Nota: 2
Lo Mejor: El giro que da la película al final.Lo Peor: Las interpretaciones. Todas.
Manuel Carballo ha decidido estrenar la cartelera española de 2011 con La posesión de Emma Evans, un imán perfecto para grupos de púberes deseosos de pasar una tarde de miedo y pillar cacho. Porque es para lo único que sería útil este esperpento de película. Aburrida y con unos actores cuya interpretación es penosa. Muy recomendada si estás en estado comatoso.
El film cuenta la historia de una chica (¿Adivinas su nombre?) que vive amargada por unos padres retrógrados que la obligan a estudiar en casa y no le permiten ir al instituto como los demás jóvenes de su edad. Emma está un poco desequilibrada y una noche con el cristal de un espejo se provoca un corte en la mano. A partir de ahí comenzará a sufrir extraños ataques y a comportarse de una forma inquietante con su entorno. Poco a poco –y cuando digo poco a poco es con verdadera lentitud- irán sucediéndose hechos que se proclamarán como pruebas fehacientes de que el demonio está en su cuerpo. Su tío, casualmente un cura, será el encargado de practicarle un exorcismo.
Aunque se nos presenta una historia de exorcismos que se sale de la inocente niña en camisón en medio de un contexto rústico o anticuado, resulta una cinta totalmente fallida tanto en sus efectos especiales, que dejan mucho que desear (casi no se nota el arnés de la endemoniada al elevarse) como en sus interpretaciones, más sobreactuadas que las de las películas suecas del sábado por la tarde de Antena 3. Hasta una actuación del Pato Donald parecería más real, lamentable. Además de que interpretan a unos personajes con menos profundidad que el coronel Quaritch de Avatar. Vale que no se hayan querido dejar el presupuesto en el reparto, pero les hubiera ido mejor contratando a los niños de un teatro de parvulario.
En cuanto al desarrollo de la trama, resulta tremendamente aburrido, lento y con momentos verdaderamente estúpidos. Cada vez que parece que por fin va a suceder algo interesante, no pasa absolutamente nada y te meten de repente una escena lésbica que parece de coña. Lo único salvable es el giro final en el argumento, que no desvelaré aquí, pero que al menos es capaz de despertar alguna sensación en la mente del público tras tenerle hora y pico en estado vegetal. Eso sí, una sensación mínima. Después ya vuelves a la actitud de asco que mantenías durante los 90 minutos anteriores.
No hay mucho más que decir sobre un film ya no de serie B, sino de la Z, en el que las expectativas del público de pasar un rato de miedo terminan anegadas por un profundo sentimiento de patetismo. Lo único que resulta terrorífico es haberse dejado dinero en la entrada para esta birria, una decepción del género más para los aficionados y un cubata menos para una servidora.