El engranaje que da vida (y beneficios) a la industria cinematográfica del Hollywood de hoy en día consta ante todo de tres piezas: las franquicias de comics/superhéroes, los films que son carne de Oscar/Globos de Oro y los cada vez más comunes y abundantes remakes/reboots. Atendiendo a esta última mención, a nadie se le escapa que el siglo XXI en buena parte se ha nutrido cinematográficamente del resurgir de los clásicos y franquicias de las últimas tres décadas del siglo pasado, ¿es un intento por renovar lo añejo para presentarlo ante las nuevas generaciones o solo el manido truco de hacer caja aprovechando la nostalgia del público?. De esa manera es difícil hallar unos criterios que sirvan de guía para saber cuando un remake es necesario, o cuando una franquicia merece un renacimiento, ¿debe ser canónico el rehacer a los clásicos de antaño para adaptarlos a nuestro tiempo?, en la humilde opinión de este servidor la respuesta es no. Pero eso no significa que rechace de antemano todo remake o reboot, pero si que considero que para restaurar o reiniciar algo se debe tener unos objetivos creativos sólidos y algo realmente destacado que aportar al público (ya sea para las nuevas audiencias o para aquellos que son pasto de las nostalgia). Como conejillo de indias para ejemplificar todo lo que acabo de exponer tenemos el retorno de uno de los mayores hits del género del terror, Poltergeist fue un hito cuando vio la luz (como los fantasmas del film) en 1982 y ahora vuelve 33 años después, la tele con interferencias ya no es de tubo si no de plasma y los espectros tienen nuevas formas de comunicarse gracias a los teléfonos móviles y a los ordenadores portátiles…..¿habrá cambiado algo más en esa casa construida sobre un antiguo cementerio?
Crítica de Poltergeist (2015):
La primera Poltergeist dirigida por Tobe Hooper y con la nada desdeñable intervención de Steven Spielberg como productor y guionista firmaron una película que se servía de los símbolos que representaban a la confortable clase media y los utilizaba para crear, en torno a una familia, un auténtico nexo de terror. Tres décadas después Gil Kenan y el guionista David Lindsay-Abaire han tratado sobre todo de dar contemporaneidad a la historia y a la situación de la nueva familia: el padre, Eric (Sam Rockwell) acaba de ser despedido y se encuentra sin empleo, su mujer, Amy (Rosemary DeWitt) a parte de ama de casa es escritora. Acorralados por su precaria situación económica deciden mudarse junto con sus tres hijos a un barrio periférico (y a mi que me expliquen como dos personas sin trabajo pueden permitirse una casa enorme con cuatro dormitorios, pero dejemos la lógica para otro día), en cuanto a los niños tenemos a Kendra (Saxon Sharbino) que es la pre adolescente y encontrándose en la edad del pavo ya os podéis ir haciendo una idea de como funciona su personaje, la hija menor Madison (Kennedi Clements) y en medio está Griffin (Kyle Catlett) que sufre de una ansiedad y una aprensión que le convierten en una especie de Woody Allen de 10 años y que, por supuesto, es el primero en darse cuenta de los extraños sucesos que comienzan a darse en la casa. Los tres se pasan todo el tiempo enganchados a teléfonos móviles, tablets, drons, aunque no es el toque tecnológico o moderno lo que pretende el film, la aparición de la tecnología que usamos hoy en 2015 aparece en la película más bien para servir de elemento de identificación con la audiencia y su aprovechamiento potencial en favor de los sustos queda muy desperdiciado.
La historia va considerablemente más acelerada esta vez, cuando apenas si se nos ha mencionado una vez el nombre de los personajes ya han comenzado los fantasmas a atormentar a los niños, apenas llevamos ni media hora con el culo en el asiento y ya vemos a la pequeña Madison con la manitas pegadas en la televisión. A partir de aquí Kenan mimetiza el film original de manera casi idéntica, incluyendo a la familia que en su desesperación acude a una académica de lo paranormal (Jane Adams) y posteriormente al medium mediático (Jared Harris) para luchar contra las fuerzas del más allá.
Con todo el film posee grandes momentos de tensión que nos mantendrás clavando las uñas en la butaca y aunque el conjunto no brilla, hay que reconocer las labor del director con ciertas escenas rodadas de manera muy afectiva y sólida. Los sustos sin embargo no poseen el ritmo ni la preparación previa para predisponer al espectador de cara a saltar del asiento, se ven venir….cosa que no le favorece ni siquiera teniendo en cuenta que estamos ante un remake. Pero volviendo a los actores, Rockwell consigue cierto magnetismo como el padre desenfadado que anima al resto de la familia en los momentos de pesimismo por lo que logra tener cierto encanto, Catlett también destaca en su papel de niño sabiondo e hiperactivo con un cierto toque paranoico. DeWitt sale peor parada, no ya por su interpretación en sí, si no porque en esta versión se le ha robado una escena que era probablemente la más recordada y memorable de su personaje en la película original y que supone además una de las mayores divergencias de la versión 2015 respecto a la de 1982. El otro cambio destacable (y en este caso para mejor) es el cambio de sexo del papel de medium, Zelda Rubinstein es sustituida por Harris que da vida a un personaje bastante memorable.
Pese a que este remake trata con mucho respeto el material original es muy difícil encontrar algún punto en el que supere o iguale a la original, es efectiva y está bien construida pero carece del alma y de la atractividad de la primera, no se trata de un mal remake pero es demasiado similar en casi todo y carece de sus propias señas de identidad y más que resucitar la franquicia pretende hacernos vivir exactamente lo mismo 30 años después. No es una mala película, ni tampoco un mal remake, era simplemente innecesaria.