‘La isla mínima’ se presentaba como la mejor opción para ver en el cine a las doce de la noche. Un cine que, siendo la fiesta de los tres días a 2, 90 euros la película, acogía con gracia a un puñado de espectadores que, a pesar de ser casi la media noche, seguían entusiasmados por pagar menos de tres euros para entrar al cine. Lo normal para contribuir al ahorro de los casi 10 euros que cuesta ir a ver una película en un cine convencional a las mismas películas que te ofrece esta fiesta del cine. El IVA cultural y todo lo que estamos acostumbrados a escuchar y a quejarnos y que, en cierta manera, beneficia a las pequeñas salas que por el mismo precio ofrecen clásicos de entre semana.
Casi comiéndome la pantalla en cuarta fila, la película de Alberto Rodríguez comenzó después de esa sarta de anuncios que te recuerdan que Santiago Segura es el hombre más afortunado del mundo por seguir explotando a un Torrente que cada vez se hace más familiar e incluso menos casposo. Aun tengo que investigar como lo hace para seguir con el personaje que se sacó de la manga a finales de los 90 con ‘El brazo tonto de la ley’.
No es que se me hayan colado las interrogaciones, estas indican la ambigüedad de la definición de la sipnosis con la presentación de estas características a lo largo del filme. Lo que ve el espectador no es a dos policías castigados por algo en concreto (no se especifica por qué van a ese lugar) ni la poca importancia de las mujeres en ese pueblo. Enmarcado en un ambiente festivo por las ferias de ese pueblo no se hace una breve presentación de dos actores que nos van a acompañar en toda la película, lo cual después se retoma con algunos datos de ambos que hace entender por qué precisamente se trata de dos policías con ideologías o pasados opuestos.
Es una película que se queda corta. El planteamiento de su historia podría profundizarse mucho más de lo que se hace y los McGuffin que presentan son tan evidentes por un lado o tan abstractos por otro que el descoloque del espectador es similar a la complejidad de unir todos los caminos que se presentan. Un escenario convincente y unos actores que podrían dar mucho más si se profundizara en ellos (Antonio de la Torre debería salir más o es que a mí siempre me parece poco), en conjunto generan una película que en ciertos momentos es acelerada y agobia al último de la sala. El ambiente de tensión es un punto a favor para su dirección que, cámara en mano, recrea unas escenas de persecución dignas de repetir una y otra vez para leer todos sus detalles.
Un fallo: deja demasiados cabos sueltos. Es como si se tratara de una película que se ha olvidado el cartel de “Continuará”. La creación de una atmósfera tan siniestra viene acompañada con la corta duración de la película que se hace necesaria expandir para confluir todos los misterios que se presentan y finiquitar una historia tan difícil como intensa. Queremos más.