La economía política nace a caballo entre los siglos XVIII y XIX, de la mano de pensadores ingleses bien conocidos como Malthus, Ricardo y Bentham y de otros que lo son tanto como Townsend y Burke .
El siglo XVIII inglés es testigo de un fenómeno hasta ese momento desconocido en la historia: el de una revolución industrial que a la vez que incrementa la riqueza de la nación multiplica el número de pobres e indigentes hasta unas cifras difícilmente soportables tanto en términos morales como políticos para las clases dominantes. Y si el problema era tanto moral como político se requería una respuesta que abordara a un mismo tiempo los dos planos. Esa respuesta vino de la mano de un tipo de reflexión que terminará siendo una nueva ciencia: la economía política.
El punto de partida no era sólo la existencia de una pobreza masiva, sino también el de su carácter persistente: “decenio tras decenio el nivel de vida de los pobres trabajadores no mejoraba en absoluto, cuando no empeoraba”. Ahora bien, si este fenómeno era persistente a pesar del incremento de la riqueza y del “sistema de socorros” establecido por la Ley de Speenhamland de 1795, es que tenía unas causas ineludibles humanamente. Las causas sólo podían de ser de orden natural; la sociedad tenía que formar parte de la naturaleza. Y si la naturaleza física se hallaba regulada por leyes inquebrantables por el hombre, lo mismo habría de suceder en la sociedad. Sólo quedaba una cuestión: descubrir esas leyes al igual que Newton había descubierto las de la naturaleza física. Ese fue el objetivo del esfuerzo pensador del momento.
Las premisas naturalizadoras de lo social dieron su fruto. Su muestra más evidente fueron la Ley de la población de Malthus y la Ley de los rendimientos decrecientes de Ricardo, que “hacen de la fecundidad humana y de la fertilidad del suelo los elementos constitutivos del nuevo territorio cuya existencia ha sido descubierta”. Sólo son la punta del iceberg de ese “nuevo territorio” de la naturaleza, pero el territorio quedaba ya descubierto. De su exploración se encargará una nueva ciencia, tan nueva como aquél: la economía política. Así, si había pobres y su situación no mejoraba, nadie tenía la culpa y la política nada podía hacer; su existencia formaba parte de la naturaleza social ordenada.
El desarrollo de la economía política mostrará el sentido de la pobreza en ese orden: “Unicamente el hambre puede espolear y aguijonear (a los pobres) para obligarlos a trabajar; y pese a ello nuestras leyes han decretado que nunca deben pasar hambre. Las leyes, hay que reconocerlo han dispuesto también que hay que obligarlos a trabajar. Pero la fuerza de la ley encuentra numerosos obstáculos, violencia y alboroto; mientras que la fuerza de la ley engendra mala voluntad y no inspira nunca un buen y aceptable servicio, el hambre no es sólo un medio de presión pacífico e incesante, sino también el móvil más natural para la asiduidad y el trabajo; el hambre hace posibles los más poderosos esfuerzos, y cuando se sacia, gracias a la liberalidad de alguien, consigue fundamentar de modo durable y seguro la buena voluntad y gratitud” (Townsend).
Ese es el orden social natural y, como todo orden natural, no sólo irreformable sino también bien ordenado. En consecuencia, el único papel que le queda al orden humano de la política es el permitir y facilitar su funcionamiento . “Nada de salarios fijos, ni socorros para los parados útiles, pero tampoco salarios mínimos ni nada que garantizase el “derecho a vivir”. Hay que tratar el trabajo como lo que es, una mercancía que debe recibir su precio del mercado. Las leyes del comercio son las leyes de la naturaleza y, por consiguiente, las leyes de Dios”.
El que posteriormente se probara que muchas de las leyes formuladas por estos primeros científicos de lo social fueran erróneas carecía de importancia. Lo importante es que se había creído descubrir un nuevo orden natural y una nueva ciencia que lo investigaba y lo imponía como norma, por más que supusiese la aceptación de la presencia masiva de la pobreza. “El descubrimiento de la economía fue una revelación revolucionaria que aceleró la transformación de la sociedad y el establecimiento de un sistema de mercado .
