Nota : 5,5
Que la televisión británica es un nuevo reguero de imaginación y sorpresas ya no es ninguna noticia. Sin ir más lejos, este año hemos podido disfrutar de dos nuevas apuestas que se han saldado con el favor de crítica y público. Hablamos de Orphan Black - a pesar de un piloto falto de chicha- y, por supuesto, de Utopía, cuya calidad y originalidad nadie pone en duda. No obstante, hoy por hoy son dos series venidas del país del té y Mary Poppins las que mas llaman nuestra atención; la esperada Sherlock, cuya continuidad tememos por culpa de la ocupadísima agenda de su actor protagonista; y la que hoy nos compete, Luther, que llega con el mismo problema y todas las papeletas de no regresar más allá de la anunciada película. Sin duda, es de agradecer la flexibilidad que ofrece la televisión británica a sus estrellas para adaptar el calendario, sin embargo, semejantes pausas deberían recompensarse con el mimo y el cuidado que se espera de un producto que lleva tantos meses en el horno. Es por ello que este año la decepción con Luther ha sido mayúscula.
El primer año de la serie británica corresponde sin duda a su temporada más redonda, compuesta por seis capítulos donde la faceta procedimental se entrelazaba perfectamente con un argumento unificado, respaldado todo por ese potentísimo secundario Alice Morgan. Tras rumores de cancelación dados los numerosos compromisos que el actor Idris Elba iba adquiriendo a medida que su rostro se volvía más conocido entre el público americano, finalmente Luther fue renovada por un segundo año pero cambiando el formato, ahora con dos capítulos de larga duración divididos en otros dos respectivamente con la idea de agilizar el rodaje. El resultado fue una temporada totalmente de transición donde la serie mantuvo sus cotas de calidad sin llegar a la excelencia de su predecesora, pero en este 2013 no hay excusa que valga.
Sin embargo, donde realmente Luther ha demostrado siempre lucirse a sido a la hora regalarnos psicópatas de lo más variopintos -los gemelos del rol del año pasado me parecieron sensacionales-. A ese respecto, la primera tanda de capítulos seguramente se muestren como los más solventes gracias al nuevo reto que supuso el macabro asaltador de viviendas. En esta ocasión, con este nuevo personaje la serie consigue jugar con el clásico miedo del espectador ante el desapacible silencio que en ocasiones encontramos en nuestros hogares y ese miedo a no estar realmente solos (también explotado este año en Hannibal). A lo largo de los dos últimos capítulos, en cambio, los guionistas de la serie británica intentan tirar por la clásica figura del justiciero anónimo, representado en esta ocasión por la figura de un ciudadano común hastiado por la incompetencia de la justicia. Desde luego, el intento fue loable pero el resultado por desagracia totalmente desafortunado, desdibujando al personaje en la última entrega hasta límites dantescos y no consiguiendo crear en el espectador ningún atisbo de reflexión a pesar del potencial de la premisa. Y es no ya solo termina el justiciero paradójicamente convirtiéndose en aquello que juró destruir sino que va más allá, retratándose como un personaje sin lógica y con una conclusión totalmente inverosímil.
El mal uso del que sin duda es el mejor personaje de la serie, con permiso de su protagonista, es el mejor ejemplo de la falta de tono que ha predominado en la tercera temporada de Luther, con más guiños a lo absurdo y rocambolesco de los que esperábamos para la que se presupone como la despedida extraoficial del detective a la espera de la ya anunciada película. Dicho telefilme tendrá una forma de precuela que unirá su final directamente con el capítulo piloto de la serie, con lo que lo único que podrá enmendar su creador Neil Cross será la sensación general que transmita el personaje en su acto de despedida, crucial para decidir definitivamente si seguimos reservándole al grandullón un lugar de honor en nuestro recuerdo o se pierde inevitablemente entre la niebla y las lluviosas calles de Londres.