárritu
Guión: Alejandro G. Iñárritu y Mark L. Smith, basado en parte en la novela de Michael Punke
Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Domhnall Gleeson
Música: Ryuichi Sakamoto
Fotografía: Emmanuel Lubezki
Duración: 156 min.
Estados Unidos, 2015