Así el descubrimiento y desarrollo de la economía política fue el instrumento ideológico imprescindible para la superación del orden social anterior y la implantación del nuevo orden de una sociedad de mercado. Pero si su sentido histórico es ese, es evidente que su significado real se sitúa mucho más en el terreno de lo político que en el de lo estrictamente científico.
La crítica a la economía neoclásica se mueve en una dirección diferente, aunque su conclusión final no se aleje tanto de la anterior.
La economía neoclásica se construye como ciencia a partir del significado de término “economizar” en tanto que “ahorrar”. Es un significado que expresa la relación medios-fines y hace referencia al hecho de la escasez. Tiene un contenido formal y es conceptualizado como acción racional.
La acción racional se define como la elección de unos medios en relación con un fin. La especificidad de la acción racional no se refiere “ni a los medios ni a los fines, sino a la relación medios-fines”. Cualquiera que sea el fin, lo racional es elegir los medios adecuados para alcanzarlo. Así, “la lógica de la acción racional se aplica a todos los medios y fines concebibles” , desde los más banales a los más elevados.
“Cuando la elección de los medios en relación con un fin se halla marcado por su insuficiencia nos hallamos ante la economía” formal. La escasez es un postulado básico en esta concepción de la economía. El postulado de la escasez supone: a) que los medios son escasos; b) que la elección de uno u otro medio se halla determinada por la escasez.
Pero esta concepción formal de la economía está tomada desde la experiencia de una economía de mercado instituida y sólo es aplicable a ella. La escasez se hace aquí evidente a través de los precios y aparece relacionada con el poder de compra, que por definición siempre es limitado.
La ciencia y la teoría económica moderna se hallan así construídas tanto desde el punto de vista de su definición como de su práctica a partir de los supuestos indicados: racionalidad, escasez y elección. Su definición más precisa y elaborada y aceptada sigue siendo la de Robbins: Economía es “la ciencia que estudia la conducta humana en cuanto a relaciones entre fines y medios escasos, susceptibles de usos alternativos”.
Se da así una perfecta correspondencia entre la definición de la economía como actividad y la de la economía como ciencia; una y otra son economía formal. Ahora bien, si la primera sólo es válida en el caso de una economía de mercado, lo mismo habría que decir de la segunda. Reducir la economía como actividad al problema de la elección racional de medios escasos para lograr fines alternativos y la economía como ciencia a la reflexión y análisis sobre este tipo de actividad y pretender que la primera es universal es caer en la “falacia económica”, es decir, en el “error lógico” de “igualar la economía humana general con su forma de mercado” .
Si toda sociedad requiere de un determinado tipo de actividad económica para lograr su “aprovisionamiento” y, sin embargo, como se encargan de mostrar la antropología y la historia, sólo en las sociedades modernas se observa un tipo de organización y comportamiento económicos similares a los que presupone la economía formal , si ni siquiera una economía de mercado puede funcionar, ni funciona a largo plazo según lo plantea y exige dicha economía como lo demostró la Gran Transformación de los años Treinta, es evidente la necesidad de elaborar una concepción alternativa de la actividad y de la ciencia económicas.
La alternativa consiste en una definición sustantivista de la economía, como actividad y como ciencia social. En tanto que actividad son económicas todas aquellas actividades de producción y distribución de bienes materiales que tiene por objeto la satisfacción de las necesidades de una sociedad. La economía como ciencia social, a su vez, tiene por objeto el estudio de las formas de integración de aquélla y del modo como se hallan incrustadas (“embedded”) en la sociedad, de su diversa institucionalización. En este contexto, volvemos a recordarlo, la economía de mercado no es más que una de las formas de institucionalizar la economía entre otras.
A título de conclusión:
La falacia económica no tiene sólo un sentido cognoscitivo.
