Nota: 7
Corren buenos tiempos para Netflix. Recientemente, se ha anunciado que la plataforma de vídeo en streaming ha superado durante el último año el bache que atravesaba y que le dejó en números rojos, sumando en el primer trimestre de este 2013 un total de 29,17 millones de suscriptores en EEUU y Canadá, sin contar con los 7,14 millones en sus divisiones a nivel internacional, lo que le ha reportado unas ganancias del 17,7% más que en el mismo período del año anterior. Estos datos tan positivos coinciden con la emisión de House of Cards, la primera serie propia del canal, a la que han seguido Lilyhammer y esta que nos ocupa, Hemlock Grove. Una decisión acertadísima la de distribuir digitalmente en el pequeño formato que ha incidido de manera sustancial en el destino de la empresa, centrada ahora en impulsar esta nueva faceta con planes futuros como las anunciadas Arrested Development, Narcos, Orange is the New Black, Sense 8 o la de animación Turbo F.A.S.T, pero remitámonos al presente.
Hemlock Grove, cuya primera temporada se compone de 13 episodios, es la última apuesta del canal, una serie de terror y misterio producida por Eli Roth, director como recordaréis de películas de género como Cabin Fever o las dos de Hostel y colaborador habitual, tanto en su faceta interpretativa (Malditos Bastardos) como en la creativa (suyo es el cachondo clip propagandístico Nation's Pride), de su gran colega y padrino Tarantino. Esta vez, el cineasta ha decidido volver a caminar solito sin la mano de su tutor para realizar su más importante, que no la primera, incursión en la pequeña pantalla en el terreno que mejor se le da a este amante confeso de las vísceras y la sangre. De ahí que haya sido él mismo el encargado de dirigir, de la forma más efectiva, el piloto de su serie.
Jellyfish in the Sky, título del capítulo introductorio, nos traslada a Hemlock Grove, un pequeño pueblo situado en Pensilvania, escenario ideal de acontecimientos sobrenaturales y sucesos gore extraído de la novela homónima de Brian McGreevy, creador a su vez de la serie. En este primer chapuzón en la historia, nos encontramos con un guión de claras intenciones: enganchar al espectador a un misterio y sus consiguiente entramado, cuya revelación se presume lejana. El argumento nos condena a un contexto turbio y sombrío que recuerda a una Salem's Lot, mientras la aleja de True Blood o American Horror Story, con las que ha existido un empeño comparativo desde los medios en un primer vistazo al relato, lleno, eso sí, de clichés -intencionados, pero eficaces- que además de chupasangres, incluye una ancestral mitología en torno a tradicionales criaturas como hombres-lobo, demonios, brujas, seres deformes y otras monstruosidades que aún no sabemos identificar con concreción en este primer contacto, pero que se dejan intuir tras hacernos partícipes del horrible e "inhumano" asesinato de una alumna del instituto local.
En contraposición, tenemos a los recién llegados Rumancek, una familia gitana compuesta únicamente por Lynda (Lili Taylor, prota de La Guarida) y su primogénito Peter (Landon Liboiron, actor de Terra Nova), quienes acaban de mudarse al pueblucho instalándose en la sucia caravana que perteneció a su tío. Sin desvelar del todo qué ha llevado exactamente a madre e hijo al culo del mundo, la historia comienza a cincelar insinuaciones que los perfilan como unos posibles cazadores de criaturas, algo así como la pareja fraternal de Sobrenatural, sólo que las motivaciones de los Rumancek parecen asuntos de índole más personal. En esa línea confidencial camina también la verdadera naturaleza de Peter, cuestionable para nosotros y para sus vecinos desde el momento en el que su aparición coincide con el atroz asesinato de la estudiante.
Me atrevería a decir, incluso, que la nueva serie de Netflix podría ir encaminada a convertirse en todo un referente del género en su formato, siempre que controle un ligero ramalazo crepusculero, sobre el que se permite hasta ironizar en el piloto, olisqueado en ese trío licántropo-vampiro-chica humana, que iremos desentramando en sucesivos episodios, pues de continuar en esa dirección, sería el factor desencadenante del fracaso de la propuesta. Qué carajo, confiemos, que el amigo Eli no se anda con mariconadas.