Nota: 5,5
Desde la primera vez que escuchamos susurrar en la noche al personaje que encumbró a Michael C.Hall después del enternecedor David de Six Feet Under caímos cautivados ante una proposición que no habíamos visto hasta la fecha y que jamás pensamos que duraría tanto. Y es que cualquier espectador medio lleva ya a sus espaldas decenas de películas de asesinos en serie que siempre han acabado siguiendo el mismo patrón del gato y el ratón. En cambio, con Dexter cambiamos de lleno la perspectiva y nos adentramos en las vivencias de un personaje que con el paso de los acontecimientos ha ido creciendo de forma sustancial, siendo posiblemente uno de los protagonistas televisivos a los que más hayamos visto evolucionar en la pequeña pantalla tras el paso de las sucesivas temporadas.
Si hacemos memoria y recordamos como era el Dexter original, nos encontraremos con un cascarón vacío carente de otra motivación que no sea encontrar un nuevo espécimen al que postrar en su mesa y cuyos actos sociales no son más que una máscara para ocultarse entre aquellos a los que finge amar. A día de hoy, incluso el propio Dexter ha llegado a cuestionarse cada afirmación de la frase anterior, confirmando que nos encontramos ante un personaje totalmente renovado. Esa es la única razón para que la serie aún no se haya precipitado hacia el abismo: las ganas de marcar un camino, lo que no es impedimento para que el rumbo parezca casi perdido.
Hay quien dirá que el torrente de nuevas emociones a las que Morgan hace frente temporada tras temporada ha eliminado cierto encanto de un personaje que no hacía sino ver en muchas ocasiones la hipocresía sobre la que se sustentan la mayoría de las conductas sociales, siendo él mismo su máximo exponente, pero es que Dexter tal y como nos la plantearon hace 7 años tenía una vida por delante muy corta. Urgar y profundizar en las entrañas del personaje central era la única baza posible en manos del canal Showtime para alargar la obra del escritor Jeff Lidsay. Es innegable que tras la magnífica cuarta temporada, Dexter no ya solo perdió fuelle sino que empezó a dar señales de una mediocridad alarmante. Quizás con Lumen y Jordan Chase pudimos todavía disfrutar de algunos episodios sobresalientes a pesar de que finalmente se desinfló la prometedora propuesta en una recta final apresurada. No obstante, la hecatombe vino con su sexto año -que coincidió con el cambió de showrunner- en una temporada para guardar bajo llave en el congelador junto al cadáver de Adama. Es por ello que la séptima entrega tenía por delante todo un reto, no ya solo para encontrar y perfilar el rumbo de la serie, sino también para encaminar el relato hacia su última y octava temporada. Lamentablemente y en una curva decreciente a caballo entre las dos entregas precedentes, Dexter sigue languideciendo. Sí, a pesar de él.
La sexta temporada acabó con todo un órdago que prometía un cambio radical en la serie con Debra destapando al fin la naturaleza de su hermanastro. Desde luego, fue un final que la serie pedía a gritos hace años y que, por fin, se ha presentado como el verdadero eje sobre el que se ha sostenido esta temporada. Durante los primeros capítulos hemos visto como Debra luchaba entre sus conciencia y el amor que le tiene a su hermano para intentar dilucidar qué es lo correcto. Un argumento que, de primeras, resulta incoherente con el personaje de Debra, todo un ejemplo de ética y moralidad (no verbal, por supuesto). En ese conflicto ha radicado el interés de la temporada. Sus primeras intentonas al tratar a Dexter como un yonki fueron posiblemente más acordes a su naturaleza, pero después ha hecho falta más énfasis en el matiz incestuoso para justificar un cambio demasiado radical en el personaje hasta el punto de protagonizar el último plano de la temporada, caminando junto a Dexter como la pupila-zombi de un maestro de la manipulación.