La economía de mercado al requerir a partir de su autorregulación una sociedad de mercado es siempre una economía política de mercado. Exige la subordinación de la sociedad y de la política a su propia dinámica. En la medida en que la ciencia económica (clásica y neoclásica) es la teorización de lo que considera la economía, a pesar de no ser más que la teorización de una economía, la de mercado, y sostiene la inevitabilidad de las leyes que la conforman se convierte automáticamente en el instrumento político-ideológico de su defensa y extensión.
Cualquier crítica de la economía de mercado y cualquier intento de transformación o de reforma del mismo, transformación o reforma que se inscriben claramente en el sentido de recuperar la preeminencia de la sociedad y de la política sobre la economía, han de pasar así necesariamente por la crítica de la ciencia económica como tal. La ciencia económica, y su extensión la “mentalidad de mercado”, suponen en sí mismas la afirmación de la autonomización de la actividad y de las leyes económicas y, consiguientemente, el “eclipse del pensamiento político. El “sustento del hombre” no se alcanza más que como resultado del estricto cumplimiento de estas leyes cuyo contenido establece aquélla; no hay sitio para una “política del sustento”.
En 1944, además de La Gran Transformación, aparecen otras dos obras de sendos autores de pensamiento liberal radical: El camino de servidumbre de Hayek y Omnipotencia gubernamental de Mises en defensa de la economía de mercado. Sus autores las publican conscientes de escribir en un contexto ideológico, político y científico que les margina. Mises en el libro citado reivindica ni más ni menos que el derecho a la palabra para hacer oír sus tesis: “El primer requisito para un orden social mejor, escribe, es el regreso a la ilimitada libertad de pensamiento y de palabra”. La mentalidad de mercado era efectivamente considerada en aquellos años como una mentalidad “obsoleta”.
La situación de los noventa es bien diferente. El liberalismo, neo o no, ha recuperado su hegemonía y la economía de mercado, como teoría y como práctica, se ha convertido en la economía ortodoxa, una ortodoxia que la política ha asumido como tal.
Problemas sociales no faltan. Desde que a mediados de los años setenta se inicia una nueva etapa en la historia del capitalismo mundial capas importantes de la población cada vez más numerosas contemplan cómo sus condiciones de trabajo y de vida se deterioran: el paro alcanza cifras que cualquier observador de la etapa anterior consideraría políticamente insostenibles, el trabajo de quienes logran o mantienen un empleo se intensifica, la posibilidad de trazar un itinerario de vida y alcanzarlo se torna una utopía, la delincuencia -síntoma de descohesión social- no deja de crecer, países enteros ven cómo su economía -y con su economía sus condiciones de trabajo y de vida- se halla sometida a profundas crisis originadas por movimientos, al parecer “incontrolables”, de especulación financiera mundial.
El “derecho a vivir” al que se refiere con frecuencia Polanyi en sus escritos, que había se había conquistado -o reconquistado- en el momento de la Gran Transformación y que en las sociedades modernas significa ante todo “derecho a trabajar” parece estar pasando a ocupar un segundo plano en las responsabilidades del Estado y de la política. La “realidad” -la economía- impone su norma con la fuerza de los hechos. Y esa realidad es el mercado y su lógica. Es también, sostiene el pensamiento neo-liberal, el único camino de una recuperación.
Pero es una recuperación que no acaba de llegar nunca en profundidad. O que, al menos, no llega a la vida cotidiana de la mayoría de la gente. El PIB no dejaba de crecer, pero no se sabe muy bien quien crecía con el PIB. En definitiva: triunfa el : menos política y más mercado.
No se ve otra solución. No obstante, si no se ve otra solución, no es porque no la haya, sino porque el único código de lectura de la realidad económica y social que ha logrado imponerse como legítimo es el neoliberal. “Los dioses (pueden estar) ocultando el sustento del hombre”.
Entonces: La ineludible responsabilidad del Estado en responder al modo como se plantea la “cuestión social” en este comienzo de siglo.
El problema: que los estados no están en manos de los ciudadanos. Gana la Banca.
Lea este artículo en EstupendoUna mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización