Cuando durante el visionado de una película se mezclan circunstancias tan opuestas como la emoción contenida al borde de la lágrima y la carcajada salvaje que te hace llorar de la risa es que algo está funcionando allí arriba, sobre la superficie blanca donde las imágenes repetidas 24 veces por segundo cobran vida y movimiento. Lo mejor de todo es contemplar cómo lo que aparentemente se va presentando como una buddy movie, una comedieta cuyo humor está basado en la confrontación de dos personajes totalmente opuestos, va creciendo y creciendo y haciéndose más compleja, tanto en lo que se refiere a la trama como a la riqueza en la composición de los personajes protagonistas y de los estupendos secundarios que los arropan. Se trata de una historia real, como se nos advierte en un rótulo al principio, si no, resultaría complicado imaginar cómo puede terminar un joven marginal recién salido de la cárcel trabajando como cuidador de un aristócrata tetrapléjico a causa de un accidente de parapente. No pueden ser más diferentes entre sí y precisamente eso es lo que les hace complementarios.
La película sabe jugar sus bazas y explota desde todos los puntos de vista posibles ese juego de opuestos marcado desde el punto de vista musical por los gustos de ambos protagonistas que hacen que la selección de temas del filme se enriquezca con canciones de Kool and the gang, Earth wind and Fire, Nina Simone o Stevie Wonder y piezas de Vivaldi, Bach, Berlioz o Rimsky-Korsakov. Los orígenes de cada uno, incluyendo la raza y la educación, quedan subrayados por este peculiar intercambio cultural que se produce entre ellos durante toda la película, tú me enseñas las pinturas de Picasso, de Dalí o de Goya e incluso me inoculas el gusanillo de practicar la pintura pero yo te voy a acercar mi música.
El sonido cálido de un piano resuena omnipresente en la partitura original compuesta para la película y transmite esa sensación de cercanía, de vitalidad, de optimismo, de complicidad entre los personajes y entre los actores que los encarnan. François Cluzet es ahora mismo uno de los intérpretes más respetados del país vecino, si le miramos a la cara y sobre todo a su nariz podríamos decir de él que es el Dustin Hoffman francés, un tipo todoterreno que cultiva todo tipo de géneros, todavía tenemos en la retina uno de sus trabajos más recientes en la muy recomendable Pequeñas mentiras sin importancia. Omar Sy supone la gran y agradable sorpresa de la película. Su química con Cluzet es incuestionable y devora su papel a mordiscos. Tiene presencia, tiene carisma y gran versatilidad para pasar de los registros más cómicos a los más dramáticos. Aparecía como secundario en Mic-macs del genial creador de Delicatessen y Amélie Jean-Pierre Jeunet, aunque no reparamos en su enorme potencial hasta encontrárnoslo en Intocable. Tan espectacular ha sido su revelación que arrebató el César al mejor actor, con todo merecimiento dicho sea de paso, al gran favorito, Jean Dujardin de El artista, en los últimos premios del cine francés. Todo un recital, una fuerza de la naturaleza.
El fantástico entendimiento entre estos dos grandes actores es una de las claves para que este filme funcione de esta manera tan maravillosa en cualquier país donde se proyecte. Otro de los elementos importantes es el guión y la dirección de actores que en esta ocasión se ha realizado a cuatro manos. Eric Toledano y Olivier Nakache han sabido trasladar, primero al papel y luego a la gran pantalla, el espíritu de la relación tan original que surgió entre estas dos personalidades tan antagónicas a primera vista pero que en última instancia sirvió para sacar lo mejor de cada uno. Esta peculiar y sincera amistad permitió de alguna manera redimirse a cada uno de los dos protagonistas y sentirse más vivos y más útiles el uno al lado del otro.
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Intocable
Director: Olivier Nakache y Eric Toledano
Intérpretes: François Cluzet, Omar Sy, Anne Le Ny
Duración: 112 min.
Francia, 2011