Pero no solo la relación con Debra ha ocupado el plano principal de esta temporada ya que hemos podido ver como se ha dividido también entre dos personaje que desde luego irrumpieron con fuerza a medida que iban emitiéndose los episodios y que han perdido gas en los últimos metros. Con Isaac Sirko hemos estado ante el personaje sorpresa de la temporada. No es que dudase de la capacidad de un sobresaliente Ray Stevenson (Roma), pero sí cuestionaba la gratituidad de incluir a un supermafioso "porque sí" en la historia. Seguramente, uno de los mejores momentos que podamos rescatar este año sea la conversación entre copas entre Isaac y Dexter, consiguiendo una magnífica conexión en la que el personaje de Stevenson desvela su naturaleza sensible en contrate con su faceta más dura y fría. Por desgracia y como es tónica habitual por estos lares, los últimos movimientos del personaje terminan por desdibujarlo (¿un hombre que se muestra tan implacable acaba pidiendo ayuda al hombre que le ha arrebatado el amor de su vida? Cuesta creerlo…), por no hablar de una muerte que no concuerda con su carácter cauteloso y que se antoja directamente cutre.
Por su parte, Hannah McKay ha sido un personaje que, al igual que Isaac, ha ido escalando poco a poco y que por momentos se ha mostrado fascinante para finalmente perderse en el abismo de la mediocridad. A estas alturas, los romances de Dexter ya pueden contarse a pares y posiblemente la sensación de deja vu con Lumen o Lyla sea inevitable. Con Hannah la única novedad que podido descubrir Morgan es la de una visión de futuro, un oasis de tranquilidad junto a una persona frente a la que puede mostrarse tal cual es: un asesino, sí, pero también uno de esos tipos con fotos de su chica en el móvil. Y en ese punto es dónde reventó mi medidor de azúcar. Y es que aunque Yvonne Strahovski está espectacularmente sensual en su papel de femme fatal, su presencia no acaba siendo suficientemente trascendente como para sostener ella solita el 50% del peso del argumento tras la desaparición de Sirko. Todo ello, catalizado por la torpe aparición del progenitor de la rubia homicida (que no es más que un clásico y burdo mecanismo de guion para arrebatarle ese halo de misterio e imprevisibilidad a Hannah) y por las limitaciones de su conidición de envenenadora, dejan claro que el personaje no tiene nada más que ofrecer. Eso sí, su regreso para la última temporada está en el aire.
Lo que ya empieza a ser de traca es la pérdida de interés en el coro que acompaña a Michael C. Hall en la serie. Una orquesta que no deja de caer año tras año y uno después de otro en los clichés con los que se llevan definiendo a lo largo del recorrido de la serie. Este año el pesado de Quinn se lleva la palma con su culebrón de machitos y furcias e incluso logra que la historia de la jubilación de Batista parezca más interesante. Laguerta, en cambio, ha intentado volver a primera línea de batalla a pesar de que la silueta de su personaje se desdibujara casi al comienzo de la serie y ni el apoyo del ya retirado Capitán Matthews ha aportado interés a sus apariciones. Además, que finalmente haya tenido que acabar siendo la ex capitana la que pusiera al borde del abismo a Dexter (antes que el mismísimo Lundy), obligándole incluso a renunciar a su código, resulta irrisorio y no acaba ni mucho menos siendo ese momento épico que el espectador llevaba años pidiendo. Quizás con Doakes, presente en el último episodio en un recurso tan facilón como efectivo como son los flashbacks, hubiese sido diferente.
Después de un año tan punible como fue el protagonizado por Colin Hanks y un desaprovechado Edward James Olmos, no lo tenían difícil para superarse. Ahora bien, ¿ha encontrado Dexter la redención? No, ni muchísimo menos. Y es que a pesar de que parecía que había vuelto a la senda de la calidad de antaño con buenos personajes secundarios como el hombre minotauro o Isaac, la séptima entrega finalmente ha sucumbido ante el techo que supuso la cuarta y magistral temporada. Entonces, ¿Qué se cabe esperar del último año de la serie? Lamentablemente, la complicidad entre hermanos puede que haya sido la última bala que les quedaba en la recámara a los Morgan para conseguir despertar el interés perdido. Evidentemente, el final de una de las series que ha marcado historia dentro de la televisión contemporánea es una fecha -diciembre 2013- marcada con rojo en mi calendario, pero no podré evitar echar de menos la emoción e interés con el que disfruté de los últimos compases de Los Soprano o Galáctica. Sea como fuere, el séptimo año no acaba siendo desechable, tiene momentos buenos y entretiene como siempre, pero no deja de evidenciar que Dexter y su oscuro pasajero están viviendo días de más.